Por Luis Alvarez
Lo que dijo el Banco Central en su último Informe de Política Monetaria (IPoM) es que está llegando el momento en que la fiesta del consumo se está acabando y hay que pedir la cuenta.
Cuando la traigan a la mesa, veremos que ha sido bastante alta: 85.000 millones de dólares entre los años 2022 y 2021 entre apoyos a pequeñas y medianas empresas, Ingreso Familiar de Emergencia y retiros de ahorros previsionales.
Esto es más del Presupuesto Anual de la Nación, que contempla gastos por alrededor de 75.000 millones de dólares para hacer funcionar sus instituciones, como los ministerios, servicios públicos de sectores tan variados como la salud, educación, vivienda o ayudas sociales.
Y de los 85.000 millones, 71.400 fueron al bolsillo de las personas, divididos en 55.800 millones en retiros de ahorros previsionales; 24.500 millones en el IFE -que cuando pasó a ser universal llegó a 16,5 millones de beneficiarios- y el resto en otros programas de apoyo como el IFE laboral.
¿Era necesaria tanta ayuda? Claramente no, porque la pérdida de ingresos producto de las cuarentenas que obligaron a las personas a quedarse en sus casas y paralizaron la economía no anduvieron ni cerca de esas cifras. Además, la mayor proporción de estos recursos se entregó cuando estas cuarentenas ya no existían y cuando la economía estaba en plena recuperación. Lo que había, eso sí, eran elecciones.
Todo esto produjo un boom casi histórico del consumo, especialmente de bienes durables como automóviles, artículos electrónicos y electrodomésticos, y -dato no menor- un aumento en alrededor de 19.000 millones de dólares en los depósitos en cuenta corriente y cuentas vista. Cuando una persona tiene el dinero en esas cuentas es porque piensa gastarlo, porque si quiera ahorrarlo lo pondría en una cuenta de ahorro o en un fondo mutuo.
Las empresas o los servicios no dieron abasto con este boom de consumo y la oferta se redujo. Con esto apareció la regla simple: a mayor demanda y menor oferta, hay aumento de precios y volvimos a conocer la inflación, que ya se eleva más del doble de la meta del Banco Central: la mitad importada y la mitad local.
Cuando esto ocurre, el Banco Central tiene que actuar acorde con uno de sus mandatos principales: velar por una inflación baja y estable. Y lo hace subiendo la tasa de interés, justamente para incentivar el ahorro y desincentivar el consumo.
Desde aquella tasa histórica que tuvimos por mucho tiempo luego de la crisis subprime y que llegó a estar en un mínimo técnico de 0,5 por ciento, ya vamos en 4% y el propio Banco Central ha señalado que seguirá subiendo.
¿El efecto? Obviamente, encarecimiento del crédito y, por tanto, más dificultades para tener acceso a financiamiento. Además, esto no es inmediato, sino que se va asentando en el tiempo, por lo que no se puede esperar que la inflación caiga abruptamente. Por eso, el IPoM proyecta que la inflación seguirá alta durante todo el próximo año y recién iría cayendo a su meta a mediados del 2023.
Sumémosle a esto el precio del dólar. Con un precio del cobre tan alto como el que hay actualmente, el precio del dólar debería andar al menos 100 pesos por debajo del valor que estamos viendo. Está alto por lo que el Banco llama “factores idiosincráticos”, una forma elegante de decir que es todo causa de la incertidumbre política y del contenido incierto de la futura Constitución. Hay más demanda de dólares porque se quiere sacar dinero del país o porque se quiere traspasar cuentas bancarias desde pesos a dólares. El dólar siempre es moneda de refugio para las incertidumbres.
Todos estos pronósticos del Banco Central se basan en un supuesto fundamental: que el fisco reducirá drásticamente su gasto en los años que vienen (partiendo por no tener más IFES universales)- y que se acaban los retiros de fondos previsionales, a lo que se añade que la vacunación masiva debería protegernos mejor de las nuevas variantes del Covid 19, para evitar las cuarentenas.
Menor gasto fiscal es postergar o graduar las promesas de más programas de ayudas sociales, a la espera de que lleguen los frutos de una eventual reforma tributaria.
Si esto no ocurre, habrá inevitablemente más inflación y las tasas de interés continuarán subiendo. Eso lo advierte el IPoM en la parte que denomina, escenarios de riesgo.
Es como la ley de la vida: si no generamos ingresos y nos comemos los ahorros, habrá un momento en que el dinero se acabará. El desafío es, justamente, ponernos a generar ingresos y eso es con inversión, con crecimiento y con una adecuada distribución de las ganancias. Tremendo desafío.