Por Enrique Fernández

Cuando este mes concurramos a las urnas electorales ¿votaremos impulsados por el miedo a lo que representan ciertas candidaturas? ¿O lo haremos sin saber que estamos cometiendo un error histórico?

El dilema es comparable a lo que sucedió en un tranquilo lago de Brasil, cuando tres amigos se embarcaron en un bote para pescar. Todo iba bien hasta que chocaron con un tronco en el que reposaba un enjambre de abejas. Como si despertaran bruscamente de su sueño, miles de insectos con sus lancetas se lanzaron al ataque de los invasores.

Presas del pánico, los tres jóvenes se lanzaron a las aguas del lago, pero sólo dos de ellos alcanzaron la orilla salvadora. El tercer pescador murió, atrapado por un cardumen de pirañas en aquel lago de la comuna de Brasilandia, del estado de Minas Gerais.

¿Cuál es la similitud con las elecciones del domingo 21 de noviembre?

Los tres pescadores cometieron un error colectivo, como consecuencia del miedo. No sabían que en el lago se ocultaban las pirañas, pero no se imaginaron otra escapatoria para huir de las abejas. Lo mismo puede ocurrir en la elección de gobernantes de cualquier país democrático, cuando de uno y otro bando en pugna surgen campañas del terror. Del terror al error hay sólo un pequeño paso.

“Los pueblos también se equivocan. Y se equivocan en masa”, advirtió en un reciente coloquio con la televisión brasileña el ex presidente uruguayo José Mujica. Son “las debilidades y peligros de nuestra democracia”, afirmó.

Si los pueblos no se equivocaran, “los alemanes no habrían llevado adelante a Hitler” a partir de 1933, cuando fue nombrado canciller, dice Mujica. El ex presidente, que gobernó Uruguay como un pensador maduro, mantiene el ideario juvenil con el que participó en el movimiento guerrillero de los Tupamaros, en los años 60.

Al ejemplo de Hitler los futuros historiadores podrán agregar a otros tres líderes contemporáneos elevados al poder por la voluntad de sus pueblos: Donald Trump –que no pudo terminar su muro en la frontera de Estados Unidos con México-, Jair Bolsonaro –que en Brasil describió como “una gripeciña” la pandemia del coronavirus- o Rodrigo Dunterte –presidente filipino cuya guerra contra las drogas deja más de 6.000 muertos en los últimos cinco años-.

“Los pueblos tienen los gobernantes que se merecen”, decía a fines del siglo XVIII el francés Joseph de Maistre, crítico de la revolución de 1789 y uno de los inspiradores del fascismo. Dos siglos después André Malraux entró en controversia con la idea de Maistre y sostuvo que “el pueblo tiene los gobernantes que se le parecen”.

¿Se parecen a nosotros los siete candidatos presidenciales? Al menos son diferentes a los líderes que Chile tuvo hace 50 años, antes de que los militares interrumpieran el camino democrático del país. Líderes cultos y bien posesionados como Eduardo Frei Montalva y su “revolución en libertad”, Salvador Allende y su “vía chilena al socialismo”, Raúl Rettig y sus memorables discursos en el Parlamento, Radomiro Tomic, Francisco Bulnes Sanfuentes, Inés Enríquez y tantos otros. Todos, caballeros y señoras de la política, empapados de humanismo, conocimientos y corrección ante el adversario.

Hoy, en cambio, nuestros políticos pertenecen a una generación que perdió las condiciones intelectuales de sus predecesores. Aunque la mayoría de ellos estudió en buenos colegios, recibieron una formación donde estuvieron ausentes disciplinas humanistas como la Filosofía, la Historia y la Educación Cívica. Tampoco tuvieron la cercanía de buenos maestros que en otros tiempos eran orientadores y amigos de sus alumnos.

Por eso presenciamos debates sin ideas, como el espectáculo del diputado Jaime Naranjo, hablando horas y horas para “ganar tiempo”, en una sesión destinada a estudiar una acusación constitucional contra el presidente Sebastián Piñera.  Y por eso también asistimos a una confrontación cada vez más hostil y polarizada. Nunca habíamos tenido una campaña presidencial tan cargada de contra-propaganda donde los candidatos se atacan unos a otros sin el menor recato, con nombre y apellido:

Los pecados de Boric son los negocios que tuvo su padre con un ex alcalde de Punta Arenas. Los pecados de Kast son las millonarias inversiones de su familia en Panamá. El delito de Yasna Provoste es el juicio contra su esposo por supuestas irregularidades en la Junta Nacional de Auxilio Escolar y Becas (Junaeb). El lado oscuro de Sebastián Sichel es su historia familiar, donde acusa a su padrastro de maltratar a su madre y éste le responde que es un hijo malagradecido.

Y suma y sigue: Marco Enríquez Ominami tiene asuntos pendientes en tribunales, por los aportes ilegales que recibió desde Brasil cuando fue candidato presidencial en 2013. Y Franco Parisi enfrenta denuncias por no cumplir con pensiones alimenticias.

Tampoco habíamos tenido nunca una campaña tan plagada de información y desinformación. Son las redes sociales, que Umberto Ecco definió como el rincón de los necios y que el poder dominante utiliza para influir de manera subliminal sobre millones de votantes.

En medio de este clima, los partidarios de Kast, que abundan en los barrios populares y en el campo, votarán para erradicar la delincuencia de las calles y la guerrilla de la Araucanía. Los seguidores de Boric, en su mayoría jóvenes, irán a las urnas para impedir un “régimen fascista” que detenga el proceso de cambios iniciado con el estallido social, hace dos años.

¿Cuál de las dos opciones cometerá el error de lanzarse a las aguas de un lago lleno de pirañas, para evitar el ataque de las abejas?