Por Roberto Mejía Alarcón
Los conflictos políticos de estos días llevan al ciudadano común y corriente, que anhela una mejor calidad de vida, a reflexionar sobre la falta de capacidad moral e intelectual de quienes son protagonistas de esos entuertos. No solamente de aquellos que, eventualmente, ocupan hoy espacios en los Poderes del Estado y que, con sus pleitos caseros, lo único que están haciendo, es destruir las posibilidades de institucionalizar una verdadera democracia.
En esta sopa, de desperdicios de tiempo y oportunidades, también están inmersos los que meten su cuchara para defender, y a la mala, los intereses de sus patrocinadores. No faltan los espontáneos, convocados o no, que sueltan su labia en los medios de comunicación, haciendo interpretaciones que en nada ayudan a la gobernabilidad anhelada por la población.
La nación ya está cansada de ello. ¿Hasta cuándo, pues? reclaman los pobladores, dejando en medio de esta y otras interrogantes, su exhortación al diálogo constructivo, a la concertación de esfuerzos para sacar adelante a un país que lleva décadas de sufrimiento político, económico y social.
Basta ya de insultos, de agravios, de desconfianzas, de descalificaciones, de sentirse superior por el origen de la cuna donde nacieron o el color de la piel. Esto ciertamente es lo que se escucha en Costa, Sierra y Selva.
Quienes se han metido a ese bolsón de encuentros y desencuentros de la política, tienen la obligación, ahora y con urgencia, de demostrar que son verdaderos representantes del poder que los electores les ha dado en las urnas. No le echen la culpa a los que les otorgaron ese mandato, porque estos creyeron en sus promesas y nunca, en ningún momento, les pidieron que sabotearan la posibilidad de una adecuada administración gubernamental. La fiscalización bien entendida tiene otras formas de hacerse presente.
La sabiduría popular nos dice que mientras hay vida hay esperanzas. Hay algo de verdad en ello en estos malos instantes. Hemos tomado conocimiento de las declaraciones de varios de los representantes de los partidos políticos con representación parlamentaria. Hay una actitud positiva. Otros se niegan a dialogar. Incumpliendo su deber parlamentario, consideran que eso de conversar, es una cortina de humo, una pérdida de tiempo. Se olvidan que la política es ciencia y es arte. Y que la mejor manera de practicarla en democracia, es precisamente hablando, dialogando, comunicando. Mejor aún si se concilia pareceres diferentes, pensando en un Perú para todos.
Ninguno de estos protagonistas de la crisis política es perfecto. Todos, absolutamente todos, tienen pasado y presente. Pero, creo, igualmente, cualidades que podrían ser de menor o mayor grado. Y eso es lo que debe ser bien aprovechado por el bien del país.
Claro que hay que rendir cuenta de lo que se hace, de lo que se habla, en tanto persona pública y con responsabilidades, al mismo tiempo que no se debe desdeñar la firme decisión de superar errores y olvidos.
Lo aconsejable es dejar de lado odios, revanchismos, apetitos mezquinos, abrir espacios para institucionalizar el diálogo como medio para la concertación y construir, así, las murallas que atajen las veleidades de los que no tienen verdadero conocimiento de la realidad social ni proyectos políticos que, sin recurrir a la violencia, sirvan para llevar al desarrollo de la nación. ¿Estamos acaso, ante una utopía? Los días siguientes llegan con un mensaje que ojalá sea positivo.