Por Walter Krohne
Editor de Kradiario
El debate social y pandémico hoy en Chile se concentra en unos tres o cuatro temas que tienen consecuencias y efectos inmediatos para el estado de ánimo y la salud de la gente que sigue mayoritariamente “acuartelada” en sus casas. Un tema es si comenzamos lo antes posible a aflojar un poco más las medidas por la pandemia que afecta directamente a la libertad de movimiento de las personas; otro es si abrimos o no los malls para reactivar un poco la economía que está por los suelos, aunque sigue «vigente» la indisciplina de no utilizar mascarillas y de no “amontonarse» demasiado en espacios públicos; y el tercer tema en discusión es si “se corre para más adelante” la fecha del plebiscito constituyente fijado ya, en “un segundo acuerdo”, para el 25 de octubre, el mismo que en principio se debería haber realizado el último domingo.
Pero si hay un cuarto punto fundamental que deja lejos a los anteriores por ser sin duda el más preocupante. Se trata de la incertidumbre que vive la población chilena frente a la posibilidad de que nuevamente salgan a las calles los manifestantes de la denominada “rebelión o levantamiento social” que algunos han bautizado también como “la revolución de octubre”, término utilizado en el levantamiento bolchevique en Rusia en 1917, y vuelvan a romper todo lo que en parte se ha logrado reconstruir en las ciudades chilenas, arrasadas por vándalos desde el 18 de octubre hasta el 3 de marzo cuando comenzó el capitulo pandémico.
Estas últimas semanas ya se han detectado algunos intentos de “rebelión” pasiva en el centro de Santiago y con grupos que protestan en distintas comunas y barrios de Santiago y de otras ciudades, como Antofagasta.
Es decir la paz social es lo más importante que debería lograr y alcanzar Chile y los chilenos cuanto antes para detener de una vez por todas este triste capítulo de violencia y crisis sanitaria que ha tenido que vivir el país.
Si no hay paz, no habrá reconstrucción, no habrá trabajo suficiente por falta de la necesaria inversión que traerá consecuencias y un nuevo bajón del nivel de vida en todo el país. Lo peor de todo es que Carabineros de Chile, única fuerza del orden y seguridad que tenemos, está ya sobrepasada tras los desmanes iniciados con los incendios de varias estaciones del metro de Santiago el 18 de octubre. Así el terreno está fértil para que los delincuentes “disfrazados de luchadorers sociales” hagan de las suyas, marchen en la Plaza Baquedano con vestimentas blancas muy caras, quizá financiadas por sectores que son amigos del caos, que hasta hoy no han “ha podido” ser identificados por nuestros hábiles servicios de inteligencia.
Verdaderamente es una tragedia lo que ocurre en Chile. Se asaltan unidades policiales – ejemplo la subcomisaría de Peñalolen – como si estuviéramos en una guerra civil, porque los mismos chilenos están matando sus instituciones y también a los servidores del Estado. Esa unidad policial quedó como “de turno” desde el inicio de la rebelión y es un tema que pareciera «divertir» a pobladores extremadamente violentos, que no son capaces de reconocer para nada los buenos servicios que Carabineros de Chile le ha prestado a esa población y a muchas otras, especialmente en momentos de gran urgencia familiar o social o ataques externos de delincuentes comunes.
Si los políticos de todas las ideologías y el gobierno no se ponen seriamente “las pilas” todo esto va a terminar en una revolución de “pacotilla y a la chilena” y todos podemos ya suponer dónde estará el final.
Muy de acuerdo con las reformas sociales y las reformas económicas, pero ambas deben estar englobadas en un concepto democrático, pacífico, ordenado, inteligente y con amplitud de miras. Todo esto no lo va a resolver una nueva Constitución, porque los problemas fundamentales de la nueva Carta Magna ya están reconocidos y aceptados por todos los chilenos o la gran mayoría y son parte de nuestra historia como nación independiente y de nuestro sistema social, con derechos y libertades.
Nuestros problemas están en el «sector» de las reformas políticas que deben realizarse con mucha seriedad frente, por ejemplo, a la salud pública y a las isapres, a la previsión social y a las afp, a los derechos de los trabajadores o a la educación (gratuita), entre otros temas y problemas. Todo esto deben resolverlo hoy los políticos del Gobierno junto a los congresistas y deberán seguir haciéndolo también mañana después del proceso constituyente. Estos procesos reales de reformas políticas seguirán como tareas bajo la nueva Constitución, porque el problema está en que la gente cree que con una nueva Carta nacerá un nuevo Chile y no es así. La verdadera «pega» estará después en el Congreso. ¿O alguien cree que las afp o las isapres van a desaparecer con una nueva Constitución?
Mientras siga el sistema democrático como todos lo conocemos, el país seguirá caminando por el mismo sendero como lo ha hecho hasta ahora. Esto siempre ha sido así y no va a cambiar, salvo que la nueva Carta disponga de que Chile pase a convertirse en un estado-nación de orientación socialista, comunista o capitalista en extremo. Ni uno ni otro sistema ha cuajado nunca en Chile.
Es correcto protestar para lograr conquistas sociales y económicas destinadas a mejorar el nivel de vida de todos los chilenos, pero debería estar prohibido romper, destruir y matar a gente inocente. Además cualquier movimiento de cambios reales debe contar con líderes visibles y no invisibles como es ahora para que las fuerzas políticas y la sociedad civil puedan dialogar abiertamente y llegar a algún tipo de entendimiento.
No es correcto que la gente salga hoy a las calles para destruir bienes públicos, incendiar hoteles e iglesias, robar en casas particulares, asaltar ancianos en las calles o detener violentamente vehículos particulares en carreteras y calles de las ciudades para amedrentar robar, golpear o matar.
Es horroroso ver gente muy joven convertida en vándalos o saqueadores que con toda certeza reciben financiamiento de sectores anarquistas, de la extrema izquierda o extrema derecha, de narcotraficantes o de simples delincuentes.
Nadie sabe de dónde sale el dinero para financiar los desmanes, pero alguien en Chile debe estar “capitalizando” con el objetivo de crear un caos gigantesco, debilitar a las autoridades e instituciones buscando una ruptura del sistema y causar tanto daño moral y material que nos pueda llevar a otra derrota o catástrofe social como ya ha ocurrido en varias ocasiones en la historia chilena. Ya dije, hay que luchar por buscar soluciones sociales y económicas para todos, pero con nombre y apellido, no en forma anónima ni lanzando a la hoy conocida como “primera línea” a jovencitos de poblaciones pobres a atacar a las fuerzas del órden o a causar desmanes o saqueos de tiendas.
La paz, el diálogo y la democracia deben ocupar siempre los primeros lugares.
Excelente artículo !!