Por Roberto Mejía Alarcón

Resulta doloroso. Es verdad. Somos parte de una nación de gente miserable. La diferencia está en que hay aquellos que padecen todos los tipos de marginación, de abandono, de olvido.

La sociedad no muestra mayor preocupación por estos connacionales, lo cual explica por qué hay gente que no tiene nada para comer, que pasan sus días en covachas de esteras y cartones y, lo que es peor, integrando un sector donde el analfabetismo es total.

En el otro extremo se encuentran los que tienen de todo, incluyendo el poder político y el poder económico. Ese grupo está conformado por seres humanos que llevan una vida trivial y frívola, que evalúa muy epidérmicamente y en situaciones electorales, el ambiente social del conjunto de la población.

Está marcada diferencia se está observando a plenitud en el proceso culminante de la elección presidencial realizado en Perú el pasado 6 de junio.

Quien ha surgido como candidato desde su habitual escenario de maestro rural y dirigente gremial, mantiene una actitud serena y una voz convocante a la calma, a la espera de que los organismos jurisdiccionales decidan lo que es de justicia, con pleno respeto a la voluntad popular.

Quien ha surgido como candidata de un mundo incierto, alentada por la creencia de ser heredera política de su progenitor, un autócrata, (Alberto Fujimori ex presidente y hoy en prisión) que ha sido respaldada por los sectores más conservadores, amadrinando inclusive perversas acciones psicosociales en perjuicio del equilibrio razonable del electorado, está demostrando que para ella “todo vale” para alcanzar sus fines.

Está evidenciando, que el pensamiento ciudadano, ajeno a presiones publicitarias, no le merece respeto. Muestra un vacío moral que forma parte de sus antecedentes. Vive su individualismo, está padeciendo los cambios bruscos de su voluble estado de ánimo. Todo ello le llena de desconcierto y de temor que se repita por tercera vez la aventura de no recibir el respaldo mayoritario de la nación. Una lástima porque se ha puesto al servicio de quienes están cegados por el egoísmo y la injusticia.

En este estado de cosas, cuando el futuro inmediato del país está en juego, es menester comprender que hay un camino por emprender. Tiene el membrete de urgente.

Por eso lo razonable es tener paciencia, tal cual es notorio precisamente en los sectores más empobrecidos en lo material, que esperan con optimismo, opciones configuradas por libertades que históricamente se les ha negado. La serenidad es indispensable. Lo repetimos. Esa actitud, tarde o temprano será la ruta a seguir para alcanzar ese anhelo largamente esperado, de reconocer que toda persona humana goza de la misma dignidad por el solo hecho de ser persona.

Lo anterior resume en parte el significado de las expectativas de los ciudadanos que, realmente, desean en términos democráticos que haya un cambio sustancial en las relaciones políticas, económicas y sociales entre peruanos. Se trata de un principio ético fundamental y fundante de que todos somos iguales en dignidad.

Por eso quien no acepte la voluntad del voto electoral emitido por el pueblo, lo que está haciendo no es otra cosa que de ponerse de espaldas a la realidad nacional. Ello conduciría a conclusiones nefastas. Por ejemplo, la ley de la selva donde sobrevive el más fuerte y que con frecuencia abusa y atropella al más débil.