Por Martin Poblete
George Pratt Shultz (1921-2021) aparece en la foto de portada con su esposa Charlotte.
Recientemente falleció quien fuera uno de los más importantes Secretarios de Estado de Estados Unidos en la segunda mitad del Siglo XX, junto a Dean Acheson, John Foster Dulles, Henry Kissinger, y James Addison Baker. Veterano de la Segunda Guerra Mundial, participó en toda la Campaña del Pacífico con los U.S. Marines.
Terminado el conflicto, dedicó su atención a cursar estudios de educación superior en economía, pregrado y maestría en Princeton University, doctorado en el MIT. Mantuvo una larga asociación, de toda una vida, con la Hoover Institution de Stanford University.
En negocios, tuvo prolongada relación con la transnacional de ingeniería y tecnología BECHTEL Corporation; al momento de su designación en el cargo de Secretario de Estado, era Presidente y principal ejecutivo financiero de dicha empresa.
En el gobierno del Presidente Richard Nixon (derecha) sirvió los cargos de Ministro del Trabajo y, particularmente, de Ministro de Hacienda /Secretary of the Treasury.
Shultz era persona de fuertes convicciones en ideología y política, en discurso pronunciado en Stanford en septiembre de 1979 dijo «El sistema soviético no podrá sobrevivir, es incompetente. La libertad será victoriosa en la lucha ideológica global contra el comunismo.»
Conoció a Ronald Reagan cuando éste era Gobernador de California, en 1974. Más adelante, en 1978, a petición de Reagan, invitó a un almuerzo en su residencia para presentarle a Milton Friedman y Alan Greenspan, a quienes Reagan no conocía.
En febrero de 1981 fue designado Director del Consejo Asesor Económico del Presidente Reagan, con sede en la Casa Blanca. Cuando se dio a conocer la renuncia del entonces Secretario de Estado General (R) Alexander Haig, Shultz estaba en Londres en su calidad de principal ejecutivo de BECHTEL, dónde fue contactado el viernes 25 de junio de 1982; en conversación telefónica sin precedentes para este propósito, el Presidente Reagan le ofreció el cargo de Secretario de Estado, el cual asumió al día siguiente en el retiro presidencial de Camp David; en esta capacidad, Shultz tuvo rol clave en el diseño de las políticas hacia la dictadura militar en Chile durante la década de los 1980.
La información está en sus memorias, Triumph and Turmoil, Charles Scribner’s Sons & Maxwell Macmillan International, New York / Oxford / Singapur 1993; en dos extensos artículos publicados en Foreign Affairs en la década de los 1990; y en sus apuntes políticos Policy Notes en el Archivo de la Hoover Institution.
En un comienzo, Shultz estuvo por «Trabajar con el régimen encabezado por Pinochet, apoyar su éxito económico, ver forma de generar cambios graduales hacia el restablecimiento de la democracia»; en esta línea seguía las recomendaciones del Embajador Everett Briggs, del área de diseño y planificación de políticas en el Departamento de Estado.
En marzo de 1985, según apuntes en las Policy Notes también elaboradas en sus memorias, Shultz cambió su enfoque «Finalmente entendimos a Pinochet, no quería cambiar, no quería cambios. Pero él, Pinochet, no nos entendió a nosotros, queríamos un gobierno diferente, encabezado por un presidente elegido bajo el imperio de la ley». Empezó un intenso diálogo con el Consejo de Seguridad Nacional en la Casa Blanca, «Pinochet y su régimen eran una complicación, pero en el contexto de la Guerra Fría estaba de nuestro lado». En ese momento, Estados Unidos y la entonces Unión Soviética se hallaban en medio de dura confrontación política sobre la cuestión de Polonia, los americanos apoyaban abiertamente al Movimiento Solidaridad, pero necesitaban coherencia con otras políticas, surgió la necesidad de matizar el tono en Chile, Shultz entendió que eso pasaba por cambiar al mensajero.

Schulz junto a Henry Kíssinger.
A la sazón, en abril de 1985, Harry G. Barnes, distinguido diplomático de brillante carrera profesional, se desempeñaba en el prestigioso cargo de Embajador en India; con la anuencia del Presidente Reagan, Shultz le pidió trasladarse a la Embajada en Santiago para ejecutar un cambio de política con tres puntos básicos: 1. Mantener el apoyo a la política económica; 2. Exigir respeto por los derechos humanos y los derechos civiles y políticos; 3. Gestos creíbles de cambio hacia la restauración de la democracia. La gestión del Embajador Barnes daría para varios artículos.
En los meses de septiembre y octubre de 1986, tuvo lugar extensa discusión de análisis y evaluación de políticas hacia Chile, el grupo de trabajo lo encabezó George Shultz, estuvo integrado por los embajadores Elliott Abrams, Secretario de Estado Adjunto para Asuntos Interamericanos; y Richard Schifter, Secretario de Estado Adjunto para Derechos Humanos; a ellos se agregaron sus respectivos asesores, dos altos funcionarios del Consejo de Seguridad Nacional en la Casa Blanca, y la importante opinión desde la distancia del Embajador Harry G. Barnes. Los latinoamericanistas especializados en la cuestión chilena, Paul Sigmund, Arturo J. Valenzuela, y los demás, todos con estrechos lazos en el Partido Demócrata, han ignorado este asunto en numerosos artículos y libros. Sería interesante saber si la Cancillería chilena de la época tuvo conocimiento de tal desarrollo.
En marzo de 1987, en la sede de las Naciones Unidas en Ginebra, en el marco de la reunión anual del ECOSOC, el gobierno de Estados Unidos patrocinó un proyecto de resolución ante la Comisión de Derechos Humanos en el cual se exigía el fin de la tortura y de las violaciones a los derechos humanos en Chile, asimismo se pedía, en lenguaje inequívoco, restablecer la democracia. La resolución fue aprobada con el voto unánime de los cuarenta y tres integrantes de la Comisión de Derechos Humanos, el procedimiento fue personalmente supervisado por el Embajador Richard Schifter. El resto es historia.
George Shultz se mantuvo lúcido hasta los últimos años de su vida. En 2019 publicó un artículo en Foreign Affairs, advirtiendo el riesgo de permitir escalar, por falta de atención oportuna, los conflictos de alto riesgo en los mares regionales del Océano Pacífico en las costas de China, aludía al conflicto sobre las Islas Senkoku entre China y Japón, y especialmente a la cuestión de Taiwan. Su opinión, antes siempre influyente, esta vez no tuvo la consideración del Presidente Donald Trump, tampoco del entonces Secretario de Estado Mike Pompeo. Otros tiempos con otra gente.