Por Alejandro Nadal
El 6 de agosto de 1979, Paul Volcker tomó posesión como nuevo presidente de la Reserva Federal (Fed) de Estados Unidos (Banco Central). En la década que estaba concluyendo, la economía estadunidense había estado afectada por un proceso de estancamiento con fuerte inflación.
La coexistencia de estancamiento con inflación ya estaba dejando una profunda huella en los debates de teoría económica. Pero las medidas que tomaría el nuevo responsable de la Fed habrían de dejar una espectacular cicatriz en la arquitectura de la economía mundial. Hoy, que acaba de fallecer Paul Volcker, es importante recordar el impacto que tuvo su política monetaria en la economía global.
La inflación en Estados Unidos había alcanzado 6 por ciento en 1970. En 1974 llegó a 12 y para 1980 se situaba en 15. Además de esta mala señal, la década había estado afectada por recesiones (1970 y 1974). Cuando el entonces presidente Jimmy Carter designó a Volcker presidente de la Fed, el mandato era claro: detener el proceso inflacionario.
Para someter la inflación, Volcker contaba con una herramienta clave: la tasa de interés. Y decidió utilizarla en un tratamiento de choque. En 1972 la tasa líder de la Reserva Federal era de 3.2 por ciento, pero para agosto de 1974 Volcker ya la había incrementado a 12. Y para 1981 alcanzó 19. El tratamiento dio resultado, y para 1983 la inflación en Estados Unidos había descendido a 2.5.
El incremento en la tasa de interés actuó como freno de la actividad económica, lo cual generó muchas críticas para la Reserva Federal. Pero Volcker se mantuvo firme. La inflación fue sometida y el establishment (en especial el capital financiero) celebró el triunfo de su política.
La realidad es que utilizar la tasa de interés para dominar la inflación conlleva un fuerte castigo a la economía. Y, sobre todo, implica cargar el costo del ajuste sobre la población, en general, y la clase trabajadora, en particular. La política de Volcker no fue excepción.
El incremento en la tasa de interés de la Fed provocó dos recesiones. La primera (en 1980) fue corta y costó la reelección a Carter. La segunda (1981-82) fue más profunda, dejó una fea cicatriz en la economía estadounidense y sus repercusiones internacionales fueron desastrosas.
La contracción económica generó un aumento espectacular de la tasa de desempleo. En 1983 ese indicador ya se situaba en 11 por ciento. El desempleo entre los más desfavorecidos y minorías llegó a superar 20 por ciento. Las consecuencias sociales y económicas de esos años fueron decisivos. Muchos sindicatos murieron y otros se debilitaron hasta la irrelevancia, con lo cual desapareció el poder de negociación de la clase trabajadora. Por ello, en esos años, se consolidó el estancamiento de los salarios, rasgo negativo que perdura hasta nuestros días.
Esa parálisis en la evolución de los salarios trajo consigo una deficiencia crónica en la demanda agregada que la economía estadounidense ha tratado de subsanar de manera patológica con episodios de inflación en los precios de algunos activos (burbujas especulativas). El último de estos episodios regaló al mundo la crisis de 2008.
El proceso de creciente desigualdad, que hoy es uno de los rasgos más importantes de la sociedad estadounidense, arranca precisamente en esos años. La recesión Volcker coincide exactamente con el periodo en que los estratos de menores ingresos comenzaron a ver su parte del ingreso reducirse cada año.
Pero esos no fueron los únicos efectos de la política monetaria de Volcker. A escala mundial el contagio en todo el abanico de tasas de interés terminó generando una recesión de gigantescas proporciones. La economía mundial se contrajo, provocando el colapso de los precios de materias primas. Todos los países subdesarrollados que dependían de las exportaciones de materias primas para mantener un precario equilibrio en sus cuentas externas se vieron atenazados en una combinación de pesadilla: altas tasas de interés y bajos precios de materias primas.
América Latina también se vio atrapada en este escenario. México fue el primero en declarar una moratoria en agosto de 1982, desatando pánico en los mercados. Argentina, Brasil, Chile, Venezuela y otros le siguieron los pasos de cerca. Todos acabaron pidiendo ayuda al Fondo Monetario Internacional, en un largo calvario que se conoció como la crisis de la deuda en América Latina. La recesión Volcker ocupó un lugar secundario en el diagnóstico de la crisis.
El corolario de ese diagnóstico, a todas luces insuficiente, fue que el modelo latinoamericano de industrialización, por medio de la sustitución de importaciones, había fracasado. El análisis llevó a conclusiones equivocadas y abrió las puertas a un neoliberalismo que llegó a Latinoamérica disfrazado de ayuda financiera, prometiendo equilibrios y crecimiento. Hoy, que observamos los estragos que el neoliberalismo trajo a toda la región, conviene recordar el papel de la recesión Volcker en la crisis de la década de los años 80.
La muerte de Volcker el domingo
Paul Volcker, que lideró la Reserva Federal de los Estados Unidos entre 1979 y 1987, falleció este pasado domingo a los 92 años de edad. Gracias a su paciencia y persistencia consiguió que la mayor potencia del planeta lograra lidiar con un serio problema de inflación, aunque fue a costa de un agresivo incremento de los tipos de interés que terminó por lastrar su economía.

Todo el mundo lo respetaba pese a que como presidente de la Fed tuvo que adoptar decisiones muy poco populares para mantener la economía sobre los rieles, que le convirtieron en el más impopular. Antes de dirigir la política monetaria del banco central más poderoso del mundo, trabajó para el Departamento del Tesoro como subsecretario para asuntos monetarios internacionales y presidió durante cuatro años la Fed de Nueva York.
Paul Volcker nació en Cape May, Nueva Jersey. Era conocido como “Tall Paul”, por sus dos metros de altura. Se graduó con summa cum laude por la Universidad de Princeton, recibió un máster en economía en Harvard y completó su formación académica en la London School of Economics. Su carrera como banquero central comenzó en 1952 de economista para la Fed de Nueva York, donde estuvo cinco años antes de trabajar en el sector privado para Chase Manhattan Bank.
Incluso antes de ser propuesto por Carter para liderar la Fed, cargo que asumió en agosto de 1979, advirtió que el alza de precios era un riesgo para la estabilidad económica. “Nos dará más problemas y creará la mayor recesión”, advirtió en una reunión de la autoridad monetaria. Su misión fue romper con lo que calificó como un patrón de conducta y de pensamiento que provocó que el incremento persistente de los precios se viera involuntariamente como algo normal.
“Nos hemos acostumbrado a vivir con inflación”, dijo en un discurso en septiembre de 1981, en el que señaló que la mitad de la población en edad de trabajar en EE UU no sabía lo que era tener precios estables. El banquero central logró su objetivo dos años después de llevar los tipos de interés al máximo y la inflación bajó al 3%. El alto precio del dinero, sin embargo, asfixió la actividad de la industria manufacturera, la agricultura y el mercado inmobiliario.
Recesión profunda
El alza de tipos detonó así una recesión que duró dos años, entre 1981 y 1982. Antes de la última crisis financiera, se consideró la segunda peor contracción desde la Gran Depresión. La tasa de paro llegó al 10,8% en 1982. Volcker fue duramente atacado y se enfrentó a una fuerte oposición política que puso en vilo su reelección para un segundo mandato. Pero el tiempo demostró que sin su determinación, la economía habría continuado su espiral descendente.
La agresividad con la que combatió la inflación creó la base para que la economía de EE UU encadenara después dos décadas continuadas de expansión. Y su preocupación por la inflación empapó durante décadas la estrategia de la Fed y otros bancos centrales mundiales. La estabilidad de precios es uno de los dos pilares de su mandato. Estuvo al frente de la Fed hasta que el republicano George H. W. Bush nombró como sucesor a Alan Greenspan.
Obama recurrió a su experiencia para definir su programa económico durante la campaña que en 2008 le llevó a la presidencia de EE UU. Volcker fue muy crítico con los grandes bancos y ya con el demócrata en la Casa Blanca propuso para prevenir otra crisis como la vivida tras el colapso de Lehman Brothers reinstaurar la conocida como Ley Glass-Steagall, por la que en 1933 se partieron los bancos.
El antiguo banquero central pidió así que se limitara el tamaño de los grandes bancos de EE UU y su propuesta dio lugar a la regla Volcker, que fue integrada como parte del paquete legislativo que llevó a la reforma de Wall Street. La norma evita que las entidades usen los fondos de sus clientes para invertir en derivados y otros activos de riesgo.