Por Walter Krohne
Si algo puede ser cierto es que, al menos en Sudamérica, tendremos Covid-19 para rato. No hay que hacerse ilusiones cuando levanten la cuarentena obligatoria en algún punto del planeta, pareciendo como si todo estuviera volviendo a la normalidad y muy pronto poder ser tan iguales y normales como a comienzos del 2019. Eso no es verdad porque este virus es un monstruo que sigue presente en cada rincón observando «nuestros movimientos y haciendo crecer nuestra ansiedad» frente a la angustia de muchos que hoy viven encerrados en sus casas o departamentos sin saber lo que puede llegar a ocurrir realmente o cuándo va a terminar esta pesadilla.
Desde ya el virus no se le conoce tan exactamente como para hacer pronósticos sobre duración y destrucción humana. Hay versiones diferentes frente al comportamiento de éste en distintas partes del mundo. Hay científicos que dicen que su comportamiento no es igual en todas las regiones y climas. Otros señalan que el «monstruo» muere con el calor, pero otros, lo contrario, con el frío. Sí se sabe que el virus fue descubierto y aislado por primera vez en Wuhan, China, tras provocar la pandemia. Parece tener un origen zoonótico, es decir, que pasó de un huésped animal a uno humano. El genoma del virus está formado por una sola cadena de ARN (ácido ribonucleíco) y se clasifica como un virus ARN monocatenario positivo.
Otras opiniones indican que sería el virus «más desarrollado» de todos los que han existido hasta ahora, por la presencia justamente de muchos casos asintomáticos que son las personas que están ya contagiadas y transmiten el mal a otras personas sanas, pero que ellas no tienen los síntomas de la enfermedad; es decir no tienen tos, no tienen dolor de cabeza, no tienen fiebre ni tampoco dolores corporales. Son personas que caminan por las calles como si fueran bombas incendiarias: van a comprar a los supermercados, entran a las farmacias («mascarillas» o alcohol que están de moda ahora para «proteger a las familias»), se suben al metro o a microbuses, pero sin darse cuenta que ellos mismos son peligrosos sin querer serlo.
Según la OMS, los coronavirus son una extensa familia de virus que pueden causar enfermedades en animales y en humanos. Para el caso de los humanos, hasta el momento, se conoce que varios coronavirus causan infecciones respiratorias que van desde el resfriado común hasta enfermedades más graves. Su nombre, explican los expertos, se debe a la forma que tiene el virus, que es muy similar a la de una corona.
La OMS reconoce tres tipos de coronavirus capaces de generar brotes epidémicos. El primero es el síndrome respiratorio agudo severo (SRAS) que comenzó en 2002 en China. Esta es la cepa más conocida del coronavirus y se propagó por más de 37 países, contagiando a 8.098 personas y causando cerca de 700 muertes, es decir, lo que representó una tasa de letalidad del 10%. El otro brote que surgió se llama el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS) que se detectó por primera vez en 2012 en Arabia Saudita. Esta epidemia tuvo una tasa de letalidad del 35%, con más de 800 muertes y 2.400 casos. Ahora, aparece el nuevo coronavirus, que se conoce como COVID-19. Es la enfermedad infecciosa originada en Wuhan, China, en diciembre de 2019. Este virus es altamente transmisible. Cada infectado puede contagiar, en promedio, a otras 2 o 3 personas. Esta capacidad de transmisión llevaría a que la enfermedad se propague rápidamente en altas proporciones en comunidades sin ningún tipo de protección. Este nuevo coronavirus ha sido complejo de contener, principalmente, porque a diferencia de otros coronavirus las personas que lo portan pueden transmitir la enfermedad antes de sentir algún síntoma, como ya dijimos antes. Hasta ahora ataca en 213 países y territorios del mundo dejando ya un saldo 1.781.127 casos y 108.994 muertos (405.243 recuperados).
Este virus, que no es otra cosa que «un montruo de ciencia ficción», bastante desconocido cuando irrumpió nuestra paz mundana (noviembre-diciembre de 2019), porque se trata de un «actor» minúsculo e invisible, tan sorprendente y desarrollado que aparece o desaparece siempre con «un solo objetivo»: multiplicarse tras enfermar o matar después de intervenir las células y llegar al sistema respiratorio de los humanos. (El cuerpo humano posee más de cincuenta billones de células. Estas se agrupan en tejidos, los cuales se organizan en órganos y estos en ocho aparatos o sistemas: locomotor (muscular y óseo), respiratorio, digestivo, excretor, circulatorio, endocrino, nervioso y reproductor).
Sin embargo, en el lenguaje científico no se le puede calificar a este «monstruo» de «organismo» porque los virus no son seres vivos al no poder relacionarse con el medio, nutrirse y reproducirse. Sin embargo, en el caso del nuevo coronavirus su organización y su forma de existir ponen al límite la definición sobre si es o no un ser vivo, que es parte además de una ya eterna discusión científica. En la imaginación de algunos pensadores podría tratarse de un organismo creado por un poder «invencible o invisible» como «arma» destinada justamente a vencer a los humanos. Y aquí no hablamos de una cuestión militar o de poder, solamente, sino también del desarrollo de un sistema defensivo del propio planeta Tierra para defenderse de la destrucción del medio ambiente y de los ataques precisamente de los humanos. Todo esto, pertenece sí al campo de la ciencia ficción.
Aparte de otros factores más científicos, las características del monstruo que nos ataca han impedido el logro de una vacuna, existiendo varios proyectos importantes en el mundo (unos siete), pero en la realidad plena, no hay resultados definitivos y concretos hasta ahora. Si hoy terminara con éxito una de estas investigaciones y se lograra una vacuna, ésta debe ser primeramente probada en humanos voluntarios, lo que podría tardar unos doce meses o más quizá, hasta que pueda ser autorizada oficialmente. Es por eso que tampoco hay que hacerse muchas ilusiones por este lado, especialmente los habitantes de la tercera edad, llamados adultos mayores.
El día después…
El coronavirus casi ha cerrado la vida pública del mundo entero. Desde hace varias semanas, los ciudadanos, en casi todos los países, han estado sujetos a fuertes restricciones para frenar la propagación de la enfermedad. Sin embargo, ya se escuchan voces que piden el fin de las medidas porque están causando la ruina de millones de personas que se ven obligados a suspender sus actividades por la pandemia. Contrariamente la OMS ha hecho una seria advertencia esta semana: En caso de eliminar las medidas de confinamiento demasiado pronto podría esperarse un rebrote de la enfermedad con un virus mucha más agresivo que el actual.
Hay que pensar sí que la vida después de la pandemia será más complicada, porque la apertura gradual previsible se volverá significativamente más difícil que el cierre abrupto de la vida social y económica, dicen algunas recomendaciones europeas. En una apertura gradual, las reglas de distancia, el lavado de manos y las mascarillas para proteger a otros de la tos y los estornudos seguirán siendo fundamentales. También será aconsejable usar protectores bucales simples, por ejemplo en autobuses, trenes y en habitaciones cerradas. Todo esto puede volverse costumbre y mantenerse después que se acabe la pandemia.
Al mirar hacia el futuro, los expertos ven igualmente una nueva comprensión de la cercanía y la cortesía: «No se dan la mano para saludar, no se abrazan. Se mantienen a cierta distancia de sus semejantes y tal vez usen una mascarilla protectora», como escriben algunos periódicos en Alemania. En los negocios, ven una intensificación de la tendencia hacia el comercio por internet mucho más que el presencial en las tiendas.
Todo esto vendrá cuando nos libremos de este mal, si es que no reaparece cada año en el futuro y necesitemos todos los seres humanos de una vacuna especial aparte de la obligatoria que ya tenemos contra la popular influenza.