Por Alejandra Pataro
Primero, una mirada a los hechos y los números: 155 toneladas de cocaína, heroína, metanfetaminas y marihuana traficados a Estados Unidos durante un cuarto de siglo. Negocios con las FARC. Creación de compañías para exportar droga a Europa, Canadá, Australia… Más, fugas de cárceles de máxima seguridad, torturas, asesinatos, ejecuciones de rivales. A dos les prendió fuego, a otro lo enterró vivo. Hablamos de Joaquín “El Chapo» Guzmán, el líder de Cartel de Sinaloa, México.
En 2019, y durante casi tres meses, un jurado de Nueva York escuchó a 54 personas prestar testimonio contra el capo mexicano, el mayor traficante de drogas del planeta. Fue un viaje fascinante al interior de uno de los mayores y más violentos carteles narco, relatado por sus propios protagonistas: hampones, narcos, guardaespaldas y amantes.
Ergo, Guzmán terminó entre rejas y pasará el resto de sus días recluido en una prisión de máxima seguridad de Estados Unidos.
Con tanto horror y sangre desparramada, cuando el diario Clarín de Buenos Aires entrevistó esta semana a la joven abogada portorriqueña Mariel Colón Miró (28), quien aún hoy es parte de la defensa de «El Chapo» Guzmán, soprendió el “cariño” que le profesó. Lo llamó un «hombre caballeroso». Muy educado. Muy respetuoso. Y admitió que cuando alguien, que como ella, tiene que pasar tantos días junto a su defendido, al final le toma aprecio.
“Con clientes como Epstein y Guzmán una pasa tanto tiempo y tantas horas al día por tantos meses o años, que de cierta manera le vas a tomar aprecio” .
Sí, Colón Miró también defendió a Jeffrey Epstein, otro individuo nefasto, preso por abuso de menores, y que terminó muerto en prisión bajo circunstancias poco claras. Suicidio, dice la versión oficial. Asesinato, dice la otra versión.

Donald y Melania Trump, junto a Jeffrey Epstein y Ghislaine Maxwell, en Florida (EE UU), en 2000.
Mariel Colón defiende además a la mujer de El Chapo, Emma Coronel, con quien también comparte una cercana amistad.
La joven abogada penalista de carrera vertiginosa (comenzó a los 25) no juzga. Defiende. Las aberraciones que acarrean sus defendidos no son su problema. “No soy Dios”, dice. “Yo solo presto un servicio”.