Este sábado se podría tener una respuesta más clara con respecto al juicio (impeachment) contra el ex Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en el Senado en Washington, quien ha sido acusado de llamado a la insurrección y de no acatar fielmente la Constitución. Esto por el asalto al Capitolio por hordas trumpistas ocurrido el último 6 de enero.

Mientras tanto Trump sigue jugando golf en su casa de Florida al parecer sin siquiera inmutarse.

Para condenarlo, los demócratas requieren de 12 votos republicanos, lo que es posible de lograr. Sin embargo algunos analistas señalan que en el sector republicano podría darse (y desde ya se está dando) una lucha a todo dar para evitar que Trump sea condenado de por vida a no poder asumir ningún nuevo cargo público en Estados Unidos. Esto no significa que varios senadores republicanos condenen fuertemente los incidentes del 6 de enero después de un discurso que pronunció Trump ese mismo día que ha sido interpretado como un llamado a la violencia a sus partidarios (trumpistas).

De darse así las cosas, seria un final  demócratico significativo pero constituiría la ruina para el Partido Republicano, porque las bases partidarias apoyan decididamente a Trump.

En otras palabras, para los republicanos la condena sería peligrosa porque podría signficar la reducción al mínimo de este partido, al punto que hasta podría desaparecer.

Otros hablan que los partidarios o seguidores de Trump podrían buscar una salida a su futuro político creando un nuevo partido de centroderecha en Estados Unidos.

Como escribe el diario El País de España el «impeachment»  transcurre dejando escasas dudas sobre la absolución del magnate, dado el apoyo mayoritario de los republicanos, pero también sobre el fin último de este juicio: una declaración de repudio político, una alarma a la opinión pública, una catarsis nacional.

Los demócratas que ejercen la acusación se han servido de un arsenal de violentas imágenes del asalto al Capitolio el 6 de enero, muchas de ellas inéditas hasta ahora, mezcladas con los mensajes incendiarios de Trump para dejar sentenciada, al menos, para la historia, la forma política que él representa.

Este jueves, los gestores del impeachment, el grupo de congresistas demócratas enviados por la Cámara de Representantes para actuar como fiscales, concluyeron su argumentación poniendo el foco en la actuación del mandatario durante aquel 6 de enero, el día en que se produjo el ataque.

Las hordas de seguidores del republicano, acusado de incitación a la insurrección, logró interrumpir la sesión del Congreso que debía confirmar la victoria electoral de Joe Biden, que se retomó por la noche, con el país conmocionado, y certificó la elección del demócrata como presidente.

Uno de los gestores del impeachment y oradores Jaime Raskin (fotro izquierda), denunció la “falta total de remordimiento” de Trump y recalcó que el mandatario “sabía exactamente lo que hacía” y el efecto que causaría con sus palabras cuando instó a los manifestantes a marchar hacia el Capitolio y “luchar como el demonio” para recuperar el país. “Si no ven en esto un delito grave, ustedes estarán estableciendo un nuevo umbral terrible para la malvada conducta presidencial”, resumió.

Raskin, un congresista demócrata por Maryland,  se levantó la mañana del pasado 6 de enero expectante ante lo que se suponía iba a ser un trámite habitual en el Congreso de EE.UU (la Cámara debía certifiucar la victoria de Joe Biden en las elecciones presidenciales del 3 de noviembre). Sin embargo, no se imaginó la jornada sin precedentes que estaba a punto de vivir en el Capitolio.

El congresista Raskin y exprofesor de derecho constitucional actúa ahora como fiscal principal del segundo juicio político contra Trump.

La acusación trató de demostrar que las arengas de aquel día no tenían un sentido figurado, pues responden, según su argumento, a un patrón de comportamiento del expresidente respecto a la violencia —la violencia literal— que viene de antiguo. En esa línea, Raskin expuso fragmentos de mítines de Trump de 2015 y 2016, en los que pedía agresividad contra los detractores que trataban de boicotear el discurso, o sus famosas declaraciones sobre los neonazis que protagonizaron los disturbios de Charlottesville en 2017 (en los que murió una mujer): “Hay gente buena en ambos bandos”. También rescató sus palabras agitando las protestas en Michigan, donde un grupo ultra planeó el secuestro de la gobernadora, la demócrata Gretchen Whitmer.

El primer impeachment al republicano, que concluyó hace un año, se convirtió en un desfile de testigos que describieron una especie de diplomacia paralela del entonces presidente, juzgado por usar el poder presidencial para presionar a Ucrania con el fin de obtener trapos sucios que perjudicasen a sus rivales políticos, con Joe Biden a la cabeza.