Por Martin Poblete Pujol
«No podemos ahora pretender censurar nuestro pasado. Remover estatuas de personajes controversiales es mentir sobre nuestra historia (Primer Ministro Boris Johnson)».
«La ignorancia tiene su futuro asegurado (Ernesto Sábato)».
Hace poco más de treinta años, al final de la Guerra Fría con la derrota total, irreparable, del comunismo soviético acompañada por el colapso definitivo de su proyecto histórico, la Unión Soviética, tuvo lugar un frenesí destructor de estatuas, erigidas por gobernantes serviles a los regímenes soviéticos de ocupación en países de Europa Central y Oriental. V.I. Lenin se llevó todos los premios, no quedó ninguna estatua suya en Polonia y alrededores; lo siguieron de cerca Karl Marx, Friedrich Engels, y el Mariscal Zhukov.
Ahora, después de la trágica muerte del señor George Floyd, víctima de brutalidad y excesiva violencia en el uso de las facultades de la policía de la ciudad de Minneapolis, Estados Unidos, se ha desatado un nuevo impulso frenético por la destrucción de estatuas erigidas en memoria de personas notables, de variados pelajes, a quienes algunos no consideran merecedores del honor de ser recordados de esa manera.
Diversos grupos de activistas de muy variadas características, étnicamente transversales, se arrogan el privilegio de juzgar hoy las decisiones del pasado; con los parámetros éticos, jurídicos de nuestro tiempo, descalifican a quienes recibieron honores ayer. Tal vez ningún caso indique mejor el aberrante disparate que el de Matthias Baldwin, hombre de negocios y político de Philadelphia en el período bisagra de fines del Siglo XVIII a comienzos del Siglo XIX, destacado luchador abolicionista, concentró su filantropía en construir escuelas para niños negros, su merecida estatua yace derribada en uno de los parques de la ciudad.
Derribar estatuas no es actividad racional. Al terminar la Guerra Civil en los Estados Unidos, el Presidente Lincoln llamó a la unidad de todos en una misma nación, sin malicia ni rencores revanchistas; en el mismo sentido, el General Ulises Grant había aceptado la rendición del comandante del ejército confederado, el General Robert E. Lee, en Appomatox. En ese espíritu, se permitieron las estatuas del presidente confederado Jefferson Davis, y del General Lee, erigidas años después en varias ciudades sureñas. Hoy, esos monumentos son blanco de las iras de auto proclamados ajusticiadores.
En el Reino Unido, resulta interesante dar una mirada al caso de Cecil Rhodes. Los nuevos savonarolas pretendieron derribar sus estatuas y bustos, en diversos lugares de la Universidad de Oxford; encontraron el enérgico rechazo de las autoridades universitarias encabezadas por el Rector, Lord Patten, y de los académicos favorecidos por la filantropía fundada por Cecil Rhodes, los «Rhodes Scholars», entre ellos varios premios Nobel. Quien fue Cecil Rhodes? En el último cuarto del Siglo XIX, era director gerente de las operaciones en terreno de la De Beers Diamond Trust Plc. dónde hoy está Sudáfrica. Desde Ciudad del Cabo, inició la penetración de los espacios interiores por territorios entonces conocidos como Basutoland y Matabeleland, fundó una colonia con su propio nombre, Rhodesia, hoy Zimbabwe. Anexionista, colonialista, imperialista; empresario de negocios y financista visionario, protector de las artes y la ciencia, filántropo. Un hombre de su tiempo, no del nuestro.
Esta locura todavía tiene impulso para unas semanas más; algunos políticos, creyendo ver oportunidad de agregar ovejas al redil, le darán cobertura en diversas formas.