Por Felipe De la Parra Vial

En Chile no habrá una Nueva Constitución si no cuenta como protagonista esencial a las Artes y la Cultura. Será solo un documento administrativo, seguramente justo y bien calculado… pero sin alma.

Será entonces la oportunidad de “los terrraplanistas y negacionistas” para organizar su fiesta. Habrán ganado los del rechazo con la indiferencia de la gente.

El plan que está en curso –desprestigio, obstruccionismo y mentira– desde el primer día de la Convención Constitucional, apunta a ganar el plebiscito de salida y volver a fojas cero, a la Constitución de Pinochet.

La Nueva Constitución requiere ser pensada, pero – sobre todo- sentida. Los cambios requieren ser reconocidos por todo el pueblo y los pueblos-naciones de Chile. En su sentido y razón, en voz de Violeta.

La Nueva Constitución debe instalar un cambio civilizatorio en el país. Los cambios constitucionales deben generar las bases materiales y técnicas para la creación de un Estado Cultural que encabece la ciudadanía, las organizaciones sociales y las de los artistas. científicos e intelectuales.

El Estado Cultural debe sostenerse en la multinacionalidad y la multiculturalidad. Fundar las Artes y la Cultura desde la creatividad como derecho inalienable para el crecimiento social. El Estado Cultural debe cruzar todas las instituciones del país, estatales y privadas. Si todos los Ministerios e instituciones del Estado, las empresas privadas, destinaran solo un uno por ciento de sus presupuestos para las Artes y la Cultura, Chile sería otro país. Así como ha sucedido en las últimas décadas en Francia, donde el Ministerio de Obras Públicas -por dar un ejemplo- inaugura entre 2 a 3 obras de arte a la semana en las construcciones estatales y privadas. O, China, que debiendo cerrar 1.500 bibliotecas el 2020 por la pandemia,  a reglón seguido, en el 2021, abrió 4.000. O, inaugurar un museo todos los días -¡sí, un museo todos los días!- como lo hacen el Estado y la empresa privada en plena calamidad.

Se dirá “son potencias mundiales”… “no nos podemos comparar”. Es cierto, no nos podemos comparar. Estos países conciben el desarrollo económico al unísono de las Artes y la Cultura. Nosotros, no. Ponen en el centro a la Educación y a la Ciencia como motores del crecimiento material y productivo del país. Nosotros, no. Y lo hacen cantando, escribiendo poesía, con grandes orquestas, con murales monumentales, con bibliotecas en todas partes, con museos abiertos y gratuitos, con sus culturas originarias. Nosotros, no.

Bien decía nuestro Premio Nacional de las Artes Escénicas, Ramón Griffero, que “el derecho al acceso de la Cultura -como se inscribe en la Declaración de Derechos Humanos- era una visión paternalista para entender este bien vital para el desarrollo de un país”.

La vieja expresión de “la quinta rueda” para las Artes se repite hoy en la Convención Constitucional reduciendo la Cultura a un “derecho humano”, sin necesidad de discutir y formular un plan para un cambio civilizatorio que el país lo pide a gritos ante la concepción unívoca desde el mercado. No existe una “Comisión de Cultura”. Parece que a nadie le importa. Hoy, cientos de organizaciones sociales recogen firmas con la constituyente Malucha Pinto y el constituyente Ignacio Achurra para crear un espacio para instalar las voces de un Estado Cultural.

Es hora de terminar con la mirada corta de la concepción mercantil y el concurso para el desarrollo de las Artes y la Cultura -y la Ciencia, habría que decir- para repartir pobreza con un 0,3 % del PIB. Y mirar más allá del uno por ciento que aprontan los programas de los candidatos presidenciales.

Las Artes y la Cultura están destinadas a crear un pacto social, a la unidad nacional. La Nueva Constitución debe ser de todos. De todos. De derechas, de izquierdas, de centros, de azules y albos, de los primeros pueblos y de los últimos pueblos en llegar. La Cultura es un espacio ineludible de encuentro. La ciudadanía artística y cultural debe encabezar las decisiones de esta nueva etapa.

Chile ha realizado cambios civilizatorios en su historia. Pedro Aguirre Cerda (foto izquierda) encabezó un Estado Cultural con un plan de alfabetización que dio vueltas las cifras en favor de la lectura y la escritura; nació la generación del 38 que escribió desde las costumbres criollas; se crearon el Teatro Experimental, la Orquesta Sinfónica; el Ballet Nacional; las escuelas de periodismo y de economía, entre otras. Sin Aguirre Cerda y la Universidad de Chile no habrían sido descubiertas las Violeta Parra y las Margot Loyola. Algo, por un instante, sucedió en los mil días con Allende con la Nueva Canción Chilena y los libros al valor de una cajetilla de cigarrillos. Canciones, murales, libros, que no pudieron borrar las balas de la dictadura.

Sin las Artes y la Cultura no habrá Nueva Constitución. No habrá épica y la poesía se quedará muda. Por de pronto, la presidenta Loncón y el vicepresidente Bassa (foto derecha) debieran reivindicar las voces de las Artes y la Cultura y proponer que cada bancada de la Convención, en cada sesión antes de partir la discusión, leyeran un poema, se escuchara un bolero, se proyectara el fragmento de una obra de teatro o una pieza de danza; un momento del cine chileno; se escuchara una cueca o un baile mapuche, o una danza rapanui.

Sería un paso importante para crear una épica en los representantes de la Convención Constitucional y las Artes y la Cultura sean reconocidas, sentidas, mientras se trazan los nuevos planos del Chile de todos. Un espacio de encuentro con nuestros propios artistas.

En una de esas, existe la Comisión de Cultura y los chilenos tenemos la oportunidad que se escriba una Constitución que sea un himno de todas y todos: una épica.