Por Walter Krohne

América Latina ha entrado a una etapa en que se están agotando los sistemas de desarrollo defendidos por políticos y teóricos especialmente de la derecha económica y que han terminado al final de cuentas en una gran frustración para una mayoría de habitantes que no pueden disfrutar del sistema en la forma en que lo hacen los sectores más adinerados. Estos últimos han podido llegar a disfrutar de muchas ventajas en cuanto a bienes diversos o viajes y otras comodidades, lo que no ha llegado en muchos años para las clases menos acomodadas y medias, mientras los más pobres han recibido muy poco o casi nada.

Y justamente este proceso ha permitido que los más acomodados puedan costear una mejor educación y una mejor salud para sus hijos, lo que con los años ha ido produciendo una marcada división social entre “ricos y pobres”, porque los hijos de los primeros ricos son ahora mucho más ricos todavía, mientras que los que al inicio eran pobres, algunos  han mejorado un poco, pero en general siguen en la misma posición o nivel social y laboral que antes.

Así ocurre que el famoso “chorreo” de los “chicagoboys”  no ha sido tal y estuvo alejado o muy alejado de los sectores que menos recibieron o reciben. Los ricos tuvieron desde un comienzo la posibilidad de caminar por la senda del enriquecimiento y una parte de la clase media pudo, con mucho esfuerzo, llegar a entrar al mundo de los más acomodados pero a costa de pagar mucho dinero por los servicios (salud, previsión social  y educación, principalmente, como también en impuestos).

Aquí se habla y se debate sobre los puntos que originaron el quiebre, reflejado en los denominados “estallidos sociales”, como el alza del precio del metro en Chile y la reforma tributaria, al parecer mezquina y desigual diseñada en el caso de Colombia. Sin embargo ambos ejemplos no son para nada la causa real del malestar general; fueron estos hechos solo la chispa que encendió la llama del gran incendio tras una larga historia de irregularidades, “mezquindades” y aprovechamientos de los más poderosos, como también de políticos inescrupulosos, que ambos pueblos han tenido que sufrir por años en ambos países.

Esta situación de quiebre y el aporte increíble de las redes sociales bastaron para hacer explotar socialmente a ambos países con una violencia que no se había visto antes en las calles de las grandes ciudades.

“Hay que romper las instalaciones públicas para que les duela  (a las autoridades y poderosos) y no se olviden de lo que puede volver a suceder si los problemas no se resuelven en beneficios de todos y especialmente de los más pobres”, decían carteles que las masas activas y enfurecidas  colgaban en distintos lugares de los sectores más urbanos.

Entre octubre a diciembre de 2019 y parte del 2020 le tocó fuerte a Chile, especialmente a Santiago, pero también a todo el país. Ahora, en abril-mayo miles de ciudadanos en Colombia han salido a las calles para exigir un cambio, similar al chileno. Los problemas de estas dos naciones son parecidos en el plano socioeconómico con el neoliberalismo, principalmente Son problemas agudos que muchas veces han sido  calificados de históricos y como «puntos de quiebre» en el devenir de estos países. Colombia lleva ya doce días de protestas y los chilenos seguiríamos en los mismo desde 2019 si no hubiese sido por la pandemia. Y esto se puede repetir en Chile en cualquier momento (las redes sociales están allí al servicio de la rebeldía nacional y los políticos son muy lentos o tienen pocas ganas de resolver).

En Colombia negocian con los sindicatos, lo que en Chile ocurría antes, pero ahora la salida parecería ser una nueva Constitución, porque la actual es todavía, a pesar de las numerosas modificaciones una “herencia” del dictador y militar Augusto Pinochet.

Y precisamente en Chile el punto central de la actual y pasada «mala» convivencia es en gran parte que este país no haya podido superar nunca las barbaridades cometidas en materia de derechos humanos por un régimen militar como el de Pinochet que murió traquilo y en la más plena impunidad. Este punto nunca se ha resuelto y que ahora Chile espera cambiar con la redacción de una nueva Carta Magna.

Pero aquí también tienen responsabilidades ex políticos concertacionistas y dirigentes pinochetistas que permitieron el retorno de Pinochet a Chile desde Londres después que el general fue detenido por orden del juez español Baltasar Garzón para que fuera juzgado en España. El astuto general regreso a Chile, ayudado por sus seguidores y el gobierno de la época que prometió al mundo que éste iba a ser procesado y condenado en Chile, lo que nunca ocurrió. Creo que este infortunio histórico seguirá acompañando a Chile por muchos años más,  a pesar de la nueva Constitución que comenzará a redactarse tras la elección de los constitucionalistas el 15 y 16 de mayo próximos.

Igual que lo que ocurrió en Chile, Colombia también va a tener que responder frente a múltiples violaciones a los derechos humanos porque las policías antidisturbios de ambos países tienen problemas de caer en una violencia excesiva al enfrentar a grupos de manifesrtantes enfurecidos en las calles. Faltan equipos; falta preparación.

Ahí están los muertos registrados en Chile y los de Colombia que ya se acercan a un medio centenar en sólo dos semanas.

Otro punto comparable en ambos países latinoamericanos es la falta de diálogo político real y efectivo en momentos cruciales, a pesar que en Chile se esta dando de urgencia entre el oficialismo y solo parte de la oposición, que está por la paz y no por la guerra permanente.