Por Luis Alvarez

En la campaña presidencial de 1989, el candidato Francisco Javier Errázuriz acumuló votos con la promesa de que eliminaría la Unidad de Fomento en cinco minutos.

Hacía sentido a muchos votantes porque la UF reflejaba una inflación anual de alrededor de 30 por ciento. Para hacerlo fácil, si un crédito hipotecario tenía una tasa de interés anual de 10 por ciento, al final de cada año, alguien que comenzaba en enero pagando un dividendo de 100 mil pesos, terminaba pagando en diciembre 140 mil pesos. Alguien, alguna vez, llevó un ataúd a La Moneda para representar la muerte de este demonio, la UF.

Ya con autonomía, el Banco Central se dio a la tarea de reducir la inflación y en los años 90 fue paulatinamente bajándola hasta llegar a comienzos de los 2000 a un 3% anual. A partir de ese año y hasta mediados de 2021, la inflación anual fue de 3,2%. En otras palabras, el alza generalizada y persistente de precios ya no era un problema en Chile.

Hay un par de generaciones de chilenos que no han convivido con la inflación, que pueden esperar las liquidaciones para comprar más barato o que pueden viajar fuera de vacaciones porque los pasajes caen de precio. Cada mes hay una lista de productos con precios que tienen signo positivo, junto a varios otros con signo negativo y otro tanto sin variación. Las tarifas de servicios como electricidad, agua o gas están reguladas y no suben con frecuencia.

De hecho, la UF fue quedando como medida de protección de riesgo inflacionario básicamente para operaciones de crédito o contratos de largo plazo.

Durante la fase más aguda de la pandemia, que generó una crisis económica derivada de la paralización de las actividades productivas, la inflación no era un problema. Y esto no era un tema menor, porque lo normal es que las crisis económicas vengan acompañadas de alzas de precios.

Todo bien hasta que la inflación logró hacerse un espacio en la economía chilena y casi al término del año ya duplica la meta de 3% establecida por el Banco Central. Una buena parte es importada, porque refleja alzas del precio del petróleo y, como consecuencia, de los combustibles y de un aumento del consumo generado por la superación de la crisis en el mundo. Uno de los casos más ilustrativos es la congestión en la industria marítima que ha impactado duramente los precios de los embarques.

Pero también hay causas internas. Los 3.200 millones de dólares mensuales que se entregan a las familias chilenas a través del Ingreso Familiar de Emergencia, y los 50.000 millones de dólares que han salido de los fondos de pensiones por los retiros que inyectan a la economía recursos que la oferta de productos y servicios no es capaz de asimilar. La ley económica más básica dice que a mayor demanda y menor oferta, los precios inevitablemente van a subir.

Una buena parte de estos recursos se han entregado cuando el país está en franca reactivación económica, sin cuarentenas que limiten su capacidad productiva y con una recuperación de los empleos. Es decir, es más la gente que percibe estos ingresos que aquella que realmente los necesita.

La sola opción de un cuarto retiro le ponía más combustible a la inflación, sólo por expectativas. La posibilidad de que entraran a la economía otros 16.000 millones de dólares hizo que nadie pensara en reducir precios, sino al revés, en subirlos porque aumentaría la demanda de bienes y servicios.  Afortunadamente, eso no llegó a ocurrir.

¿Y la UF? Bueno, si sube la inflación sube la UF y suben los planes de Isapre, cuotas de algunos colegios, arriendos y en muchas empresas proveedoras de servicios.

Pero donde más se está sintiendo es en los dividendos hipotecarios. No es el 30 por ciento de los años 80, pero un 6 o 7% anual igual se siente, siempre con especial énfasis en sectores con menos ingresos.

En estos días, un noticiario de televisión que abordó el tema de la UF y los dividendos incluyó una entrevista a un afectado que dijo que así como los dividendos están en UF, los sueldos también deberían estar en UF. Nadie se dio la molestia de explicar que si eso ocurriera, la inflación estaría retroalimentándose sin límite, porque nadie perdería poder adquisitivo y nadie tendría incentivo para bajar precios, sino sólo para seguir subiéndolos.

Ese es el drama de la inflación: los salarios nunca van a subir al ritmo que suben los precios y si eso ocurre, los salarios siempre van a ir detrás de las alzas de precios. Además, si el empleador tiene que están pagando salarios más altos cada mes, habrá un momento en que inevitablemente tendrá que reducir costos, lo que es con mayor frecuencia a través de despidos.

Si la inflación toda importada, o una parte, o poco no es el tema de fondo. El tema es que una vez que aparece, hay que hacer un esfuerzo porque desaparezca y los IFE, junto con los retiros de los fondos de pensionesvan exactamente en la dirección contraria.

Como la tarea del Banco Central es tener una inflación baja y estable, lo único que le queda es seguir subiendo la tasa de interés hasta que el dinero sea lo suficientemente caro como para desestimular el consumo y eso trae como consecuencia menos acceso al crédito, menos inversión y menos crecimiento. Es como una radioterapia que ataca el cáncer, pero termina afectando a otros órganos. El cáncer se puede ir, pero el daño queda.

No hay que engañarse entonces. El problema no es la UF -que quizás ni debiera existir a estas alturas- sino la inflación.