Por Manuel Acuña Asenjo
Los días 15 y 16 de mayo recién pasado se realizaron las elecciones de convencionales constituyentes, de conformidad a lo estatuido en el Acuerdo Por la Paz y una Nueva Constitución. Fue una elección extraña, porque un suceso de tal naturaleza —que implicaba sentar las bases de la República—, se suponía debía hacerse en forma aislada, como un evento especial, separado de toda otra actividad, dada su extraordinaria e histórica importancia. Pero, no: sorprendentemente, fue llevado a cabo, en conjunto, con la elección de alcaldes, gobernadores y concejales. Como si todo el proceso constituyera un todo heterogéneo, un paquete misceláneo y atiborrado o un incómodo potpurrí electoral. Dado que algunos de los candidatos a gobernadores no alcanzaron las mayorías establecidas por la ley, tuvo lugar, el 13 del presente, la segunda parte de ese singular evento con una bajísima participación ciudadana (19,61%) en todo el país, situación que se agrava si, de la cifra total, se deduce el porcentaje de votantes de Santiago (cuya participación fue casi de un 25%), pues en provincias (como sucedió en Antofagasta) el porcentaje de participación solamente alcanzó a un 12,21%.
¿Fue la escasa o magra participación ciudadana, en el evento del 13 del presente, una reacción a esa torpe y malintencionada acción del Gobierno? ¿Fue la abstención una forma de castigo a la ‘élite política’, una forma de recordarle las verdaderas motivaciones que mueven a la ciudadanía?
La abstención en la élite política
Si miramos los hechos desde el punto de vista de la ‘élite política’, el fenómeno de la abstención parece importarle muy poco. Ante todo, porque la legislación chilena no establece un porcentaje mínimo de concurrencia de electores que puedan dar validez a las elecciones sino, simplemente, consagra la victoria de las mayorías sobre las minorías. Esta barbaridad jurídica permite que, en cada evento electoral, tales incongruencias permitan el acceso al mando de la nación de personajes que, sin contar con suficiente respaldo ciudadano puedan, sin embargo, acceder a tales cargos sin inconveniente alguno.
No debe llamar la atención que, amparada en esas lagunas legislativas, se haga presente una ‘élite’ que ‘olvide’ sus promesas electorales (cuando las indica) y se dedique a realizar actividades reñidas con las que debía realizar cuando fue elegida. Y, más, aun, que persista en el empeño de lo mismo, reivindique el rol de las organizaciones políticas que le permitieron ser tal, defienda el concepto de autoridad y la necesidad de la experiencia e insista majaderamente en ser depositaria de la confianza de la población.
Un conjunto social que no tiene conciencia de sí mismo y que presenta un angustioso cuadro de narcisismo. Y es tan patente ese convencimiento que, en la noche del 13 del presente, la sede de la Democracia Cristiana, en Alameda, se llenó de personas que gritaban consignas y enarbolaban banderas celebrando el triunfo de su abanderado, olvidando que, si bien en la primera vuelta ese candidato había sacado 657.227 votos y en la segunda 784.934, con una diferencia de 127.707 votos, tal diferencia no tenía otro origen sino el apoyo brindado a aquel por los vecinos de Las Condes, La Dehesa y Vitacura (129.501), aterrados ante la idea de tener una gobernadora aliada al partido Comunista.
La ‘élite política’ no entiende la abstención de otra manera. No la quiere entender. Cuando más, va a aceptar que es un hecho cierto. aunque originado en el temor de los votantes a concurrir a los locales de votación y ser contagiados allí de la pandemia.
La abstención en sectores sociales
Sin embargo, mirados los sucesos desde el punto de vista de los movimientos sociales, las elecciones recién pasadas no pueden ni deben considerarse un triunfo sino, más bien, un completo fracaso. Sostenemos nosotros a este respecto, que un análisis más acabado de la votación realizada el 13 del presente nos indica que el promedio del nivel de abstención a nivel nacional (80,39%) es mayor aún si, de ese porcentaje, se deduce la votación en Santiago; y ello sucede porque, en las regiones, especialmente en las del norte, la abstención fue superior al 85% (en Antofagasta alcanzó un 87,79%). Y, eso, repetimos, no es por efectos de la pandemia. Señala, sobre el particular, un analista: “Las masivas, constantes y a estas alturas heroicas movilizaciones del pueblo demuestran que la creciente abstención no era en ningún caso un desinterés por la política o la situación del país, sino que en gran medida se produjo por el rechazo a la casta política en que se transformaron sus marcianos representantes”.
En la región Metropolitana, la abstención fue cercana al 75%. No porque hubiere mayor ‘cultura cívica’ en ella sino por el temor irracional de los sectores ricos, que se vieron amenazados, en cierto momento, por un presunto ‘tsunami rojo’, del que hablara el senador Francisco Chahuán. Fueron esos sectores quienes concurrieron en masa a entregar su voto al militante demócratacristiano Claudio Orrego. No lo hicieron, en consecuencia, independientes, como lo afirmara el candidato. Orrego es, hoy, gobernador electo, no por méritos partidarios ni personales sino por el miedo irracional al comunismo de esa población que vive en las ‘highlands’ santiaguinas, territorios que se extienden al oriente de la capital. No puede por ello vanagloriarse la democracia cristiana y afirmar que ese triunfo es suyo porque, como lo señala aquel viejo refrán chileno, ‘Al que se viste con ropa ajena, lo desvisten en la calle’. Cuidado. La ayuda es ayuda, no solución definitiva de un problema. No es acrecentamiento de la fuerza propia sino, simplemente, un apoyo ocasional. Y eso hay que entenderlo de esa manera. Ayuda que, a menudo, no es voluntaria sino forzada, por temores o circunstancias.
¿Una nueva fase?
A pesar de esos magros resultados, la fecha que marca la elección de los convencionales constituyentes es importante: marca el comienzo de una nueva fase en el proceso abierto el 18 de octubre de 2019 en donde la ‘escena política’ nacional busca, de todas maneras, no solamente recuperar el protagonismo perdido con las protestas sino doblegar el mandato que la ciudadanía le otorgó a la Convención Constitucional, imponiendo el interés de los actores políticos por sobre el de los actores sociales.
Esta nueva fase se ve corroborada por las celebraciones realizadas el 13 del presente en la sede de la Democracia Cristiana, sin respeto alguno por las medidas sanitarias, y el reconocimiento de la candidata vencida del triunfo de su adversario. Ambos acontecimientos muestran el comienzo de una fase en donde las banderas partidarias, las justas electorales y los debates televisivos intentarán no solamente obnubilar la mente de los ciudadanos sino convencerlos que el camino para la recuperación de la patria comienza con la elección de todos ellos. Y, además, por la moción presentada al Parlamento en el sentido de convertir el voto voluntario en obligatorio. Por consiguiente, los hechos que van a marcar esta fase son:
Obligatoriedad del voto
Si, como lo hemos aseverado en muchos de nuestros trabajos, a partir del 18 de octubre, la contradicción principal de la sociedad chilena se ha dado entre movimientos sociales y ‘élite política nacional’ no debe sorprender que, amenazada en su existencia, haya ensayado esta última, como forma de supervivencia, la obligatoriedad del voto —y la consiguiente medida coercitiva que lleva aparejada (multa)— y, con ello, doblegar la voluntad de quienes se sienten desencantados de los vaivenes de la ‘escena política’ nacional. Pero, ¿obligatoriedad del voto? ¿Es la medida adecuada para fomentar la participación electoral? ¿Quién gana con ello? De acuerdo a un analista,
Nada de ello ha de sorprender: en el modo de producción capitalista, la sociedad autoritaria se reproduce en las diversas áreas que contiene aquel. La escena política reproduce esa sociedad jerárquica insistiendo en la necesidad del ‘lìder’, del ‘conductor’. Como si la historia fuese escrita por esos sujetos.
¿Qué sucede en la escena social?
En la escena social no operan actores políticos como ocurre en aquella; lo hacen actores sociales unidos por una circunstancia: el cansancio con la ‘élite política’ del país, a la que no le creen, a la que desean extirpar, a la que desean ver, finalmente, fuera de toda actividad social. Por eso no manifiestan interés en la ‘cosa pública’, por eso no concurren a los lugares de votación sino cuando hay algo que les atañe directamente. Como sucedió el 14 de octubre de 2020; pero no así para elegir a los gobernadores, de cuyas facultades y atributos poco se sabe. A esta escena social raras veces llegan los medios de comunicación. Es la escena del ‘small people’. Del ser intrascendente. El sujeto invisible. De ese ser, del cual muchos se preguntan, ¿de dónde salió? Como sucede con los nuevos constituyentes.