Por Jessika Krohne

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Imaginémosnos la vida antes de que existiesen las redes sociales. Las personas se informaban de temas de la actualidad a través de la televisión o prensa escrita. Si se quería saber algo de un amigo, se contactaba por teléfono o simplemente se perdía la pista de esa persona y así las amistades muchas veces no perduraban en el tiempo. La vida era distinta, más sencilla y tranquila sin el afán de mostrar lo que se tenía o hacía.

Hoy en día vivimos en un espejo, en una pantalla donde exponemos lo que hacemos y otros miran. Eso de alguna manera ha dañado a la sociedad, ya que empieza sin querer la competencia por tener más y el sentirse en desventaja cuando no se puede obtener lo que se está viendo del otro.

Los avances tecnológicos han sido de gran ayuda para la comunicación pero no cabe duda que las redes sociales son un tema relevante que ha generado gran impacto en las personas, el diario vivir se ha centrado en mantenerse informado sobre lo que pasa en las redes, de las ultimas publicaciones de famosos, de estilos de vidas detrás de una pantalla, esto ha generado en la población una búsqueda de perfección en cuerpos y en vidas que en realidad no son como aparentan.

La mayoría despertamos y lo primero que hacemos, casi inconscientemente, es revisar el celular, aunque nos duela abrir los ojos. En el día lo volvemos a revisar compulsivamente y cuando subimos una foto esperamos ansiosos que caiga el primer like. Y nunca dejamos de estar, en cierto grado, pendientes de eso.

Como si fuera poco, a nuestro alrededor vemos que todos están haciendo lo mismo y reafirmamos que somos parte de una práctica común, que no estamos tan mal. Ya es casi imposible estar en una situación social sin que alguien esté subiendo fotos o grabando videos para sus stories, y el celular, siempre en nuestras manos, pareciera haberse convertido en una extensión tecnológica de nuestros cuerpos.

Las redes sociales se meten en cada rincón de nuestras vidas para capturar la mayor cantidad de nuestra atención. Y así vivimos desde una hiperexposición a estar gran parte del día cautivados por nuestra pantalla, y un sinfín de comportamientos que se han vuelto parte de nuestra rutina y que delatan que estamos inscritos en una especie de carrera agotadora por ser parte, estar vigente y no quedar atrás.

Por lo tanto solo queda reflexionar hasta donde permitimos que estos medios virtuales afecten nuestra vida, que tan bien o mal uso le estamos dando a estos medios que son para nuestro entretenimiento y no para imitar a alguien.

No nos dejemos guiar por todo lo que vemos en Internet, concentrémonos en ser unas personas de bien y de aportar cosas positivas a este mundo, de tal vez dejar a un lado nuestros aparatos electrónicos que nos alejan de la realidad, de compartir en familia, de tener tiempo para nosotros mismos. Yo siempre le digo a mis pacientes que nosotros somos los protagonistas de nuestras vidas y podemos controlar lo que hacemos y en la mayoría de las veces también lo que nos hacen.