Por Enrique Fernández

Tomás tenía tres años cuando desapareció en un sector rural de Arauco, en el sur de Chile. Domingo Eloy también tenía tres años cuando desapareció en la zona altiplánica de Alcérreca, en el norte del país y cerca de la frontera con Perú.

El rastro de Tomás, en el sur, se desvaneció al anochecer del 17 de febrero, cuando acompañaba a su tío abuelo a guardar las vacas y terneros. El campesino Jorge Eduardo Escobar llegó a la casa sin su sobrino nieto y ahí surgieron las primeras sospechas. Acosado por las preguntas de la familia no supo explicar qué había ocurrido. Relató que dejó solo al niño para recuperar unos animales que se escaparon del rebaño, pero cuando volvió al lugar donde lo dejó, Tomás no estaba.

«Salí con él a buscar los terneros y las vacas –recordó- y en eso recorrimos el campo entre los dos, yo con él, de la manito. Y después me tocó echar las vacas para acá y lo dejé a él parado en una parte, y en esa parte yo me metí para abajo y después, cuando volví, no lo encontré».

“¡Cómo le voy a hacer una cosa así a mi huachito!”, se defendió más tarde, para desvirtuar las sospechas en su contra.

Drama en el altiplano

El rastro de Domingo Eloy, en el norte, se perdió al anochecer del 23 de julio de 2007, mientras acompañaba a su madre, la campesina aymara Gabriela Blas, que se ganaba la vida pastoreando una tropilla de llamas. Caminaba ese día detrás de los animales con su hijo a la espalda, envuelto en un aguayo de lana de vivos colores. De pronto se sobresaltó al ver que dos llamas se habían escapado. Al precio de 30.000 pesos cada una, el sueldo de dos semanas no le alcanzaría para reponer la pérdida a su dueño. De modo que decidió ir a buscarlas.

Sentó al niño sobre el aguayo, lo cubrió con una manta y le dijo:

– Domingo: el llamo se quedó atrás. Tengo que ir a buscarlo y me vas a esperar, ¿ya hijito?

– Ya mamá, pero vuelve rápido –respondió él, en su incipiente lenguaje de párvulo,

Cuando Gabriela regresó, el pequeño no estaba. Y no lo volvió a ver nunca más.

Desenlace en el sur

En el sur, tras la desaparición de Tomás, se inició una intensa búsqueda en la que participaron cientos de carabineros, infantes de marina, militares, bomberos y un avión de la Fuerza Aérea dotado con la última tecnología para rastrear la zona desde el aire, apoyado por las imágenes que entregaba el satélite Fasat Alfa. La tarea concluyó 10 días después de la desaparición de Tomás, cuando su cuerpo apareció semi oculto en una zanja en medio del campo, entre las ciudades de Arauco y Lebu.

Jorge Eduardo Escobar, su tío abuelo, fue detenido y acusado de homicidio. Al conocer la noticia, manifestantes enfurecidos apedrearon las oficinas de la Policía de Investigaciones en Lebu y el tío abuelo debió ser llevado a Concepción, para preservar su seguridad.

“Todo Chile exige y merece justicia”, declaró el presidente Sebastián Piñera.

El otro desenlace

En el norte, tras la desaparición de Domingo Eloy la pastora Gabriela lo llamó a gritos en medio de la pampa. Sólo el viento cada vez más helado respondió a sus llamados, mientras la temperatura descendía varios grados bajo cero.

Esa noche de luna nueva Gabriela Blas volvió a su casa sin su hijo y a la mañana siguiente, cuando fue a denunciar su pérdida al retén de los Carabineros de Alcérreca, quedó detenida.

El cuerpo de su hijo apareció 17 meses después, en diciembre de 2008, a 18 kilómetros de distancia del lugar en que lo dejó.

En los dos juicios que siguieron, la pastora fue acusada de abandonar al niño “con resultado de muerte”. Condenada a 1o años de prisión en abril de 2010, fue llevada hasta la cárcel de Acha, en Arica, desatando el apoyo de organizaciones sociales y feministas que exigían su libertad.

A mediados de 2012, Gabriela Blas recibió el indulto del presidente Piñera, en su primer gobierno, y seis años después, en enero de 2018, el Estado chileno le ofreció disculpas públicas y llegó con ella a un acuerdo de reparación, durante el segundo gobierno de la presidenta Michelle Bachelet.