Por Martín Poblete Pujol

Martín Poblete Pujol
Las cumbres bilaterales entre Estados Unidos y la fenecida Unión Soviética fueron parte fundamental de la dinámica de la Guerra Fría entre 1946 y 1989, todas fueron importantes, unas más que otras, desde la de Kennedy-Kruschev (en los años sesenta) hasta la realizada esta semana entre Biden-Putin en Ginebra.
En algunas ocasiones, las cumbres fueron precedidas por intenso trabajo entre los ministros de relaciones exteriores como ahora entre Sergei Lavrov-Antony R. Blinken.
En teoría, podría decirse que las economías de ambos países son complementarias: Estados Unidos un sistema altamente sofisticado protagonista de la Tercera Revolución Industrial y de la Globalización; Rusia un país todavía en la Segunda Revolución Industrial excepto su estructura militar, pero esa complementariedad nunca ha tenido lugar.
Las cumbres han estado marcadas por la prominencia de los temas de seguridad nacional y control de armas estratégicas, la diplomacia el instrumento para fijar el marco negociador.
La cumbre Biden-Putin empezó por acordar restablecer las relaciones a nivel de embajadores. El retiro de ambos titulares en las embajadas en Moscú y Washington en decisiones gatilladas por el Presidente Donald Trump y su Secretario de Estado Mike Pompeo, fue replicada en represalia por Vladimir Putin y su ministro de relaciones exteriores Sergei Lavrov. El retorno de los embajadores a sus puestos debe ayudar a estabilizar la relación bilateral.
Resuelto el impasse diplomático, la cumbre giró a las fundamentales cuestiones de seguridad y predictabilidad estratégica, básicamente volver a tener altos oficiales de las respectivas fuerzas armadas con experiencia de Estado Mayor, apoyados por diplomáticos de alto rango expertos en negociaciones de control de armas nucleares estratégicas, trabajando para establecer mecanismos confiables y verificables de control de nuevas peligrosas sofisticadas armas, cuyas características reducen el tiempo disponible para articular respuestas, y por tanto levantan crecientes riesgos de guerra por situaciones accidentales en otros tiempos controlables con los instrumentos disponibles a la diplomacia. En toda probabilidad, será necesario revisar los tratados vigentes, y diseñar nuevo marco de referencia para negociaciones de control de armas estratégicas. El enfoque de ambos mandatarios pareciera ir por la búsqueda de acuerdos y resultados tangibles.
Biden tomó la iniciativa en materia de cyber ataques, usando información elaborada por la agencia especializada (U:S: Cybersecurity & Infrastructure Security Agency) dio a conocer 16 áreas consideradas fuera de alcance para tales ataques, si alguna de esas estructuras de energía, agroindustria, agua potable, telecomunicaciones, instalaciones militares de alta tecnología, es blanco de ataques desde Rusia, Estados Unidos replicarán con todos los instrumentos a su disposición. Ambos presidentes parecen haber entendido la necesidad de alcanzar acuerdos verificables en esta materia, es asunto de mutuo interés evitar incidentes de difícil control posterior, se abre un área inédita de negociaciones.
En la perspectiva de los derechos humanos , civiles y políticos, Biden, aparentemente, evitó abrir un frente contencioso, dejando estos asuntos para más adelante. En opinión del Profesor Stephen Sestanovich (Columbia University), citado por la revista Foreign Affairs, no tiene mucho sentido esperar acción en esos frentes, Putin gobierna con base en el poder militar apoyado en inteligencia elaborada por los servicios de seguridad del Estado, la represión a disidentes y opositores es funcional a su régimen. Estados Unidos debe enfatizar estos asuntos con realismo, evitar personalizarlos en políticos como Alexei Navalny (fuerte opositor de Putin hoy encarcelado en Siberia). De todas maneras, Biden hizo saber a Putin que cualesquier daño a Navalny mientras estuviera en prisión, ni hablar si llegase a morir en cautividad, tendría consecuencias.
Finalmente, Biden planteó la cuestión del Cruce Bab al-Hawa, desde Turquía pasando por territorio controlado por el gobierno sirio de Bashir al-Assad con apoyo militar y logístico de Rusia, hasta llegar a territorio controlado por insurgentes apoyados por Estados Unidos; se trata de permitir el paso de asistencia humanitaria. Putin no se comprometió a interceder con el gobierno en Siria.
Esta misma demanda ya la había hecho antes en el Consejo de Seguridad de la ONU, el secretario de estado Anthony Blinken, quien exigió la reapertura de las fronteras cerradas de Al-Yaroubiya y Bab al-Salam. Esto debido a que hasta la fecha Bab al-Hawa ha sido el único cruce humanitario autorizado por la ONU en Siria.