Por Alejandra Pataro

 

Destacado del diario Clarín de Buenos Aires

Aquí en Argentina, el debate sobre el aborto rompió las represas del diálogo encorsetado de la pandemia. Y en estos días se habló y se habla de vida y de muerte en los pasillos del Congreso. En España, ocurre un debate similar que también demolió el discurso impuesto por la peste de Siglo XXI: el de la eutanasia (también en Chile).

De uno y otro lado del oceáno ¿se habla de lo mismo? Se habla del derecho a elegir. De no prohibir. De no castigar decisiones humanas y profundamente personales. Decisiones que si no están avaladas por ley pueden costar muy caro, no solo por las condenas que conllevan, sino también porque a la larga se tomarán igual, pero entre callejones secretos, peligrosos y oscuros.

España acaba de dar media sanción a la ley que regulará en qué situaciones es lícito ayudar a morir.

Una de las personas que recordará esta semana, cuando Diputados votó sí a la ley de eutanasia española, será el cirujano argentino Marcos Hourmann, el primer médico en España en ser condenado por practicarla.

Una noche de marzo de 2005, en el hospital catalán donde Hourmann estaba de guardia, llegó Carmen, de 82 años. Llegó acompañada por su hija. Llegó con hipotensión arterial, infarto agudo de miocardio, hemorragia digestiva baja, diabetes descompensada… y dos veces pidió morir. Hourmann la ayudó.

Es raro. Suena raro. Que en estos tiempos de tanta desesperación por la vida, donde el mundo busca vacunas para sobrevivir, debatamos sobre la muerte. Es casi una paradoja, en la que cada uno tendrá su muy respetada y honorable opinión.