Por Enrique Fernández

El episodio ocurrió en Santiago, en marzo de 2011 y figura en las memorias del expresidente de Estados Unidos, Barak Obama, publicadas ahora en España y editadas en 19 idiomas bajo el título de “Una Tierra Prometida”. Ese episodio fue “un buen susto”, como él mismo lo describe, pero nadie advirtió el momento en que sucedió, durante una cena de gala que le ofreció el presidente Sebastián Piñera.

Dueño de un estilo narrativo envidiable, Obama no quiso que este primer volumen de sus memorias circulara antes del 3 de noviembre. Prefirió dejar pasar ese día que marcó la elección del nuevo presidente de su país, sellando el triunfo del demócrata Joe Biden y el fin de la era del republicano Donald Trump.

En 916 páginas, que incluyen decenas de fotografías, el autor expresa desde el título, “Una tierra prometida”, su esperanza optimista en el futuro de Estados Unidos y de la humanidad, pese a la polarización y las tensiones actuales. A un lector chileno puede parecerle familiar la descripción que entrega de estos últimos años, cuando recuerda que “a lo largo y ancho del país, gente de toda clase y condición ha salido a las calles para protestar por la muerte de hombres y mujeres negros desarmados a manos de la policía”.

“Quizá lo más inquietante de todo sea que nuestra democracia parece encontrarse al borde de una crisis –afirma-; una crisis cuyas raíces se encuentran en una contienda fundamental entre dos visiones opuestas de lo que Estados Unidos es y lo que debería ser; una crisis que ha dejado la comunidad política dividida, furiosa y desconfiada, y ha hecho posible la quiebra continuada de las normas institucionales”.

Imposible no asimilar este cuadro con la realidad nuestra, plagada de desconfianzas, degradación de  instituciones, corrupción y pérdida de valores. Pero el expresidente mantiene el optimismo que lo caracterizó mientras gobernó Estados Unidos por dos períodos consecutivos de cuatro años, entre 2009 y 2017. Obama cree principalmente en los jóvenes, “en particular en los de la siguiente generación, cuya convicción en la igual valía de todas las personas parece algo instintivo y su empeño en llevar a la práctica los principios que sus padres y profesores les enseñaron que eran ciertos, aunque quizá sin estar plenamente convencidos de ello”.

“Una tierra prometida” abre sus páginas precisamente a partir de la infancia y juventud del autor, para abarcar su vida personal junto a su esposa Michelle y sus dos hijas. Al hablar de sí mismo admite que le gustan las fiestas y que fue un incorregible fumador, incluso siendo ya presidente, hasta que su hija Malia le puso mala cara y tuvo que dejar el cigarrillo.

Dos años después de asumir la presidencia, Obama realizó una visita oficial a Chile junto a su esposa y sus dos hijas, en marzo de 2011. Pocos días antes, estando en Brasil, autorizó un ataque a Libia, en medio de los conflictos del mundo árabe. Sebastián Piñera, su anfitrión en Santiago, cumplía un año de su primer mandato presidencial y le ofreció una cena en el Palacio de La Moneda. Obama, preocupado por la incursión militar al país del líder libio Muamar Gadafi, no imaginó la sorpresa que le esperaba y así lo cuenta en su libro:

“Tuvimos un buen susto. Nuestra primera noche en Santiago de Chile, Michelle y yo asistimos a una cena de Estado organizada por Sebastián Piñera, el extrovertido multimillonario de centroderecha que había sido elegido presidente apenas un año antes. Estaba sentado en la mesa de honor, escuchando a Piñera hablar sobre el creciente mercado del vino chileno en China, cuando sentí un toque en el hombro y al volverme me encontré con Tom Donilon (asesor de seguridad), que tenía un aspecto aún más estresado que de costumbre.

—¿Qué pasa? —le pregunté.

Se inclinó para susurrarme al oído:

—Acabamos de saber que un caza estadounidense se ha estrellado en Libia.

—¿Derribado?

—Fallo técnico —dijo Tom—. Dos soldados se eyectaron antes de que cayese a tierra, y hemos recogido a uno de ellos, el piloto. Está bien… pero el artillero sigue desaparecido. Tenemos equipos de búsqueda y rescate en las inmediaciones del lugar del impacto, y estoy en contacto directo con el Pentágono; en cuanto haya noticias, se las comunico.

Mientras Tom se alejaba, Piñera me lanzó una mirada inquisidora.

—¿Todo bien? —preguntó.

—Sí, lamento la interrupción —respondí, mientras repasaba mentalmente los escenarios posibles, la mayoría de ellos malos.

Durante los siguientes noventa minutos o así, sonreí y asentí mientras Piñera y su mujer, Cecilia Morel Montes, nos hablaban de sus hijos, de cómo se habían conocido y de cuál era la mejor época del año para visitar la Patagonia. En un momento dado, un grupo chileno de folk-rock llamado Los Jaivas empezó a interpretar lo que sonaba como una versión en español de Hair . Durante todo ese tiempo, estuve esperando sentir otro toque en el hombro. No podía pensar en otra cosa que en el joven soldado al que había enviado a la guerra y que ahora estaría posiblemente herido, había sido capturado o algo incluso peor. Sentía que estaba a punto de estallar. No volví a ver a Tom dirigiéndose hacia nosotros hasta que Michelle y yo estábamos a punto de subir a la Bestia una vez finalizada la cena. Jadeaba ligeramente.

—Lo tenemos —dijo—. Parece que lo recogieron unos libios amigos, y estará bien.

En ese momento tuve ganas de besar a Tom, pero besé a Michelle en su lugar. Cuando alguien me pide que describa lo que se siente al ser presidente de Estados Unidos, pienso a menudo en ese rato que pasé, impotente, en la cena de Estado en Chile…”.