Foto de portada: El epidemiólogo responsable del modelo sueco contra el covid-19 Anders Tegnell,
Por Florencia Rovira Torres
El mundo entero miró hacia Suecia, que decidió enfrentar la pandemia de covid-19 sin confinamientos severos. No obstante, esa estrategia mostró sus límites. La pandemia puso en evidencia, además, problemas que vienen de más lejos, como el debilitamiento de los sistemas de cuidado para la vejez y los ajustes de los últimos años.
Cuando se desató la pandemia de covid-19 comenzaron a sonar las alarmas en el mundo entero. Pero mientras se establecían confinamientos obligatorios, se cerraban escuelas, se decretaban toques de queda, y por doquier policías y militares patrullaban las calles, en un pequeño país del Norte se seguía escuchando el familiar y simpático sonido de la llegada del camión de helados a los barrios. Suecia había elegido otro camino.
Desde el extranjero no se ha dejado de observar con consternación, aunque inicialmente también con cierta curiosidad, lo que ocurre en este reino de 10 millones de habitantes, donde nunca se declaró cuarentena obligatoria, ni el cierre general de escuelas ni el de restaurantes, bares y cafés, y donde la caja de herramientas para contener la propagación del virus incluyó, sobre todo, recomendaciones y exhortaciones a la población para que modificara sus hábitos. Los impulsores de esta estrategia sueca de «mano suave» la han defendido de manera inamovible desde su implementación.
Duras estadísticas
Pero más de tres meses después de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarara la pandemia, Suecia se enfrenta a duras estadísticas: hoy es el séptimo país del mundo con más muertes por coronavirus per cápita, según los datos recopilados por la Universidad Johns Hopkins. La comparación de la situación en Suecia con sus pares nórdicos –que gozan de sistemas de protección social y de servicios de salud y cuidados similares– revela diferencias abismales en cuanto a la extensión y la mortalidad del virus. En Suecia, la mortalidad per cápita por coronavirus es más de cuatro veces más alta que en Dinamarca, ocho veces más alta que en Finlandia y más de diez veces más alta que en Noruega. Y según datos de la propia Agencia de Salud Pública sueca (Folkhälsomyndigheten), a mediados de abril la mortalidad registró un incremento de más de 50% en comparación con el mismo periodo en años previos.

En parques y plazas sin cuarentena y un mínimo de protecciones
A pesar de estos datos, la cara más visible de la estrategia sueca, el epidemiólogo de Estado Anders Tegnell, quien trabaja en la Agencia de Salud Pública –un organismo independiente del gobierno–, no ha dejado de afirmar que «la estrategia general no ha fallado» y que sus críticos no deberían apresurarse a hacer evaluaciones de las tasas de mortalidad, sino esperar a tener datos sobre un periodo más largo para sacar conclusiones. Pero ¿en qué consiste la tan debatida «estrategia sueca»?
Una vez que constataron que la propagación del virus estaba fuera de control en el país, las autoridades sanitarias suecas abandonaron la ambición de testear a todas las personas con síntomas del virus y de intentar rastrear todas las posibles vías de contagio. En lugar de testear los casos sospechosos, se recomendaba a todas las personas que tuvieran cualquier mínimo síntoma de resfrío que se quedaran en sus casas. Lo cierto es que hasta hace tan solo un par de semanas Suecia aún no había desarrollado una capacidad de testeo de covid-19 para hacer pruebas a gran escala, por lo que muchos enfermos sospechosos de tener coronavirus, incluso en hogares de ancianos, nunca fueron testeados.
Por otro lado, Tegnell siempre descartó imponer una cuarentena obligatoria generalizada, con el argumento de que era necesario poder sostener cualquier medida en el tiempo, lo que, según él, no sería posible con medidas prohibitivas como los toques de queda, ya que tarde o temprano tendrían que ser levantadas. A la larga, argumentaba, perderían su legitimidad popular.
La preocupación por los ancianos
El único grupo al que se le recomendó sistemáticamente limitar sus contactos físicos fue el de las personas mayores de 70 años, ya que pertenecen al grupo de riesgo más vulnerable al virus. Al resto de la población se le recomendó lavarse las manos frecuentemente, mantener distanciamiento social, recurrir al teletrabajo en los casos que fuera posible y evitar todos los viajes «no necesarios» dentro del país, mientras que los viajes al exterior ya habían sido desaconsejados por el Ministerio de Relaciones Exteriores. Las escuelas y guarderías se mantuvieron abiertas, aunque los colegios secundarios y universidades pasaron a un régimen de clases a distancia. También los restaurantes, bares y cafés podían permanecer abiertos siempre y cuando mantuviesen cierta distancia entre las mesas y no sirvieran comida o bebida en las barras. Al principio el gobierno prohibió las reuniones de más de 500 personas, luego las de más de 50 y más tarde aun las visitas a los residenciales para mayores. Pero las leyes o decretos fueron escasamente utilizados en comparación con otros países. La herramienta priorizada fue la de las «recomendaciones».
Las dos principales metas de la estrategia, explicó Tegnell innumerables veces en las ruedas de prensa diarias de la Agencia de Salud Pública, era por un lado asegurarse de que la necesidad de atención médica de la población no superara la capacidad del sistema («lo importante es aplanar la curva», fue el mantra de la Agencia) y, por otro, proteger de contagio a la población más vulnerable.
La primera meta se alcanzó. Desde el inicio de la pandemia siempre hubo lugares vacantes en las salas de cuidados intensivos. La segunda no tanto… Nueve de cada 10 personas que murieron por covid-19 en Suecia pertenecían precisamente al grupo «vulnerable». Y de las ya más de 5.000 personas que murieron de coronavirus, 40% residía en hogares de ancianos.
Exceso de muertos en abril
A mediados de abril, luego de que Suecia registrara un pico en el exceso de muertos Tegnell admitió que la cantidad de muertes registradas en hogares de ancianos era «un fracaso para nuestra manera de proteger a nuestros mayores». Pero, insistió, «no es un fracaso de la estrategia general».
La gran cantidad de muertes por covid-19 en las residencias de ancianos generó revuelo en el país y un debate público sobre el deterioro del sistema de cuidados, que durante mucho tiempo se presentaba como un ejemplo para el resto del mundo por su alta cobertura y por su calidad y formalización.
Los medios también revelaron que, en la región de Estocolmo –la que registró casi la mitad de todas las muertes por coronavirus del país– la atención médica de los residentes de hogares de ancianos también estaba en cuestión.
Sobre la estrategia sueca para combatir el coronavirus se han dicho muchas cosas en la prensa internacional. Una de ellas es que el país habría optado por darle prioridad a la economía frente a la salud pública y habría decidido no cerrar las escuelas o imponer una cuarentena que hubiese paralizado la actividad económica y precipitado la quiebra de empresas y el aumento del desempleo. Pero lo cierto es que esto ha sido desmentido, desde los inicios de la pandemia, por la Agencia de Salud Pública.
A diferencia de muchos otros países europeos, donde los cargos políticos dentro de la administración son la regla y donde los ministros son los jefes máximos y últimos responsables de la administración pública, la Constitución sueca establece una separación entre la administración pública y la política. El aparato administrativo debe limitarse a aplicar las leyes de manera independiente. Por eso, salvo su director, los funcionarios de la Agencia de Salud Pública (al igual que en cualquier otra institución de administración pública sueca) son designados por mérito profesional y permanecen en sus puestos cuando cambian los gobiernos. De hecho, no han faltado voces, dentro de Suecia, que le han reprochado al gobierno minoritario del socialdemócrata Stefan Löfven falta de liderazgo propio en materia de salud pública. Es que la gestión de la pandemia del coronavirus en Suecia se ha caracterizado por ser altamente tecnocrática. De hecho, el gobierno de Löfven se ha alineado por completo con las recomendaciones de los expertos de la Agencia de Salud Pública y solo ha aprobado medidas una vez que esas autoridades expertas se hubieran expresado en la materia.
Suecia es un país que no ha vivido ninguna guerra en su territorio en más de un siglo y medio y su población no está acostumbrada a las medidas prohibitivas o autoritarias. Suponiendo que Löfven se hubiese opuesto a la línea de Tegnell, para poder proponer una estrategia diferente y salir vivo de esa confrontación, el primer ministro socialdemócrata habría precisado un apoyo político que los votantes no le dieron.
También en la prensa extranjera se dijo que la meta de la estrategia sueca era generar «inmunidad de rebaño» contra el covid-19. Ello consistiría en no impedir que la población se contagie, de modo que la población que no pertenecía a ningún grupo de riesgo contrajera el virus para desarrollar anticuerpos que la protejan contra futuras infecciones, y así generar una masa crítica de personas inmunizadas para frenar la propagación del virus entre la población. Pero lo cierto es que Tegnell ha desmentido que la inmunidad de rebaño fuera parte de la estrategia sueca, que se basaba en las dos metas ya señaladas: proteger a los adultos mayores y asegurar que la cantidad de enfermos con necesidad de atención médica siempre se mantuviera por debajo de la capacidad de los servicios de salud. Esta estrategia sí asume que es imposible frenar por completo la propagación del virus y por eso propone, según explicó Tegnell, una manera de poder vivir con el virus.
(*) – Nueva Sociedad