Por Juan Cuvi
La llegada a la presidencia de Guillermo Lasso, un político y banquero conservador, marca un giro a la derecha en el país. El resultado muestra la resistencia al correísmo y el peso del voto nulo impulsado por el movimiento indígena, y abre un complejo escenario con un presidente alineado ideológicamente con el neoliberalismo.
El proceso electoral de 2021 será recordado por una anomalía: en la segunda vuelta terminaron participando tres candidatos, en lugar de los dos oficialmente proclamados por la autoridad electoral. En efecto, las denuncias de fraude presentadas por el candidato del Movimiento Pachakutik, Yaku Pérez, lo colocaron en la práctica como un tercer contendiente en el balotaje. Y no porque con su decisión haya podido inclinar la balanza en favor de uno de los dos finalistas este 11 de abril, sino porque con su propuesta de votar nulo les disputó a ambos la votación. Con casi 97% escrutado, Guillermo Lasso, del movimiento Creando Oportunidades (CREO), se imponía con 52,52% de los votos frente a 47,48% del correísta Andrés Arauz, y el voto nulo rondaba el 17% (ya incluso en la primera vuelta había sido elevado).
Aunque formalmente fue imposible demostrar el fraude denunciado en la primera vuelta electoral, hay indicios que abonarían los cuestionamientos. Basta señalar los más relevantes para entender la magnitud del hecho: en la noche del 7 de febrero, la presidenta del Consejo Nacional Electoral (CNE) anunció en cadena nacional que Pérez había pasado a segunda vuelta detrás del joven Arauz, ex-funcionario de Rafael Correa; hasta el día siguiente, la votación confirmaba una tendencia irreversible en favor del candidato de Pachakutik; no obstante, esta diferencia fue revertida gracias a la inclusión de última hora de miles de urnas en la ciudad de Guayaquil, un bastión de la derecha con pésimos antecedentes respecto de la transparencia electoral.
Lo más llamativo fue el alineamiento del candidato y la jerarquía correísta con la tesis de Lasso. El propio expresidente Correa se manifestó abiertamente, desde Bélgica, en contra de las denuncias de fraude y ratificó la decisión final del CNE. A primera vista, la explicación para esta postura es simple: en las simulaciones electorales para la segunda vuelta, Pérez derrotaba ampliamente a Arauz, mientras que este tenía mejores opciones frente a un banquero conservador como Lasso.
El éxito electoral de Pachakutik en la primera vuelta (el partido tendrá el segundo mayor bloque en la Asamblea Nacional) y las sombras de irregularidades establecieron una clara línea de demarcación con la política convencional. Si Lasso apareció como expresión de la vieja política oligárquica, Arauz lo hizo como manifestación de una política en franca descomposición. En ningún momento pudo poner distancia con la imagen de corrupción adosada al correísmo.
Sin embargo, Lasso revirtió la tendencia. En este marco, y a la luz de los resultados del 11 de abril, se puede sacar una primera conclusión: quien hizo bien los cálculos fue la derecha, no el populismo correísta. El empecinamiento de Lasso en pasar a la segunda vuelta, inclusive violando su palabra, tiene una justificación: sabía que, pese a la amplia diferencia conseguida en la primera vuelta (32,7% a 19,7%), Arauz era un candidato vencible. No solo por su pobreza discursiva, por su docilidad y por el desprestigio del correísmo, sino porque los estrategas de campaña de Lasso, con Jaime Durán Barba a la cabeza, tenían algunos ases bajo la manga.
El punto de inflexión en la carrera presidencial se produjo con el debate entre los dos candidatos finalistas. Desde la candidatura de Lasso sabían de las insuperables limitaciones de Arauz en ese terreno. Su flojo desempeño en el primer debate obligatorio, antes de la primera vuelta, anticipaba una situación desventajosa para el candidato del correísmo.
Así, a pesar de ser un mal candidato, Lasso pudo inclinar los resultados a su favor. Además, utilizó una artimaña retórica que se volvió demoledora. La frase «Andrés, no mientas otra vez», con la que martilló el debate, inundó en pocas horas tanto las redes sociales como el ambiente político.
El recurso de la campaña sucia fue manejado con mayor efectividad por la candidatura de Lasso, a partir de una constatación muy simple: al candidato de la derecha era muy difícil sacarle unos trapos al sol que el país conoce desde su primera contienda electoral. Que es banquero, que es millonario, que tiene propiedades, que es neoliberal, que es ultraconservador, que colaboró con distintos gobiernos, que aprobó políticas proempresariales… nada nuevo sobre lo cual generar una visión negativa adicional.
Contrariamente, el joven Arauz fue demasiado vulnerable en ese campo. Su principal dilema fue tratar de poner distancia con los lastres del gobierno de Rafael Correa sin romper con el correísmo.
Pobre Ecuador, ya en Chile conocemos el fracaso de un gobierno de derecha pro neoliberal, el lazo que atrapó el Gobierno fue gracias a un rival como Arauz, mal candidato que arrastraba el lastre de la corrupción correísta.