Por Manuel Acuña Asenjo
Dentro del modo de producción capitalista, los regímenes democráticos son la forma de gobierno que adoptan las formaciones sociales para administrar un país. Al contrario de lo que más de alguien podría pensar, tales regímenes no son estructuras neutras sino una expresión de clase. Deben mantenerse en el tiempo, cumplir su programa de acción y, en lo posible, proyectarse más allá del mismo, de acuerdo a los lineamientos reglamentarios vigentes, labor que no siempre les es posible realizar.
Las contradicciones de intereses de las distintas fracciones de clase que componen el Bloque en el Poder conspiran en contra del buen funcionamiento de cada uno de esos regímenes; tampoco están a salvo de otros avatares pues, muchas veces, pueden salirles al paso innumerables imprevistos. Y malograr por completo su gestión. El gobierno de Sebastián Piñera tampoco podría estar ajeno a ello: dos hechos imprevistos han conspirado para impedir el cumplimiento de su programa de gobierno; a saber, el estallido social de 18 de octubre de 2019 y la crisis del corona virus.
Piñera fue electo en diciembre de 2017 con una altísima votación y con el apoyo de una coalición integrada por los partidos Unión Demócrata Independiente UDI, Renovación Nacional RN, Evolución Política EVOPOLI y Partido Regionalista Independiente PRI. Esa coalición, denominada ‘Chile Vamos’ fue la alianza que lo instaló en el gobierno para llevar adelante un programa de gobierno que contemplase la defensa del interés de la banca, las compañías de seguro, importadores y exportadores, centros comerciales, empresas de turismo, en fin, a través de la conformación de un Bloque en el Poder hegemonizado por el capital bancario en estrecha alianza con el capital comercial
Los vientos internacionales no han soplado, sin embargo, a favor de esa alianza; más exactamente, a favor de, la opción política de defensa irrestricta del modelo de economía de libre mercado o neoliberal. Por el contrario, éste parece agonizar día a día. Así, bajo la dirección de Piñera, Chile ha navegado, esta vez, en contra del curso de la corriente internacional. Pero, es más. El modelo de economía social de mercado mismo parece estar agotado. Si aceptamos las tesis de Kondratiev, su ciclo pareciera estar cumplido, por lo que solamente le restaría intentar llegar felizmente a término. No por otro motivo las protestas se han desencadenado en todo el planeta. Chile no ha sido una excepción.
Un gobierno inteligente, frente a una crisis como la que enfrentó Piñera a partir del 18 de octubre de 2019, llama a dialogar a los actores políticos opositores, pero cuando dichos actores se encuentran más desprestigiados que el propio presidente, lo hace con los actores sociales.
Un imprevisto…previsto
Aparte del problema social ocurrió la pandemia por coronavirus, lo que en Chile se desencadenó en marzo, cuando una persona portadora del llamado ‘Coronavirus Covid 19’, que viajaba en un vuelo el vuelo de Latam pasó las barreras sanitarias y se dirigió a la ciudad de Temuco desatando la tragedia. Chile estaba ya infectado.
Durante el período en que las protestas alcanzaban su mayor intensidad, la sociedad chilena se había segmentado en numerosos grupos sociales, algo que no era casual en modo alguno. Eran las consecuencias de un modelo de acumulación que se agotaba, y las opiniones se dividían en torno a determinar qué hacer frente a esa circunstancia. Los partidos ya no eran las estructuras monolíticas que suponían serlo y las voces disidentes en su interior se hacían oír con fuerza.
Pero durante esos meses, los sectores gubernamentales habían hecho notables avances en cuanto a unir en torno suyo a los sectores más conservadores de la oposición. Un sector grande de la Democracia Cristiana junto a un grupo considerable de militantes y dirigentes del partido Por la Democracia, Radical y del PS, temerosos del desenfreno de los sectores populares, habían firmado un acuerdo con el gobierno comprometiéndose a trabajar en conjunto para restaurar el orden social. El espectro político nacional, más preocupado de mantener sus goces y prebendas que de resolver los urgentes problemas de los sectores dominados, cerraba filas en contra de la protesta nacional. Eran ‘los políticos’ en contra del ‘pueblo’. O la élite política contra la comunidad nacional.
Esos acuerdos cobraron enorme vigencia en los meses posteriores pues el gobierno pudo burlar las promesas hechas a los sectores sociales amparándose en la acción del Parlamento y éste pudo culpabilizar a aquel de la lentitud y precariedad en la tramitación de los proyectos comprometidos. Pero, amparándose en el temor de los sectores opositores de verse enfrentados a la ira popular, el gobierno de Piñera pudo hacer aprobar numerosos proyectos de ley que concedían mayores facultades a los institutos armados para reprimir con mayor violencia las justas demandas de los sectores desprotegidos. Y ese trabajo no era posible perderlo. La estrategia de los sectores hegemónicos del Bloque en el Poder se apoyaría en esas conquistas y en la oportuna llegada del Covid 19, para revertir la situación de desmedro en que había quedado el gobierno de Sebastián Piñera tras el estallido social del 18 de octubre de 2019.
Aparte de los problemas derivados de la llegada de la pandemia, el gobierno de Sebastián Piñera ha comenzado un lento proceso de recuperación de la confianza ciudadana que ponen de manifiesto, a pesar de las múltiples dudas al respecto, las encuestas de mediados y fines de marzo; la CADEM le otorga un 18%; Criteria, un 15%; Pulso Ciudadano, un 11%, cifra que se acerca más a la realidad.
El bloque en el poder
El control hegemónico del Bloque en el Poder lo tiene la fracción bancaria de la clase de los compradores de fuerza o capacidad de trabajo; lo detenta en estrecha alianza con la fracción comercial de esa misma clase, en desmedro de la fracción industrial cuyas actividades se encuentran limitadas por la estructura de la forma de acumular o modelo. El representante de esa fracción es Sebastián Piñera, quien cuenta con el apoyo irrestricto de la Unión Demócrata Independiente UDI, partido que defiende ciegamente el legado pinochetista y, por ende, la vigencia del modelo de economía de libre mercado. No está de más repetir que, en esa tarea, dicha organización no pudo encontrar mejor candidato que Sebastián Piñera. El primer mandatario no solamente defiende la vigencia de dicho modelo sino es la encarnación del mismo, la materialización humana de esa forma de acumular. Que la hegemonía dentro del Bloque en el Poder la conserve el sector bancario en estrecha alianza con el sector comercial no es casual. Piñera no dedica sus esfuerzos a levantar industrias productivas sino privilegia el mundo financiero.
Derivado de lo anterior, podemos concluir que el objetivo del sector hegemónico del Bloque en el Poder no es sino el restablecimiento de las condiciones que existían hasta antes del 18 de octubre de 2019 a fin de seguir extrayendo el plusvalor de las clases dominadas en la forma que lo había hecho hasta ese momento. Para conseguir su objetivo necesita recobrar el ‘liderazgo’ de Piñera, lo que implica diseñar una estrategia en torno a recuperar, consecuentemente, la confianza de la comunidad nacional en el mandatario y la subordinación de todo el espectro político a su conducción.
La tarea no ha sido fácil. Colabora en este sentido el hecho de que los sectores políticos, representativos de los intereses de cada una de las distintas fracciones del capital, estén de acuerdo solamente en que todo conflicto ha de resolverse con Piñera a la cabeza de la nación. Esta posición muestra el fuerte predominio que ejerce la cultura del modoelo de producción capitalista en su carácter de modo de dominación.
Al interior de la coalición Chile Vamos no hay unidad; por el contrario, se dan continuas y permanentes disputas que amenazan con quebrar aquella.
Los sectores políticos que intervienen en una alianza son sectores que representan los intereses propios de las distintas fracciones de clase dentro de una formación social. En los sectores dominantes, dichas fracciones se unen para los efectos de dominar al conjunto social lo que no quiere decir que sus intereses hayan sido satisfechos por esa sola circunstancia. Por el contrario, éstos siguen vivos y afloran cada vez que un fenómeno, de la naturaleza que sea, amenaza al conjunto social y, consecuentemente, la vigencia de la alianza. Porque cada inestabilidad social proporciona la oportunidad de imponer sus propios intereses a los sectores no hegemónicos dentro del Bloque en el Poder.
En el caso del gobierno de Piñera opera, en primer lugar, el agotamiento de la forma de acumular como uno de los factores indicados; luego, el estallido social de octubre; finalmente, la pandemia. Para los sectores no hegemónicos dentro del Bloque en el Poder, en especial el capital industrial, ha llegado, consecuentemente, el momento de negociar por un reparto más equitativo en la percepción del plusvalor.
La figura presidencial
Desde el punto de vista de la forma piramidal de gobierno heredada del pasado militar de la sociedad chilena, la protección de la imagen del presidente se justifica porque si bien tiene solamente el mando de la función administrativa de la nación (la legislativa la tiene el Parlamento, la judicial los tribunales y la de supervigilancia por la Contraloría), el gobierno de la nación se centra en su persona.
Sin embargo, desde el punto de vista teórico, un presidente no es más que el factor de unidad del estado/nación, la unión entre la sociedad civil y la política, la figura en torno a la cual se aglutina el sector dominante de una sociedad e invita a participar del mismo al dominado. En otras palabras, cumple una función social cual es la unir al pueblo/nación, y nada más. Por lo mismo, es esa la función que le permite contar con el voto de vastos sectores desposeídos pues, aunque se presente como representante de quienes han hecho posible la riqueza de los sectores dominantes del país, se supone que jamás va a robar o gozar de otras excentricidades que las que ha gozado siempre. En las sociedades donde impera algún modo de dominación como la sociedad capitalista, y la comunidad se organiza jerárquicamente, el presidente es, en consecuencia, el general de un ejército indisciplinado que, si llega a desaparecer de modo sorpresivo, acarrea el desbande de la tropa. Por eso, los sectores dominantes tienen temor de inhabilitar a Piñera en el desempeño de su cargo.
En un principio, la idea de la defensa de Piñera se orientó en torno a evitar su aparición en público y reemplazar la voz del ejecutivo en la persona de algún vocero o ministro. El cambio de gabinete realizado en plena época estival tuvo esa finalidad. Se trataba de mostrar rostros no comprometidos en la violación de los derechos humanos o en negocios turbios. Y alejar a Piñera del juicio público. De hecho, desde el mismo día en que se produjo tal cambio, las apariciones en público del presidente disminuyeron ostensiblemente y el protagonismo lo tomaron algunos de sus ministros más jóvenes como el ministro del Interior, Gonzalo Blumel; Ignacio Briones, de Hacienda; Lucas Palacios, de Economía, en fin. Se reforzó la labor de Karla Rubilar como vocera del gobierno con la presencia de Sebastián Sichel, ministro de Desarrollo Social, y de Katherine Martorell Awad, abogada militante de Renovación Nacional RN, cercana a Mario Desbordes y miembro del Tribunal Disciplinario de la colectividad, con vínculos bastante disímiles como lo son Andrés Chadwick UDI, Andres Allamand RN, Evelyn Matthei UDI y Carolina Leitao DC. A la vez, se hizo aparecer al dúo Rubilar/Martorell, dúo que ha vuelto a ser utilizado como estrategia comunicacional.
En el caso particular de Karla Rubilar, se le asignó como labor especial la misión de disminuir la tensión entre el gobierno y los alcaldes y, en especial, tender los puentes requeridos para un diálogo más fructífero entre las partes. Se trataba de reforzar también, en cierto sentido, la labor de Claudio Alvarado, subsecretario de Desarrollo Regional.
Narcisismo del Presidente
Sin embargo, una cosa es proponer determinadas medidas; otra es realizarlas. Especialmente, en un gobierno como el de la coalición Chile Vamos.
Por una parte, porque Piñera tiene ‘complejo de florero de mesa’, es decir, le gusta aparecer donde quiera que sea y ser la atracción del momento, comportamiento que, en psicología, se conoce bajo el nombre de ‘narcisismo’ y que lo manifiesta gran parte del espectro político del país. Pero un narcisista —nunca hay que olvidarlo—, es tremendamente competitivo. Y todo sujeto competitivo mira con profundo desdén a los demás, a quienes siempre cree poder ganar.
Por otra, porque hay sectores interesados en limpiar la imagen del presidente, en mostrarlo como el sujeto gracias al cual se adoptan las medidas adecuadas para enfrentar la pandemia, el sujeto irreemplazable, el sujeto sin el cual es imposible concebir al Estado, para llevar adelante todo un conjunto de reformas que le permitan revertir la situación y retrotraerla a lo que existía antes del 18 de octubre del pasado año e, incluso, iniciar una ofensiva conservadora de proporciones. Es lo que propone, en síntesis, el ex Presidente de la Sofofa, Orlando Sáenz, cuando señala:
“[…] la emergencia sanitaria le crea al Presidente Piñera el escenario de tarea desesperada en que –como ocurrió en la crisis de los 33 mineros de su primer gobierno– mejor brillan sus cualidades de administrador y organizador, con el afortunado agregado de que dispone de un ministro de Salud con la preparación, firmeza y credibilidad que requieren las circunstancias. Y, lo más importante de todo, la terrible pandemia otorga el prolongado lapso de tiempo que permitirá rediseñar el disparatado proceso constitucional que, de haberse intentado en la forma y plazos con que fue programado, habría conducido ciertamente al colapso final de la democracia chilena”.
Entonces, en la práctica, se unen esos dos factores para validar la omnipresencia del presidente en el tratamiento de la pandemia.
El modelo que vendría
El estallido social de 18 de octubre de 2019 no parece indicar que el modelo neoliberal va a seguir aplicándose, por lo menos, en Chile; la pandemia ha sido solamente ‘un alto en el camino’ de este largo peregrinar de las clases dominadas. Todo hace entender que las reivindicaciones tomarán más fuerza una vez que el peligro del virus corona, en su versión Covid 19, se haya alejado. Entonces, algo va a pasar.
La oposición institucional a Piñera (algunos sectores del Frente Amplio y la generalidad de la alianza Concertación de Partidos Por la Democracia, Nueva Mayoría, Fuerza de la Mayoría, etc.) se organiza en torno a fracciones de clase que tienen intereses propios bastante disímiles, lo que explica la enorme suma de contradicciones que acumula. No hay en ella, solamente, un contingente de trabajadores, vendedores proverbiales de su fuerza o capacidad de trabajo. Por el contrario, hay empresarios que protegen sus intereses y poco o nada se preocupan de la ‘cuestión social’; sus actividades son variadas y abarcan ámbitos de tipo industrial, comercial y bancario, de manera que coinciden con los intereses que se enfrentan dentro del Bloque en el Poder. En esa oposición hay trabajadores que son, a la vez, empresarios, y cuentan con empleados u obreros que trabajan para ellos, cuyo poder es ínfimo; hay profesionales que organizan empresas para proporcionar empleos, es decir, empresas con subcontratistas o subempleo; hay burócratas que defienden sus cargos estatales o corporativos como lo son gran parte de los parlamentarios; en fin. Por eso se unen en torno a una reivindicación abstracta como lo es el cambio de la Constitución, como si en esa acción radicasen todas las penurias de una sociedad que jamás ha dejado de ser explotada y que se encuentra admirablemente bien representada en las palabras del ex presidente del Senado Jaime Quintana, para quien, la pandemia no es más que un nuevo escenario de disputas.
“En este escenario, tendremos una oportunidad sin precedentes. Seguramente, varias constituciones en el mundo van a cambiar en las próximas décadas, pero sólo nosotros tenemos ahora un proceso constituyente en marcha. Si la ciudadanía así lo decide en octubre, Chile elaborará una nueva Constitución -la primera nacida de la deliberación democrática- justo después del paso de la pandemia que está cambiando a la humanidad y, de un estallido social que redibujó las prioridades del país”.
Los intereses de la oposición institucional buscan, a todas luces, la perpetuación del sistema capitalista bajo condiciones de explotación más humanas y más tolerables; difieren, por ende, en forma absoluta de aquellos que reivindican para sí los sectores dominados. En esas condiciones, es difícil que tales intereses, manifestados con extrema claridad en el estallido social de 18 de octubre de 2019, puedan compatibilizarse con los de sus pretendidos representantes políticos en el Parlamento. Antes bien, el panorama muestra un distanciamiento cada vez mayor entre lo que pretende la inmensa mayoría de los chilenos y su representación institucional.
No debería sorprender, en consecuencia, que también la oposición institucional pretenda dirigir hegemónicamente el Bloque en el Poder y pretender que se les subordinen las otras representaciones políticas del capital como lo hicieron en los 17 años de gobiernos concertacionistas. En abono de esta opción soplan vientos internacionales que hacen sonar las trompetas anunciando la llegada de una suerte de neo keynesianismo, practicado, sin rubor alguno por USA bajo la dirección de Donald Trump, y que ha comenzado a replicar Boris Johnson en el Reino Unido. España tampoco ha quedado al margen de estas medidas que rompen los parámetros del neoliberalismo, a propósito del Covid 19.
En Chile, hay índices que apuntan en la dirección indicada: el apoyo a todas las medidas represivas del gobierno, la acelerada producción legislativa en desmedro de los sectores desprotegidos, la indolencia ante el grave peligro al que se expone gran parte de la población nacional ante el Covid 19 , constituyen algunos ejemplos de ello.