Son pocos los que pueden contar que fueron rehenes de uno de los grupos terroristas más crueles que conoció el Perú. Entre esa minoría se encuentra Francisco Sagasti,  hoy Presidente del Perú como congresista del Partido Morado que asume el alto cargo en medio de una agitada coyuntura de marchas y muertes. Su paso por la residencia del embajador de Japón en Lima se podría considerar como una terrible experiencia que lo preparó para afrontar todo, pero en este caso nos encontramos con una historia que tiene un final diferente.

El 17 de diciembre de 1996 catorce miembros del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) ocuparon violentamente en Lima, en el barrio San Isidro, la residencia del embajador Morihisa Aoki, donde se ofrecía una recepción por el 63º aniversario del nacimiento del Emperador nipón  Akihitopor. En el atentado fueron capturandos un selecto grupo de personalidades. Diplomáticos, empresarios, políticos y al hoy presidente del Perú Francisco Sagasti,  de entonces 52 años,  que ya había sido asesor de ministros y jefe de la División de Planeamiento Estratégico del Banco Mundial.

En una serie de apuntes a modo de diario personal, rescatados por medios de comunicación, Sagasti relata los días de cautiverio en los que surgieron conversaciones con los terroristas, entre ellos Rolly Rojas Fernández, “El Árabe”. A él lo recuerda particularmente por ser el encargado de ficharlo durante la primera mañana, en la que se repartió mortadela y agua.

El hoy Presidente del Perú

El rehén y actual Presidente

El presidente reconoce en estos escritos que “El Árabe” lo identificó como columnista de Caretas, confesando que había leído sus textos con anterioridad. Sagasti, en un gesto casi de cortesía, le responde diciendo que también lo reconoce por los reportes de la radio en la que se hacía mención a su figura. Una vez presentados, Francisco pregunta por la educación del emerretista, curioso por este perfil de lector que presume y descubre que Rolly terminó la secundaria, pero no fue a la universidad. “No necesito ir a la universidad para saber algo, la universidad peruana es mediocre”.

Ese mismo día, Sagasti conocería a Néstor Cerpa Cartolini, que se hacía llamar el “Comandante Huertas”, encargado de darles charlas a los secuestrados, como una clase de colegio, sobre la ideología del grupo terrorista. Al ser consultado por el New York Times para un perfil sobre Cerpa, publicado el 23 de diciembre de ese año, el congresista morado describiría al terrorista como un “sujeto interesante al que quieres invitarle un trago para poder seguir conversando”.

Con Cerpa llegó a desarrollar una confianza lo suficientemente estrecha como para discutir los errores de la toma a la Embajada, llegando a un punto en el que el “Comandante Huertas” le reveló que se arrepentía de haberse dado el trabajo de buscar una ambulancia para camuflar el asalto, ya que no había el nivel de seguridad que ellos esperaban.

Con todo esto en cuenta, no es sorpresa que hayan sido los dos emerretistas mencionados los encargados de la despedida al momento de liberarlo. Fue “El Árabe” el que lo invita a recoger sus cosas para alistarse a salir y entre sus pertenencias incluía su saco y un pedazo de cartón que Sagasti consideraba con ironía como su diploma de rehén. Y se suma Cerpa al final, con quien intercambia un diálogo final que no precisa en sus memorias, más allá del detalle de que fue una conversación que incluía sonrisas y que concluyó con una firma de autógrafos en su improvisado título reciclado de cajas.

Las anécdotas de camaradería entre secuestrados y secuestradores dentro de la embajada no son pocas y Max Cárdenas, presidente de la Federación Médica de Perú en ese entonces, intentó explicar esta conducta afirmando que se estaba instalando el Síndrome de Estocolmo entre todos los involucrados.

Y el mismo Sagasti, en entrevistas recientes en la que le reclaman esta anécdota, ha aclarado que no hay un tema de admiración detrás de su extraño pedido y que entregó el polémico cartón al director de Caretas, Enrique Zileri, como evidencia del rol de Cerpa y «El Árabe» en todo lo sucedido.

De esta forma, se hizo posible que desde hace unas horas tengamos al primer presidente con dos autógrafos bastante difíciles de encontrar y que tal vez no muchos quisieran coleccionar.

El ataque a la residencia del embajador japonés en Lima se convirtió en un secuestro masivo que comenzó el 17 de diciembre de 1996 en San Isidro, Lima, Perú, cuando 14 miembros de la organización terrorista peruana MRTA  tomaron como rehenes a cientos de diplomáticos, oficiales del gobierno, militares de alto rango y empresarios que asistían a la del 63 aniversario del nacimiento del Emperador de Japón Akihito. La ocupación se prolongó por 126 días y el entonces propio presidente peruano  Alberto Fujimori participó en la acción militar (foto arriba, derecha),  como se puede apreciar en la imagen.