Por Roberto Mejia Alarcón
En setiembre del año pasado su principal objetivo era obtener un escaño en el Congreso de la República. Ahora, en abril de estos días, tiene fundadas esperanzas de convertirse en Presidente Constitucional de la República. Me estoy refiriendo a José Pedro Castillo Terrones, tal el nombre que figura en la partida registral del caserío chotano de Puña, Tacabamba, en Cajamarca. El 18, 6 por ciento obtenido a “boca de urna”, luego del cierre de las ánforas electorales el reciente domingo y el conteo hasta la medianoche, le otorgan esa expectante posibilidad.
Pedro Castillo, que es como se le conoce en los predios de la Federación Nacional de Trabajadores de la Educación- FENAFE- organización forjada por quienes afrontan discrepancias de forma con el Sindicato Único de Trabajadores de la Educación del Perú-SUTEP-, en realidad es un militante de corta data en el “Partido Perú Libre”. Llegó allí, sin conocer su destino, por la cercanía de un dirigente del magisterio con Vladimir Cerrón, quien apuntaba como el candidato natural de esa agrupación y que no logró ese propósito, debido a la vigencia de una sentencia de prisión suspendida e inhabilitación para ejercer cargos públicos. Sus antecedentes políticos, su verbo pausado pero radical y de escasa retórica, sobre todo durante la conducción de la huelga magisterial del 2017, hicieron posible que pasara en el complejo escenario político, de telonero a actor principal de esa colectividad de izquierda marxista.
Lo anterior no significa que Castillo sea un novato en este menester. Quienes están en su entorno explican que sabe cómo aplicar sus movimientos tácticos y las estrategias para lograr sus objetivos. Por eso, no dejan de citar que en la reciente campaña simplemente diseñaron un plan que factible de “trasladar el poder al pueblo”, mediante un juego de ajedrez que significaba hacer movimientos meditados desde el campo a la ciudad. De allí que mientras los demás candidatos, dieciocho en total, agotaban recursos económicos buscando el aplauso ciudadano en plazas públicas y calles céntricas, él optó por reunirse con las comunidades campesinas, con sus camaradas del magisterio que le son afines y dirigentes políticos que comparten la idea de cambiar la gobernanza, calificada de conservadora, tradicional y corrupta.
El discurso empleado no tiene nada de novedoso. En elecciones anteriores lo han empleado otros candidatos sin mayor resultado. La diferencia está en el acierto de una oportunidad posiblemente no buscada, pero alumbrada por la diosa fortuna. Entre esas promesas está el cambio de la Constitución Política, estatizar los sectores estratégicos, indultar a Antauro Humala, poner fin al Tribunal Constitucional y acabar con los jueces inmorales. Expresiones distantes a las de los otros candidatos que personifican la política calificada de trasnochada y que han conducido a la voluntad popular por un camino que los encuestadores no esperaban.

Keko con su padre el ex presidente Alberto Fujimori, hoy en prisión.
Esta es a grandes rasgos una breve interpretación de lo sucedido el domingo 11, en un país en donde la población sufre las consecuencias de un sistema sanitario pésimo, incapaz de atender las terribles consecuencias de la pandemia de la Covid-19 y sus variantes, que además vive insegura y amenazada día y noche por una delincuencia asesina, sin posibilidades de atender adecuadamente la mesa diaria por la falta de dinero y con una clase política indigna de ser respetada y considerada como tal.
Como furgón de cola se observa la presencia de Keiko Fujimori y Rafael López Aliaga, un poco más atrás Hernando de Soto y el gran perdedor de la jornada Yonhy Lescano, quien incluso no pudo superar al cajamarquino, en Puno su tierra natal. ¿Entre ellos encontrarán una impensada coalición? No se sabe por el momento. Castillo ha dicho en Tacabamba que su lucha continúa, que aún está a medio camino en ese trajín y que no tocará la puerta de gente con intereses cerrados. La segunda vuelta electoral tiene ahora a los electores ante un gran compromiso.