Cuando su competidor demócrta Joe Biden marcaba el último fin de semana una ventaja de 8 puntos sobre el presidente estadounidense Donald Trump, quien va a la reelección, el mandatario sugirió este jueves posponer las elecciones presidenciales previstas para el 3 de de noviembre, argumentando la creciente propagación del coronavirus y la actual preocupación sobre posibles irregularidades en el servicio de votos por correo postal.
«¿Retrasar la elección hasta que la gente pueda votar de manera adecuada y segura???», preguntó Trump en un tuit.
«Con la votación universal por correo (no la votación en ausencia, que es buena), 2020 será la elección más imprecisa y fraudulenta de la historia. Será un gran bochorno para Estados Unidos», señaló el Presidente.
Según estudiosos constitucionalistas, incluyendo el National Constitution Center, afirman que las elecciones presidenciales podrían ser pospuestas por el Congreso, es decir la Cámara de Representantes y el Senado, con la aprobación de ambas cámaras, lo que anticiparía un fuerte debate político entre las partes.
De cualquier manera, la Constitución requiere el cumplimiento de ciertas fechas, y entre ellas destaca el inciso que menciona que si el 6 de enero, a la 1 p.m. no hay un presidente electo, la Cámara de Representantes seleccionaría uno y el Senado el vicepresidente, según explica Scott Bomboy, director del National Constitution Center.
El virtual candidato demócrata superó en intención de voto al presidente de Estados Unidos hace un mes y todas las encuestas le dan una ventaja media de más de 8 puntos sobre su rival. La crisis del coronavirus y las protestas raciales le están pasando la cuenta a la gestión del mandatario republicano.
Los cuatro años de Donald Trump han polarizado políticamente a la primera potencia mundial y la cuestión ahora es si el polémico candidato republicano podrá o no revalidar el cargo el próximo 3 de noviembre de 2020. El equipo de Trump asegura que no se fija en encuestas, pero su popularidad se ha desplomado en las últimas semanas.
El virtual candidato demócrata, Joe Biden, se está demostrando como un político con uan propuesta que convence a un sector poblacional amplio y su campaña se está centrando en ello. Su objetivo es atraer al electorado afroamericano, al latino, a las mujeres y a los sectores más izquierdistas de su partido, pactando programa con Bernie Sanders (precandidato demócrata que abandonó la competencias en primarias).
Todas las encuestas de julio dan por ganador a Biden.
La más ajustada por dos puntos, pero la más amplia por hasta 15 puntos. No se daban previsiones de diferencias de dos dígitos entre los candidatos desde las elecciones que enfrentaron a Bill Clinton y Bob Dole en 1996.
Donald Trump se sigue aferrando a su electorado base, que es mucho más limitado que el de su rival. La población que vota mayoritariamente a Donald Trump es blanca, suelen ser hombres y, en muchos casos, sin estudios superiores. Pero no tiene asegurada la victoria ni en estados habitualmente de voto republicano que le dieron la victoria en 2016.
En el estado de Florida
En Florida, Biden aventaja en 13 puntos a Donald Trump, según una encuesta divulgada por la Universidad de Quinnipiac. Si esto fuera real, sería un duro golpe a las aspiraciones de reelección. La batalla electoral en este estado será clave para el discurrir general de los comicios.
Sin embargo otros sondeos, uno de la firma Mason-Dioxon, indican que el demócrata Joe Biden aventaja al presidente Trump en el crucial estado de Florida con una intención de voto de 50 % frente a 46 %, aunque en este 4% no se aclaró si se trata de votantes que aún no deciden a quién elegir.
El exvicepresidente Biden tiene sus mayores seguidores entre los demócratas (87% frente a 9% de Trump), los independientes (52%-43%), las mujeres (53%-43%), los afroamericanos (88%-6%), los hispanos (56%-39%) y las personas de 18 a 34 años de edad (66%-29%).
El presidente Trump lidera las intenciones de voto entre los republicanos (87%-10%), los hombres (49%-47%), los blancos (57%-40%) y los mayores de 50 años (51%-46%).
Florida es un estado muy codiciado por los 29 votos del colegio electoral que proporciona y donde los candidatos deben esforzarse más, pues no tiene un patrón de voto fijo. En 2016 el ganador en Florida fue el republicano Trump pero cuatro años antes fue el demócrata Barack Obama el elegido.
Trump tiene su bastión en el norte del estado (57% frente a 40% de Biden) y también lidera en el centro de Florida (54%-42%) y en el suroeste (56%-41%).
Sin embargo, el demócrata tiene una importante ventaja en el populoso y mayoritariamente hispano sureste de Florida (65%-31%).
La encuesta se realizó por teléfono a 625 electores de Florida escogidos al azar y tiene un margen de error menor a +/- 4 puntos.
Según el sitio RealClearPolitics, el promedio de las encuestas realizadas hasta ahora sobre las elecciones de 2020 muestra una ventaja de ocho puntos para Biden.
La causa: el manejo de la pandemia
La principal causa de esta caída en la popularidad del presidente se debe a su gestión de la crisis sanitaria del coronavirus. En un principio, el líder republicano apenas dio importancia a la pandemia y se opuso sistemáticamente al cierre y cuarentenas de los estados más afectados. Los enfrentamientos con las administraciones estatales y locales han sido constantes en los últimos meses.
El mandatario hasta llego a cuestionar la utilidad del uso de mascarillas en público. La cuestión de las mascarillas se convirtió en un enfrentamiento que pasó a terreno político. Seguidores republicanos del país optaron por no llevar puesto este elemento protector, mientras que los demócratas defendían su uso.
Pero el número de casos y fallecidos se disparó en Estados Unidos. Actualmente es el país más afectado del mundo, con más 4.400.000 (hoy 4.410.182) casos y 150.489 fallecidos , según reporta el rastreador de la Universidad Johns Hopkins. Estos datos superan ampliamente las previsiones del mandatario y se acercan más al peor escenario posible previsto por la Casa Blanca.
Algunos estados como California, Texas o Florida se encuentran seriamente sobrepasados por la cantidad diaria de nuevos contagios, algo que, desde luego, afecta a la popularidad del candidato republicano y presidente.
Aunque su equipo de campaña asegura que no se fijan en las encuestas, la actitud de Donald Trump ha cambiado cuando los sondeos han empezado a venir muy negativos para sus intereses. El objetivo ahora es no salirse del guion en la lucha contra el Covid-19.
Donald Trump promueve desde hace unos días el uso de mascarilla, y hasta ha llamado a este gesto “un acto patriótico”. Ya no se le ve reticente a usarla en público como antes y el esfuerzo económico del Ejecutivo en las últimas semanas en la búsqueda de una vacuna se ha ampliado. Trump sabe que si la situación epidemiológica mejora de aquí a noviembre, la intención de voto a su candidatura también lo hará.
«Nada me importa más que la salud y el bienestar del pueblo estadounidense», manifestó el mandatario en un discurso en la Casa Blanca, en el que apareció rodeado de banderas de Estados Unidos.
Además de esto, en las últimas fechas instó a los jóvenes a no concentrarse en grandes multitudes, aceptó que no todas las escuelas abrirán con la llegada del otoño y el jueves 23 de julio, hasta canceló la Convención Nacional Republicana que iba a celebrarse en Florida.
Este último punto es lo que atestigua con más claridad su giro político de 180 grados en lo que a la pandemia se refiere. Su ansiada convención apenas ha durado un mes en la nueva sede, la ciudad de Jacksonville, en Florida. Esta localización fue asignada después que las autoridades de Carolina del Norte limitasen el aforo de la convención en su sede original, la ciudad de Charlotte.
Los republicanos pretendían reunir a unas 15.000 personas en un estadio al aire libre para el discurso de aceptación de Trump y otros actos políticos, pero el impacto del coronavirus en Florida ha frustrado sus planes.
Pese a que los grandes eventos de la convención que debían tener lugar en Jacksonville el 25, 26 y 27 de agosto quedan cancelados, Trump dijo que los delegados republicanos siguen citados el 24 en Charlotte para oficializar su candidatura a la reelección en las elecciones del 3 de noviembre.
La cuestión ahora es saber si los republicanos harán una convención al estilo demócrata, en la que se combine el seguimiento virtual y el presencial del candidato.
La cuestión racial y la ola de protestas
Desde finales de mayo, cuando un policía asfixió con su rodilla en Minneapolis a George Floyd, un ciudadano afroamericano, las protestas contra la brutalidad policial y el racismo institucional se multiplicaron en todo el país a pesar de la pandemia. Cientos de ciudades se levantaron, especialmente, contra la respuesta de Donald Trump.
Aunque la magnitud de las protestas ya no es tan grande como en las primeras semanas, en donde se llegó a convertir en un hito global gracias al movimiento “Black Lives Matter”, todavía hay varias ciudades, como Portland o Chicago, que registran protestas diarias. La reacción de la administración Trump ha sido enviar agentes federales a sofocar los disturbios, algo que ha generado más conflicto. (En la foto arriba-derecha, aparece a la izquierda el policía Derk Chauvin que asesinó a George Floyd -derecha- en Minneapolis).
El hecho dio rienda suelta a la protesta racial en EE UU. Esta ruptura entre la candidatura de Donald Trump y la población negra parece ser muy grande debido a su reticencia de refundar cuerpos policiales y revisar la violencia ejercida por algunos de los agentes hacia la población afroamericana y latina en Estados Unidos.
Con todo esto, Donald Trump encara su recta final de la legislatura. El mandatario tiene la esperanza de que las encuestas vuelvan a equivocarse, como ya sucedió en 2016 con su rival Hillary Clinton. La única diferencia con respecto a los últimos comicios es que ahora si que tiene una gestión que evaluar a sus espaldas y que la coyuntura del coronavirus puede hacer ganar votos a su rival Joe Biden.
Comentario de El País
Jamás Estados Unidos ha suspendido unas elecciones presidenciales, ni siquiera en plena guerra civil o durante las guerras mundiales. El corazón de la gran democracia americana es la elección de su presidente por el voto de los delegados surgidos del sufragio universal cada cuatro años el primer martes después del primer lunes de noviembre. El poder inmenso del que goza el primer magistrado de la república tiene su origen precisamente en el escrupuloso respeto a una regla de juego a la que se someten todos los candidatos y que todos aceptan, antes y después del resultado arrojado por las urnas.
Hasta hoy. Ahora hay un presidente en la Casa Blanca que ya ha venido anunciando su reticencia a aceptar el resultado de las elecciones del 3 de noviembre si no es él mismo quien sale vencedor de los comicios. Es conocida su desconfianza en el sistema electoral, especialmente ante las expectativas de resultados adversos. Tras su victoria presidencial en 2016, con tres millones de votos menos que su rival Hillary Clinton, gracias a un sistema electoral que premia a los territorios por encima de los ciudadanos, extendió el bulo de un fraude masivo por parte del Partido Demócrata, hasta promover una investigación que no condujo a ninguna conclusión fiable.
Antes de la explosión descontrolada de la pandemia, fruto de su alocada e irresponsable gestión desde la Casa Blanca, todavía confiaba en la buena marcha de la economía y en la ventaja del titular cuando se presenta por segunda vez a las elecciones. Ahora todo se ha hundido. Su prestigio está por los suelos, incluso en las filas republicanas. Muchos senadores y congresistas temen por sus escaños, arrastrados por el desprestigio creciente del presidente. Ni una sola encuesta le es favorable, ni siquiera en los Estados de voto dubitativo e incluso en los de voto republicano. Solo faltaba la cifra terrible de una caída del 9,5% de la economía del país en el segundo trimestre del año.
Así es como se han precipitado las amenazas que se esperaban para el otoño. Ya no se trata de dudar sobre el resultado electoral para el caso de que sea desfavorable. Tampoco de impedir el voto por correo, el mejor controlado y seguro ante el fraude, que permitirá movilizar al voto demócrata incluso en situaciones extremas de pandemia. Ahora Trump se propone, lisa y llanamente, suspender y aplazar las elecciones, una decisión para la que no cuenta con poder legal alguno y que de materializarse significaría la destrucción del sistema democrático.
De momento es solo un deseo expresado en un tuit. Veremos cuál es el acompañamiento que reciben estas manifestaciones desde el Partido Republicano y desde la Casa Blanca. Lo más probable es que de momento queden en nada. Se necesitaría una ley del Congreso para tomar una decisión tan grave. Pero este cohete escandaloso lanzado inopinadamente por el presidente anuncia ya su enorme disposición a embarrar la elección presidencial y su rechazo a admitir la derrota que está dibujándose ya en el horizonte.