Por Federico Rivas Molina
Argentina es el campeón latinoamericano de la inflación. La subida del IPC alcanzó en septiembre el 83% anual y las previsiones para diciembre ya están por encima de los tres dígitos. Solo está peor Venezuela, un país que prácticamente no tiene moneda y vive una dolarización de facto. Podría parecer una gran tragedia que los precios suban por encima del 6% cada mes. Pero los argentinos se las rebuscan. Tantos años de experimentos fallidos contra la inflación forjaron en ellos una resistencia particular a las crisis económicas y los sinsabores derivados de ellas.
El mundo vive una disparada inusitada de la inflación, producto de la subida de los precios de los combustibles y los alimentos que siguió a la invasión rusa de Ucrania. Los argentinos ven como sus vecinos más estables, como Chile o Uruguay, empiezan a hablar de la inflación. Existe, sin embargo, el temor de que la cosa se salga de cauce y se pase del folclore a la tragedia. Todavía está fresco el recuerdo de la hiper con que se despidió del Gobierno el radical Raúl Alfonsín, en 1989. O la crisis del corralito, que no fue inflacionaria sino financiera. Cuando el IPC llega a los tres dígitos, la cosa se pone seria.
El Gobierno de Alberto Fernández pierde día a día la batalla contra la inflación. Puso a un ministro de Economía, Sergio Massa, que confió en sus vínculos con Wall Street para reencauzar la situación. Los resultados han sido modestos, como muestra el IPC de septiembre. Las medidas son un decálogo de la larga historia argentina de lucha contra la inflación. Mientras el país debe ceñirse a la promesa de ajuste fiscal que hizo al FMI en enero pasado, condición para refinanciar el crédito de 44.000 millones que Mauricio Macri recibió en 2018, Massa ensaya soluciones más o menos heterodoxas.
Algunas medidas son viejas conocidas: precios máximos, tarifas de servicios públicos congeladas, tasas de interés por las nubes y un férreo control cambiario para contener la sangría de reservas internacionales. Otras son algo más novedosas: necesitado el Banco Central de dólares, el Gobierno ha emprendido una devaluación por sectores de lo más original. Mientras mantiene a raya la cotización el dólar oficial, en torno a los 160 pesos por unidad, creó múltiples tipos de cambio según la necesidad. La viveza criolla los llama por la función de cada uno: dólar soja, dólar Qatar o dólar Coldplay. Mientras tanto, allí está el dólar blue, aquel que se consigue en el mercado negro y que casi duplica en valor a su hermano oficial. Los parches intentan ganar tiempo político: el año que viene hay elecciones presidenciales y hay que llegar con vida a la cita.
Fuente: Diario El País