Por Juan Gabriel Palma

El TPP-11, Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica,  va a pasar a la historia como “la prueba de fuego” para la honestidad de nuestros nuevos convertidos al cambio (y muchos más). Hasta el Presidente chileno nos dice ahora que él y los que representa, “hemos escuchado el mensaje. Todos hemos cambiado». Sí, quizás, pero, ¿seguirá él al mismo tiempo también a favor de levantar un muro de contención contra el cambio, el TPP-11?

Porque es lo uno u lo otro. Estar a favor de los dos es signo de hipocresía o ignorancia. Por ejemplo, con un TPP-11 en ejercicio, incluso medidas como la que ahora propone el Presidente –congelar las tarifas de electricidad–, tendrían un costo altísimo para el Gobierno, pues cualquier corporación afectada podría recurrir a los tribunales de fantasía del TPP para pedir una compensación equivalente a lo que habrían ganado si las tarifas hubiesen subido.

Eso es lo fundamental del tratado: darles derecho a compensación a las grandes corporaciones, nacionales “internacionalizadas” y extranjeras, por cualquier medida que les pudiese afectar sus “expectativas razonables de retorno a su inversión”. Y para asegurar que eso sea así, el TPP-11 crea estos tribunales de fantasía –los que van a estar por sobre nuestra democracia, voluntad popular, poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial–, en los cuales los propios abogados de dichas corporaciones van a ser jueces y partes en las disputas. (No por casualidad el tratado saca los litigios de los tribunales nacionales, con jueces profesionales, y se los lleva a dichas cortes de entelequia).

Lo mismo podría pasar con medidas como reducir la jornada de trabajo de 45 a 40 horas; con cualquier incremento substancial del salario mínimo, con una reforma de pensiones, tributaria, y de lo que sea. Para qué decir si nos ponemos serios con eso de cambiar la Constitución; ahí el listado de compensaciones va a ser más largo que las antiguas guías de teléfono.

Como bien se sabe, y a diferencia del discurso oficial, esa es la razón de ser del TPP-11: obstaculizar el cambio, al hacerlo impagable. El proteccionismo añejo se cambia por el “proteccionismo corporativo”. La “democracia protegida”, por corporaciones protegidas. Lo de las exportaciones de arándanos a Japón es solo el envoltorio para disimular lo de adentro: el ser otra “ley de amarre”, como las que dejó Pinochet, una incluso peor, porque cuando se impida el cambio, por hacerlo absurdamente caro, se va a poder echarle la culpar a alguien “de afuera”, como a las multinacionales y sus tribunales ad hoc.

Lo que ha quedado en evidencia en los últimos días es que la lista de las cosas que tienen que cambiar es muy variada: desde nuestra desigualdad autodestructiva a la arrogancia de la derecha.

También lo tributario. No puede ser que como existen tantas formas de elusión, para los de arriba pagar impuestos pasó a ser como “propina en un restaurante”. Lo de las pensiones (según la Superintendencia de Pensiones, el año pasado se pensionaron 125 mil personas en las AFP, y la mitad de ellas con menos de 48 mil pesos al mes). La mala calidad de los servicios públicos y sus tarifas de usura. Aquí los gobiernos “progresistas” tienen mucho que responder, por lo que al igual que el actual Presidente y sus ministros, también deberían pedir disculpas. Lo mismo con el abuso de las concesiones (muchas de las peores fueron aprobadas en dichos gobiernos).

También están las listas de espera eternas en los hospitales y la necesidad de terminar con la discriminación de género en los planes de salud. Que al menos en las universidades estatales la educación superior sea gratuita, y que se mejore sustancialmente la calidad de la educación preescolar y primaria. Para qué decir lo relacionado con el medioambiente o la regulación financiera.

La lista continúa: que se recuperen los recursos naturales, regalados a los aduladores y cortesanos del déspota (cómo el agua), a sus familiares (litio) o a las familias regalonas de los políticos (cuotas pesqueras). Y para qué decir crear un royalty de verdad para recuperar las rentas de los recursos naturales: si el de Balmaceda al salitre era equivalente a un tercio del valor de las ventas, el virtual de Lagos y Eyzaguirre equivale a menos del 1%, y como les dieron nuevas concesiones tributarias para que no les doliera tanto, el neto de este royalty no debe ser significativamente distinto a cero. (El prontuario de Eyzaguirre en el cobre es deplorable: del no-royalty a la venta-cuasi-regalo de cobre a futuro a China –algo más caro que el Davilazo–, pasando por negarse a comprar Los Bronces, parte del mineral con las mayores reservas de cobre del mundo, cuando la Exxon lo vendía a un precio que hoy parece ridículo).

Qué fácil es echarle ahora la culpa de todo a la derecha –y poner cara de “yo no fui» (como diría Rubén Blades)–. En fin, sea de quien sea la culpa, los cambios por delante son tantos, y su urgencia tan apremiante, que movimientos como NO+AFP, NO+Tag, NO+tal o cual abuso, proliferan por todos lados.

¿Y cuál es la característica común a todos estos cambios? Que en todos ellos hay multinacionales y corporaciones chilenas “internacionalizadas” involucradas en el abuso. Con un TPP-11 en ejercicio, cualquier cambio –por democrático, sensato, necesario o urgente que sea– implicaría dar compensaciones a diestra y siniestra. Por eso el TPP-11 les da de facto “el derecho a veto al cambio” a dichas corporaciones.

También les permite redefinir los derechos de los trabajadores (pues el tratado solo reconoce cinco derechos laborales, entre los cuales no están el de huelga, indemnización, vacaciones pagadas y el pre y posnatal); y el rentar en la forma más ineficiente posible de los derechos de propiedad intelectual. También dificulta el desarrollo de medicamentos genéricos; abre la posibilidad de apropiación de “semillas campesinas”; da libertad absoluta de acción en todo lo transgénico; vulnera el convenio 169 de la OIT sobre consulta a los pueblos indígenas (como muy bien nos recuerda en senador Huenchumilla), y se puede seguir enumerando.

Si se quiere prohibir un pesticida por cancerígeno, esto afectaría la rentabilidad de Monsanto y, por tanto, este tendría derecho a compensación. Que el pesticida sea o no cancerígeno es irrelevante. Si se quiere forzar la refinación del cobre en Chile vía un royalty diferenciado, tanto para industrializar el cobre como para evitar la polución más absurda de todas las que hacemos, las navieras que pierden el negocio tienen la palabra. (El equivalente al 70% de los barcos que salen de Chile con cobre concentrado al Asia transporta pura escoria; y como el transporte marítimo va a ser uno de los temas que van a estar más altos en la agenda de la COP25, pues es una de las actividades que genera más polución en el mundo, tengo curiosidad de ver las caras de los representantes chilenos justificando que nuestro principal producto de exportación por volumen es escoria).

También, si al menos para empezar, se crea una AFP estatal, las otras clamarían por compensación, pues solo en el mundo distópico del TPP-11 tratar de romper un monopolio privado se puede definir como “competencia desleal”.

Y como la complejidad para llevar a cabo muchos de estos cambios es altísima –al menos si uno quiere cambiarlos por algo mejor–, el tener el lastre de las interminables compensaciones del TPP-11, algo que sería autoinfligido, es un absurdo sin nombre.

La burocracia sin cara

Otro aspecto del TPP-11, por supuesto, es que, siguiendo la tradición iberoamericana, Chile tienen un aparato estatal lleno de faceless bureaucrats preparados para seguir pasivamente cualquier ideología que esté a la orden del día. Un ejemplo paradigmático de este “síndrome” iberoamericano es la forma en que los burócratas respectivos negociaron el tratado TPP-11. Como enfatiza Primo Levi, las personas verdaderamente peligrosas son «los funcionarios dispuestos a creer y actuar sin hacer preguntas». En el Animal Farm chileno, estos burócratas juegan el rol de las ovejas en el libro de Orwell. Chile será un país de ingreso medio alto, pero la vida no es tan fácil como esto indicaría, pues no solo hay una familia, sino una oligarquía y una burocracia que mantener.

Por ahora, esta contradicción –supuestamente querer el cambio, pero al mismo tiempo hacerlo prácticamente imposible con el TPP-11– todavía impregna el discurso político tradicional. Por ejemplo, uno de los primeros políticos que comentó los eventos recientes del país nos decía: “Las demandas se explican tras una larga historia de abusos, injusticia y desprotección social”, pero al mismo tiempo (como buen exrugbista) sigue siendo uno de los pilares de apoyo al TPP-11 en el Senado. Y otro honorable, quien dio el voto de mayoría para que la Comisión de Constitución, Legislación y Justicia del Senado aprobara el TPP-11, tiene la desfachatez de comentar los eventos recientes del país con igual dramatismo.

De hecho, los tres principales precandidatos presidenciales de la antigua Nueva Mayoría han apostado su carrera presidencial a la ilusión de ser reconocidos por la derecha, por su apoyo al TPP-11, como “hombres de Estado”.

Y hablando de hipocresías, la que se lleva el premio es el “acuerdo” Gobierno-Comisión de Relaciones Internacionales del Senado respecto al TPP-11, que enumera una serie de buenas intenciones no vinculantes, todas irrelevantes para la jurisprudencia de los tribunales del TPP-11. Cuesta entender cómo el presidente de dicha Comisión (José Miguel Insulza), un político que en su momento generó mucho respeto, ahora se cae de esa manera. Freud ya nos advertía: «En realidad, (nuestros líderes) no han caído tan bajo como tememos, pues nunca se habían elevado tan alto como creíamos».

Con el TPP-11 se legitima eso de que nuestra democracia es como una sociedad anónima donde las grandes corporaciones son los accionistas mayoritarios. “Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé. (…) Que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos, contentos y amargaos, valores y dublé. Pero que (con el TPP-11 será) un despliegue de maldad insolente, ya no hay quien lo niegue”.

Lobistas

Lo sorprendente en lo que pasa ahora en Chile no es que “el llano esté en llamas”, como diría Rulfo, sino ¿de donde salió tanta paciencia? Si el Senado y los lobbistas llegasen a aprobar el TPP-11, sería echarle bencina al fuego, pues ahí sí que debe haber grandes movilizaciones populares (pacíficas). Lo que está en juego es nada menos que nuestra democracia: no podemos dejar que sea corroída de esa forma.

La expresión del descontento, en lugar de enrarecer el aire, ha transparentado tanta hipocresía. Lo que eran “verdades absolutas”, como en el cuento de Andersen, quedaron desnudas. Otra vez algo que dijo Freud nos ayuda a entender lo que le pasó a la derecha en las últimas semanas, y a tanto de la centroizquierda, y a su ideología y a su modelo: “Si vivimos de ilusiones (por ejemplo, que el modelo neoliberal es todavía sustentable en lo ideológico, político y económico) no debemos quejarnos, entonces, si de vez en cuando estas entran en colisión con alguna parte de la realidad y se estrellan contra ella”.

En resumen, lo que realmente busca el TPP-11 es congelar el statu quo y, a diferencia de países más desarrollados, en nuestro caso, este se congela en el peor momento, pues como el modelo neoliberal (con su sector exportador puramente extractivo y su economía doméstica sin potencial de crecimiento de la productividad) ya hace mucho que dio lo que podía dar, ahora más que nunca necesitamos de un “upgrade”.

Esto se contrapone diametralmente (u ortogonalmente, como dirían mis amigos de la geometría) con el principal objetivo del TPP-11: reducir el rango de maniobra del Estado en la economía –y el de todos los chilenos en nuestra democracia–, dificultando la búsqueda de nuevas formas de autonomía nacional y de estrategias alternativas de desarrollo.

Camisa de fuerza

Poco importa que, en un mundo lleno de distorsiones y fallas de mercado, incluso la misma teoría económica neoclásica (por ejemplo, el teorema de Lipsey y Lancaster) nos diga que la condición necesaria para poder llegar al menos a un “second best”, es tener un amplio espacio de maniobra en lo regulatorio y en materias de política económica. De esta forma, el TPP-11 se va a transformar en una camisa de fuerza que asegure que puedan continuar las formas ineficientes de acumulación rentista, que caracterizan a nuestro modelo actual.

Por tanto, está por verse si los nuevos convertidos al cambio, y los convertidos de antes, pero que ya lo habían olvidado, van a pasar la “la prueba de fuego” del TPP-11.  Por ahora, como dicen los anglosajones, “el jurado todavía está deliberando” sobre la honestidad del gobierno (y la de los “renovados” que están embarcados en la misma ideología) respecto de su nuevo compromiso con el cambio.

Desde esta perspectiva (y tomando otra vez prestado del psicoanálisis), lo que busca el TPP-11 es consolidar lo que más ha caracterizado a Chile (y América Latina en general) en los últimos tiempos, especialmente a sus principales actores, tanto privados como públicos: que desde la perspectiva del desarrollo potencial de nuestro país, continuemos con nuestra “adicción a una vida empobrecida”. Para asegurar eso, qué mejor que un TPP-11; no fuese que por ahí salga otro Balmaceda. (Aunque no se ven demasiados en la cola).