En los últimos treinta y cinco años, en todo el continente se ha visto la presencia de un debate sobre la reforma constitucional. A veces, fueron solo propuestas; otras veces se transformaron en proyectos formales, e incluso se han iniciado complejos procesos buscando la aprobación de una nueva Constitución. Algunos de estos procesos prosperaron y otros quedaron por el camino. Si bien en muchos casos se trató de reformas puntuales, en otros se llegó a plantear o lograr la aprobación de una nueva Constitución, en una suerte de proceso refundacional interesante, más allá de las justificaciones que pueda tener esto en los distintos países.

Sin pretensiones de reflexiones válidas para todos, ya que cada país tiene su propia realidad, me llama la atención lo anterior. Nuestro continente tiene problemas comunes y graves, entre otros: la pobreza y la exclusión social, la corrupción, dirigentes políticos que no están a la altura que las circunstancias requieren, la inseguridad, la falta de protección de los derechos humanos, carencias en la educación y de comprensión de lo que son el Estado de derecho y la democracia, inestabilidad económica y crisis constantes, para mencionar solo algunos, aunque posiblemente los más graves.

¿Estos problemas hacen necesaria la adopción de nuevas Constituciones? Muchas veces aparece la idea de que la Constitución es vieja, de otra época, y se piensa que adaptarla viene a constituirse en preocupación central en la que se cifran muchas esperanzas. ¿Pero necesariamente es así? ¿Una nueva Constitución cambiará significativamente los problemas señalados o será una nueva fuente de frustración?

Parece que la respuesta de estas interrogantes debe tener en cuenta varias cosas: debe usarse un concepto completo de Constitución, comprensivo de la realidad, y no una visión parcial que se centre en el texto; se debe evitar la sobrevaloración de la prolijidad técnica del texto; no se debe olvidar que la interpretación puede ser más importante que el propio texto; y no debe perderse de vista que no existe «la» mejor Constitución.

La Constitución y la realidad política

En primer lugar, la Constitución no es solo texto, sino que, entre otros factores, comprende la realidad y no se puede prescindir de ella. Desde las reflexiones de Lasalle sobre la Constitución «hoja de papel», pasando por los análisis de Hermann Heller sobre la Constitución como realidad social (con la Constitución «total» y la distinción entre Constitución normada y no normada), hasta, entre otros, Hesse y sus teorizaciones sobre la relación entre Constitución y efectividad (realidad histórica, nivel de desarrollo espiritual y social, político y económico, etc.), la cuestión ha estado presente en la dogmática constitucional.

La Constitución escrita es una parte, pero la realidad termina siendo la que define. La realidad constitucional es tanto o más importante que el texto y, posiblemente, el cambio del texto no cambie mucho la realidad. Se advierte que la mera sustitución de un texto no es, en general, la solución de los problemas ni el comienzo de las soluciones.

Asimismo, la búsqueda del mejor texto constitucional es compleja. La Constitución más sabia, la escrita por los mejores juristas, la que en su aprobación cuente con fuerte apoyo popular, puede fracasar estrepitosamente y basta pensar en la Constitución de Weimar. Por otra parte, a veces Constituciones aprobadas con un bajo respaldo popular devienen, con el paso del tiempo, no solo buenas, sino valoradas como excelentes por la amplia mayoría de la ciudadanía.

El caso uruguayo

La Constitución uruguaya, sin perjuicio de cuatro enmiendas, fue aprobada por escasos votos en un plebiscito de ratificación en 1966. Era una Carta típica para los años sesenta, sin arraigo en la población, que tuvo seis años de vigor formal en tiempos difíciles y se cayó luego en la dictadura militar (1973-1985) que no la aplicó en sus aspectos centrales. Pero en 1985, al volver a la democracia, uno de los lemas era la «vuelta a la Constitución» y se logró.

Desde entonces han gobernado tres partidos políticos distintos en una continuidad democrática nunca cuestionada. Ha permitido gobernar y ha controlado a los gobernantes en delicado equilibrio. De tanto en tanto aparecen voces que proclaman una nueva Constitución, pero en general esto se desestima por tener una excelente Carta. Claro que se fue produciendo una firme evolución interpretativa, a veces mutativa, en materia de derechos humanos y en cuanto a sus formas de protección; se varió o está variando el modelo económico, evolucionando de un Estado social a un Estado constitucional, todo en un esquema propio de la noción de living constitution.

Hoy se tiene una Constitución que ha evolucionado y, lo más importante, que tiene clara relación con la realidad; no es solo un pedazo de papel, sino algo que, con dificultades, aparece en la vida política, social, económica y cultural. Esta vieja (de otra época), impopular y fracasada Constitución se ha transformado en la realidad en una excelente norma superior que nadie sensatamente quiere modificar. Los problemas de Uruguay no pasan por la Constitución correctamente interpretada.

¿Qué dicen las Constituciones?

En tercer lugar, debe pensarse en la interpretación como forma de evolución constitucional. Tanto o más importante que el texto constitucional es cómo es y ha venido siendo interpretado. No hay que olvidar que las Constituciones no hablan, sino que algunos dicen lo que ellas dicen. Muchas veces se obtienen cambios más rápidos en virtud de innovaciones interpretativas cuya orientación puede preverse, que mediante una reforma total que habrá de ser interpretada desde un punto cero. Además, el peor texto bien interpretado suele ser mejor que el mejor texto mal interpretado.

Entonces, ¿el cambio del texto es muy importante? La búsqueda de un gran texto constitucional moderno, para nuestros tiempos y técnicamente excelente es algo que parece estar sobrevalorado en el continente. La breve Constitución de Estados Unidos (1787) es una de las bases más sólidas de ese país. La Constitución alemana (1949), con una incompleta declaración de derechos humanos, es un orgullo que los alemanes no tienen interés en cambiar. Parece que la cuestión es cómo se interpreta el texto.

No hay que esperar grandes ni rápidos cambios con la reforma constitucional (los primeros tiempos de una nueva Constitución son problemáticos y cargados de dudas), sino que la interpretación parece ser mucho más importante. Por supuesto que no se niega con ello que puedan ser necesarios ajustes parciales en el texto para facilitar los procesos, pero no parece que puedan esperarse grandes cambios y «revoluciones» solo con sustituir una Constitución.

Los verdaderos problemas, mencionados al principio, no se resolverán con una reforma constitucional, sino que ésta, a veces, puede terminar siendo una distracción que impida ver las principales dificultades y postergue su análisis y solución. Puede quizá ser el caso de Chile