Por Hugo Enrique Latorre Fuenzalida
La actitud del poder empresarial, aliado apolítico en esta crisis chilena es preocupante. Donan unos respiradores pero simultáneamente crean un desempleo enorme y se reparten dividendos escandalosamente elevados entre sus ricos accionistas, autorizado por ley en un Parlamento cómplice.
Esto lleva a una conflictividad trágica, que no legitima ninguna demanda de unidad por parte del gobierno hacia el resto de la sociedad. Pues esta avaricia obscena ofende la lógica, la sensatez y la mínima moral pública. No hay recato en esta idolatría del dinero, exhibida con descaro por una «canalla dorada».
No es éste un discurso de odio ni resentimiento; es el espanto que produce que esta conducta infame llegue a asumirse como socialmente y culturalmente normal, pues ahí si que estamos en un problema mayor que la pandemia.
La pandemia viral puede matarnos a unos miles, pero esta otra pandemia moral mata el Alma y la convivencia de toda la sociedad. Los poderosos no han aprendido nada. El estallido social ha sido para ellos como un estornudo, ni un tiritón les ha dejado en el cuerpo.
Los chilenos estamos tan dañados, por todos los acosos coercitivos del poder, la economía, la salud, la injusticia y la prensa, que vamos quedando sin recursos para reaccionar. Eso se llama ANOMIA, que se puede traducir como una especie de parálisis o un estado de coma social, y eso es caldo propicio para las infecciones por virus aventureros y despóticos.