Un año después del inicio de la primera guerra en suelo europeo desde la de los Balcanes, los discursos que buscan atribuirse un apresurado triunfo se multiplican en ambos bandos.

El listado completo de ganadores y perdedores del conflicto aún está por verse. Los consumidores y las industrias hacen frente a precios energéticos diez veces más altos que el promedio histórico. Las administraciones europeas compiten en una carrera sin freno de subsidios y ayudas para aliviar el encarecimiento generalizado de casi todos los productos. La globalización, que parecía un camino solo de ida, comienza a dar signos de retroceso. Los movimientos tectónicos que se suceden día a día hacen difícil clarificar quién gana y quién pierde la partida.

Ha sido hasta hoy un año después del recrudecimiento de la guerra que ha impactado en la economía a todos los niveles, su posible factura continúa creciendo. Mientras la lucha prosigue en el este de Ucrania, los inversores miran a los bancos centrales ante la perspectiva de un mayor endurecimiento monetario. La lectura es que, incluso tras la subida de tipos más rápida de la historia, la Reserva Federal de EE UU) tiene todavía trabajo por delante.

Por parte del BCE (Banco Central Europeo), el consenso de expertos recogido por Bloomberg espera una serie de vertiginosos aumentos que dejen los tipos de interés en el 3,75% en septiembre desde el 2,5% actual. Para la Reserva Federal, los analistas contemplan tres nuevas subidas de 0,25 puntos cada una hasta el 5,5%. El efecto de este endurecimiento adicional que hasta hace relativamente poco los inversores no esperaban se deja notar tanto en la renta variable como en la renta fija. Por primera vez desde 2008, el bono alemán a 2 años supera el 3% de rentabilidad ante las ventas de los inversores. El Ibex 35 cerró este viernes con una caída del 0,33% que le bastó para conservar los 9.200 puntos por la mínima en una sesión marcada por las cuentas de, entre otros, Amadeus, Endesa, IAG y Sacyr. En la semana, el índice español pierde un 1,4%.

Aunque los escenarios de una recesión aguda y una inflación paralizante no se han concretado, los analistas solo parecen coincidir en un aspecto. “Debemos cuidarnos del retorno prematuro al optimismo, aunque las cosas parezcan ir mejor de lo esperado”, resume Carsten Brzeski, economista jefe del banco holandés ING.

Aparte de esta realidad, los países de la Unión Europea han sido capaces en solo un año de reducir al mínimo su dependencia de los combustibles fósiles rusos, a la vez que evitaban escenarios de crisis con cortes de suministros generalizados. Contaron con una leve ayuda: las alertas sobre el uso bélico del gas natural por parte de Rusia llegaron antes que las tropas a Ucrania. En particular, las interrupciones en el flujo del gas ruso a Alemania a través del gasoducto Yamal-Europa en noviembre de 2021 despertaron el temor en Berlín, Bruselas y el resto de las capitales europeas.

El reto no era menor: en 2021, el 41% del gas que importaba la Unión Europea era de origen ruso, que llegaba principalmente a través de cinco grandes gasoductos, como el Nord Stream que conectaba a Rusia connAlemania a través del Mar Báltico. Esto, junto con las compras de petróleo y carbón, representaba cerca de mil millones de dólares al día en compras a las empresas rusas de energía.