Para algunos opinólogos lo que se está rompiendo es un triángulo histórico entre Estados Unidos, el petréoleo y Arabia Saudita que se ha extendido por espacio de 75 años. ¿Puede ahora surgir un nuevo tríángulo entre Arabia Saudita y Rusia?

Foto izqierda: Mohamed bin Salmán (hombre fuerte de Arabia) reunido con Donald Trump; oto drerecha:  El mismo personaje pero reunido con el presidente ruso Vladimir Putin

Uno de los motivos centrales es la disminución de EE UU de la dependencia del petróleo saudí,  pero hay también otras causas que tienen que ver con ciertos comportamientos y enredos políticos graves cometidos por Arabia Saudita, situaciones que le  han hecho perder imagen frente a EE UU y a todo el mundo occidental.

Estas realidades han llevado al presidente Donald Trump, para bien o para mal, a pensar en revisar esta relación tan estrecha que ha mantenido EE UU por más de siete décadas con  el país árabe y que comenzó después de la Segunda Guerra Mundial cuando se encontraron en 1945 para conversar en un buque de guerra, el USS Quincy,  anclado en el lago de agua salada egipcio Amargo, el Presidente Franklin Delano Rooswelt y el entonces rey saudí Ibn Saud.

Allí nació una alianza histórica entre la mayor reserva petrolífera del mundo (Arabia Saudita)  y el  mayor poder militar del planeta, Estados Unidos. Durante 75 años el intercambio entre ambos poderosos ha consistido en un intercambio de petróleo por armas y protección militar para el país árabe. Para Estados Unidas, en todos los conflictos en el Oriente, Arabia Saudita junto al Mar Rojo,  ha sido siempre intocable y protegida del aparato militar y de la política exterior de Washington. Pero Arabia Saudita le ha respondido con apoyo incondicional a la política de EE UU en sus puntos principales y a nivel de las Naciones Unidas y como permanente abastecedor de petróleo a la poderosa nación norteamericana, pero también ha sido foco de algunas traiciones .

Ciertamente las coosas en el mundo han cambiado como también los personajes que manejan el poderío mundial. Así esta principesca historia comienza a llegar a su fin casi como comenzó. Y para no variar tanto en la temática noticiosa de moda de esta semana, del mes y del año, otra vez dentro de esta relación de Washington con Riad juega un papel preponderante nada más y nada menos que el mismísimo coronavirus. La verdad es que la pandemia ha hecho disminuír las necesidades petroleras de Estados Unidos, surgiendo así la idea de querer replantearse la relación a futuro, lo que le evitaría a EE UU seguir defendiendo a un país complicado y con una deteriorada imagen por sus costumbres extrañas en la esfera internacional,  su naturaleza y la guerra que mantiene contra el Yemen, país limítrofe de Arabia Saidita ubicado al  final de la Península Arábiga.

Los temas para justificar este enfriamiento por parte de Washington son varios:

1.- Los abusos contra los derechos humanos, que incluyen, por ejemplo, raptos principescos y no debidamente aclarados frente a la opinión pública mundial.

2.- La responsabilidad directa o indirecta y aún  sin aclarar en los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas de Nueva York que responsabilizan al régimen saudí de haber colaborado con los autores de los atentados,  Al Qaeda, organización terroroista liderada entonces por su creador Osama bin Laden o Usama bin Ladin, precisamente de origen saudí. Familiares de algunas de las cerca de 3.000 victimas fatales en el atentado neoyorquino han acusado por años al gobierno de Arabia Saudita de ser responsable de dichas muertes. Pero el Reino saudí siempre lo ha negado. Un dictamen emitido en 2018 por un tribunal neoyorquino rechazó la petición del país árabe de poner fin al largo litigio por su supuesta responsabilidad en los ataques que hicieron colapsar las Torres Gemelas. El juez del tribunal de distrito de Manhattan, George Daniels, dictó la sentencia. Los demandantes, los familiares de quienes murieron o resultaron heridos, argumentan que Arabia Saudita y varias corporaciones de ese país, ayudaron a Bin Laden a planear los ataques y por lo tanto Arabia Saudita debe pagar miles de millones de dólares por daños a las víctimas.

3.- EE UU opina que la guerra de Arabia Saudita contra el limítrofe país de Yemen,  también árabe,   es injustificable. En 2015 se supuso que una transición política llevaría a la estabilidad a Yemen, pero el presidente Hadi enfrentó diferentes problemas, entre ellos los ataques por parte de al Qaeda y de un movimiento separatista en el sur, la corrupción, la inseguridad alimentaria y el hecho de que muchos militares siguieron siendo leales al ex presidente Saleh.  El movimiento hutí, que defiende a la minoría chiita zaidí de Yemen y luchó en varias rebeliones en contra del régimen del ex presidente Saleh, en la   década precedente, se aprovechó de la debilidad del nuevo presidente Hadi  para tomar el control de la norteña provincia de Saada. Sin embargo, desilusionados por la transición, muchos yemeníes, sunitas incluidos, apoyaron a los hutíes,  forzando a Hadi a irse al exilio. Así el conflicto escaló dramáticamente en marzo de 2015, cuando Arabia Saudita y otros ocho países árabes, mayoritariamente sunitas y apoyados por Estados Unidos, Reino Unido y Francia, lanzaron ataques aéreos contra los hutíes con el objetivo declarado de restaurar el gobierno de Hadi. La coalición temía que el éxito de los hutíes diera a Irán, rival regional y país mayoritariamente chiita,un punto de apoyo en Yemen, vecino del sur de Arabia Saudita. La guerra sigue sin soluciones y Arabia Saudita está fuertemente involucrado, sospechándose además de tener intenciones de dominar toda la península arábiga.

4.- El periodista saudí-estadounidense Jamal Khashoggi (aparece junto a Mohamed bin Salmán en foto a la derecha) fue asesinado y descuartizado en el Consulado de Arabia Saudita en El Cairo en octubre de 2018, lo que causó conmoción mundial. Durante más de dos semanas, Arabia Saudita repitió la misma versión: que Jamal Khashoggi, el periodista desparecido en su consulado en Estambul el día 2 de octubre, había abandonado la oficina diplomática  tras realizar unos trámites. Pero como toda mentira lleva escondida también la verdad de los hechos, las presiones internacionales obligaron al  gobierno saudí a admitir finalmente que había muerto en el Consulado en la capital egipcia tras una «acalorada pelea».

Dificultades más y dificultades menos: el petróleo

La reciente guerra de precios entre Arabia Saudita y Rusia, que estalló cuando Moscú se negó a reducir su producción en la OPEP y Riad contraatacó inundando el mercado de crudo barato para no perder su cuota de ventas, se ha vuelto muy perjudicial para los intereses de terceros países. Para las economías de Nigeria, Venezuela, Angola o Ecuador, que el precio del petróleo haya alcanzado valores negativos (se paga por recibir y almacenar crudo) sería el equivalente a que España tuviese que pagar por cada turista que recibe. ¿Puede ocurrir quizá que si no está más Trump en la mente de Arabia …pueda reemplazarlo Putin?

De ser una fuente de ingresos fundamental para sus vendedores, el petróleo ha pasado a ser un producto redundante y sin compradores. Hace poco ,  40 millones de barriles embarcados en petroleros andaban dando vueltas en alta mar tratando de hallar permiso en  algún puerto para desembarcar su mercancía. Esos 40 millones de barriles son, más o menos, lo que consume España en un mes. ¿Es lo que quiere Rusia para perjudicar a EE UU en su propio mercado petrolero?

Y la baja del precio continúa

Dado que los pozos no pueden paralizar su producción de la noche a la mañana, el oro negro sigue fluyendo, sigue siendo almacenado y sigue perdiendo valor. La crisis continúa a pesar del acuerdo firmado por los principales países productores hace un par de semanas,  siendo EE UU uno de los grandes perjudicados como vendedor de crudo. ¿Es lo que quiere Rusia?

La situación, agravada por la filosofía de ‘sálvese quien pueda’ que está provocando el coronavirus, ha revelado la fragilidad de algunas alianzas y puede llevar a los Estados Unidos a replantearse qué tipo de relación quiere mantener con Arabia Saudita.

Justo antes del acuerdo para reflotar los precios, un grupo de gobernadores estadounidenses mantuvo una conversación telefónica de dos horas con el ministro saudí de Energía. Uno de los gobernadores resumió de este modo sus conclusiones: “Nos hacen la guerra mientras nuestras tropas protegen sus pozos. Así no es como los amigos tratan a los amigos. Sus acciones son inexcusables y no serán olvidadas.”

Riad es el principal comprador de armas estadounidenses en todo el mundo. Es un cliente especialmente «mimado» por Washington, que ha accedido a venderles sistemas de defensa avanzados cuya venta a otros países ha sido vetada. El régimen saudí, regido por una familia de 15.000 miembros, que dirige el país con una mezcla de fanatismo religioso, leyes medievales y un desprecio por la democracia y los derechos humanos, es sin embargo considerado como importante cliente, buen amigo y leal aliado por el presidente Donald Trump. Sólo como antecedente, Arabia Saudita, según Sipri de Estocolmo, es el quinto mayor comprador de armas del mundo habiendo gastado en el 2019 (leer en Kradiario)  61.900 millones de dólares, el 8% de su PIB y un 16 % menos respecto a 2018, a pesar de las operaciones militares en Yemen y las tensiones con Irán.

Si bien, Trump simpatiza con Riad, su opinión no es compartida por otros políticos en EE UU, como es el caso del candidato demócrata a las elecciones presidenciales de noviembre próximo  Joe Biden, que ha llamado a Arabia Saudita “paria” internacional y ha prometido que si es elegido le cortará a Riad el grifo de suministros militares.

La historia de una relación complicada

El punto más bajo de este “matrimonio” tuvo lugar en 1973, cuando en la guerra egipcio-israelí Washington tomó claro partido por el Estado judío y el rey Faisal de Arabia decretó un embargo petrolífero a EE UU. El secretario de Estado Henry Kissinger, en ese entonces,  siempre aborreció al “reino beduino” y pidió a Nixon la invasión de Arabia Saudita o “al menos deshacernos de uno de los jeques, solo para demostrarles que podemos hacerlo”. Con el tiempo, las cosas se calmaron y la gasolina saudí volvió a llenar los depósitos de los coches americanos.

Poco después, la revolución iraní empujó a los saudíes a fortalecer y exportar el «wahabismo», la rama ultraconservadora del Islam mayoritaria en Arabia Saudita, para contrarrestar la influencia de Teherán. Uno de los impulsores del wahabismo fue  Osama Bin Laden de Al Qaeda, patrocinador también de los talibanes afganos y supuestamente de los atentados del 11 de septiembre (valga recordar que 15 de los 19 terroristas eran saudíes).

Un mundo cada vez menos dependiente del petróleo es un mundo cada vez menos dependiente de Arabia Saudita, que por otra parte ya no vende el grueso de su producción a EE UU, sino a países asiáticos. Algunos senadores estadounidenses están impulsando leyes que cambien la “alianza especial” que su país mantiene con Riad, preguntándose si tiene sentido que tropas estadounidenses defiendan a “una familia de multimillonarios fanáticos religiosos que no comparten los valores americanos”, fue el análisis de un columnista de The New York Times.

Rusia, entonces, ¿tiene las puertas abiertas para ingresar a la Arabia histórica?