Por Roberto Mejía Alarcón (*)

A partir de la fecha se abre un espacio de reflexión en el país. Reflexión política y económica que permita la atención pronta y segura de la deuda social que, hoy en día, afecta a un 30% de la población en estado de pobreza y a un 33% en situación de vulnerabilidad. La culminación del proceso electoral marca un nuevo tiempo y este tiene como epígrafe la urgencia del dialogo social.

La confrontación de ideas forjadas con visiones distintas de la realidad nacional, de izquierda y de derecha, obliga ahora a una suerte de pausa seria y responsable, si es que efectivamente existe la voluntad política de cumplir con lo prometido. Esto significa guardar las “hachas y otras armas vedadas” que se utilizaron, hasta con crueldad, en los enfrentamientos de la segunda vuelta del proceso electoral. No más insultos, no más descalificaciones, no más divisionismo entre peruanos. La hora actual obliga a colocar la bandera blanca de la paz. Es lo sensato para iniciar un camino constructivo, propositivo, completamente distinto a esa perversa “tradición” de marginación, discriminación y olvido en perjuicio de las grandes mayorías nacionales.

La historia mundial hace referencia a este respecto, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, con el consiguiente éxito en el crecimiento económico y el desarrollo de instrumentos que favorecieron la equidad y solidaridad. Tanto trabajadores como inversionistas interactuaron con los poderes públicos y contribuyeron a configurar un modelo de sociedad en el que la igualdad formal ante la ley – propia del Estado de Derecho – avanzaron hacia la igualdad material. Este paso es de suma importancia, aunque tengo el temor que habrá voces que considerarán lo dicho como un hecho obsoleto que no conjuga con la realidad de hoy. Sería lamentable.

Podríamos ser autocríticos si demostramos que no somos capaces de establecer las pautas de un fructífero dialogo social, cuando observamos que además del Poder Ejecutivo el país será gobernado también por el Poder Legislativo. Este último ojalá no caiga, dada su fragmentación en el aplauso fácil, en la confrontación inútil y en la ausencia de la razón y del mensaje serio. Esto podría desembocar en una nueva polarización de índole política, desvinculada y hasta empantanada, provocando así la ingobernabilidad, que es lo que no desea la ciudadanía.

El dialogo social abre la posibilidad a que los interlocutores sociales asuman la responsabilidad que les corresponde, para aportar ideas y acciones que alienten el comienzo de una nueva forma de hacer política en el país. Por supuesto, no se trata de esperar en lo inmediato resultado positivo. Más bien corresponde esperar acuerdos con fuerza vinculante, con una actitud proactiva que destierre en definitiva las posiciones hostiles al dialogo social. Este es el año de celebración del bicentenario de la independencia política. El país ya no es una colonia en ese sentido. Y, sin embargo, en lo social está muy marcada la devaluación de las condiciones de vida y de trabajo y a las políticas de desarrollo de descentralización de las regiones que están ubicadas más allá de la capital de la república.

No se puede negar que, además, de las crisis que enfrentamos en lo económico, político y social, existen males como la corrupción y el crimen organizado, al igual que la falta de atención a la salud pública y promoción del empleo digno. Es una enorme problemática y ello, a pesar de todo, tiene posibilidad de respuesta, siempre y cuando se tome en consideración la trascendencia del dialogo como medio para la recuperación de la credibilidad y legitimidad de la clase política. Un fracaso más solo servirá para hundir tanto el presente como el futuro de un país que exige fortaleza económica y sobre todo fortaleza social.

La situación es paradójica. Por un lado, se evidencia un clima de resentimiento por los resultados del proceso electoral. Por otra parte, el reclamo masivo de transformar la realidad social y económica. Sin embargo, la inmensa mayoría de las opiniones considera que ha concluido la etapa de las confrontaciones y del discurso inútil. Vale decir que se debe pasar de la promesa a la acción.

(*) El autor es Presidente de la Asociación Nacional de Periodistas del Perú (ANP) y por años columnista de KRADIARIO.