
La pretensión rusa de llegar a controlar la central nuclear de Zaporizhzhya, en Ucrania oriental, ha traído a la discusión geoestratégica el peligro de poner en el centro de un plan de batalla una central nuclear en plena operación. En las revistas científicas de Estados Unidos y el Reino Unido, son las que cuentan para este caso, se ha puesto énfasis en las condiciones ligeras de los reactores ucranianos; de otra parte, dos editoriales en el Bulletin of Atomic Scientists recuerdan que en Hiroshima y Nagasaki no habían reactores instalados, por lo tanto no sabemos cuales podrían ser las consecuencias del impacto de un misil con cabezal nuclear, aún cuando fuera solo del tipo Hiroshima, en un reactor en plena operación aún cuando éste fuera de características ligeras.
Entre 1963 y 1988 los Estados Unidos y la Unión Soviética negociaron y firmaron varios tratados bilaterales con el propósito de controlar la cantidad de armas termonucleares y de los misiles intercontinentales capaces de llevarlas a destino.
Ambas partes contratantes adhirieron estrictamente al espíritu y letra de dichos tratados. Por cuanto hemos podido saber, lo básico es materia de dominio público en Estados Unidos y la Unión Soviética.
La bomba termonuclear es un evento secuencial, en menos de un segundo tienen lugar cuatro situaciones: en un radio de dieciocho kilómetros según obstáculos naturales y de otras características, se absorben todas las fuentes de energía eléctrica, se paralizan los automóviles, ferrocarriles, ascensores, el Metro, alumbrado público, y un largo etcétera; la luz enceguecedora impide cualesquier reacción; el calor en el orden de miles de grados celsius quema cuanto encuentra a su paso; finalmente, la onda destructora arrasa con todo en ese radio de dieciocho kilómetros.
Queda el hongo termonuclear a más de diez mil metros de altura en un radio de más de veinte kilómetros, ahí por cantidad indefinida de tiempo, mientras en el tronco que lo sostiene continúan los procesos de radiación, se cree que el terreno en el cual se produjo la explosión queda inhabilitado por a lo menos mil años.
Sin embargo, durante la Guerra Fría ambas superpotencias construyeron armas termonucleares y los misiles capaces de llevarlas a destino, en cantidades suficientes para destruir el planeta, sin perjuicio de los acuerdos y tratados vigentes.
Todos los análisis y evaluaciones tienden a concentrarse en las capacidades de Estados Unidos y Rusia, tangencialmente del Reino Unido, como siempre gustaba recordarlo Andrei Gromyko (ex ministro del exterior de la ex Unión Soviética).
Recientemente, científicos en la Facultad de Ciencias de Rutgers University, la universidad del Estado de New Jersey en Estados Unidos, una institución pública de educación superior, postularon un enfoque ligeramente diferente y muy preocupante.
La bomba termonuclear es un evento secuencial, en menos de un segundo tienen lugar cuatro situaciones: en un radio de dieciocho kilómetros según obstáculos naturales y de otras características, se absorben todas las fuentes de energía eléctrica, se paralizan los automóviles, ferrocarriles, ascensores, el Metro, alumbrado público, y un largo etcétera; la luz enceguecedora impide cualesquier reacción; el calor en el orden de miles de grados celsius quema cuanto encuentra a su paso; finalmente, la onda destructora arrasa con todo en ese radio de dieciocho kilómetros. Queda el hongo termonuclear a más de diez mil metros de altura en un radio de más de veinte kilómetros, ahí por cantidad indefinida de tiempo, mientras en el tronco que lo sostiene continúan los procesos de radiación, se cree que el terreno en el cual se produjo la explosión queda inhabilitado por a lo menos mil años.
Sin embargo, durante la Guerra Fría ambas superpotencias construyeron armas termonucleares y los misiles capaces de llevarlas a destino, en cantidades suficientes para destruir el planeta, sin perjuicio de los acuerdos y tratados vigentes.
Dirigidos por la Profesora Lili Xia, climatóloga en la Facultad de Ciencias de Rutgers University, un grupo de científicos ha planteado la posibilidad cierta de un desastre global en el caso de guerra con intercambio de armas nucleares, aún cuando solo fueran del tipo Hiroshima, entre potencias secundarias poseedoras de la tecnología y de los misiles de rango intermedio.
Según la Profesora Xia, hemos estado obsesionados con la guerra termonuclear total entre las superpotencias, pero nos hemos olvidado de las implicancias de guerra nuclear entre potencias secundarias.
El modelo evalúa las posibilidades, y consecuencias, de guerra nuclear entre India y Pakistán, así como también entre Israel e Irán, todos los países involucrados saben dónde están los reactores ligeros en centrales nucleares eléctricas, así como también los reactores pesados; el diseño de la Profesora Xia y sus colegas, cuya base está en el trabajo del Profesor Jägermeyr de la Universidad de Berlín, considera las desvastadoras consecuencias de la destrucción de reactores pesados por misiles con cabezales tipo Hiroshima, en guerras nucleares entre potencias consideradas secundarias. Aquí van las conclusiones.
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- Ceniza y bloqueo del sol. El hollín generado por las explosiones nucleares refleja la luz del sol y la manda de vuelta al espacio, efectivamente impidiendo la fotosíntesis.
- Interrupción de la agricultura; es imposible saber por cuanto tiempo, la gran incógnita está en las consecuencias del impacto de un misil con cabezal nuclear en un reactor pesado en plena operación.
- Abrupta caída de la temperatura, llega el invierno nuclear, el impacto es brutal en ríos mares y océanos.
- Interrupción de la pesca.
- Interrupción del comercio marítimo.
- Hambruna global generalizada.
El trabajo de la Profesora Xia y sus colegas es solo un comienzo, el modelo pareciera ofrecer algún rango de certidumbre, la realidad es diferente como lo veremos más adelante.