Por Manuel Acuña Asenjo
La política no es, simplemente, una palabra. Es un concepto. Más exactamente, una categoría. Y puede definirse como el campo en donde se realiza la práctica política que no es sino un espacio social cuyos dominios se extienden dentro del propio Estado. En una porción de ese segmento social, que se denomina ‘escena política nacional’, se desplazan y operan determinados ‘actores políticos’. En ese espacio, la política funciona, pues, con la presencia y acción de esos ‘actores políticos’ que jamás actúan libremente o por voluntad propia, sino lo hacen en representación de determinados intereses enfrentados que, como es dable suponer, adoptan, a menudo, posiciones abiertamente antagónicas.
Tales actores políticos pueden ser personas individualmente consideradas como colectivos sociales que no siempre van a poseer el carácter de personas jurídicas —como lo es el caso de los ‘partidos políticos’— porque pueden mostrarse en la forma de simples movimientos cuya existencia y acción tolera el propio sistema.
Por supuesto, y dentro de los ‘actores políticos’, adquieren en este campo extraordinaria relevancia las llamadas ‘personalidades’, es decir, sujetos que han adquirido notoriedad en el campo social ya sea porque ejercen determinados cargos en el ámbito nacional (jefes de Estado, ministros, altos funcionarios estatales), representan a una organización (jefes de partidos políticos, parlamentarios, jefes de organizaciones sociales o empresariales), expresan una forma de ser (deportistas, actores de teatro, literatos) o son capaces de traducir en sus acciones un determinado interés social (personajes de la vida social).
Los ‘actores políticos’, por consiguiente, representan intereses antagónicos, actúan en una ‘escena política’ nacional (e internacional) y se enfrentan entre sí en defensa de los intereses específicos que representan.
En el campo donde opera la política, necesariamente han de resolverse los antagonismos que enfrentan a los actores políticos para lo cual se recurre a pactos, alianzas e, incluso, a la formación de bloques. Insistimos en un aspecto que nos parece crucial: constituye una falacia sostener que existen partidos políticos que no expresan o no representan determinados intereses. De lo cual puede deducirse que los conflictos entre los partidos políticos reflejan claramente el interés social que han decidido representar. La política, como práctica, no refleja sino la sórdida lucha por la imposición de los intereses de quienes se encuentran válidamente representados en esa escena política nacional, en especial, de los partidos.
El análisis de lo que pudo conducir al último cambio de gabinete del 13 de junio, por irrelevante que pueda parecer, debe llevarnos en primer lugar a determinar los intereses que subyacen tras la acción de los actores políticos dentro de una sociedad.
Intereses que defienden los partidos
En el caso de las elecciones de 2017 que dieron el triunfo a Sebastián Piñera, los partidos más importantes dentro de la coalición que le brindó su apoyo fueron la Unión Demócrata Independiente UDI y Renovación Nacional RN. Cada uno de éstos debería representar los intereses de determinado sector social. No obstante, en ambas colectividades se manifiestan los mismos intereses de grupos empresariales, a saber, el de la industria, la banca y el comercio; pero dichos intereses se manifiestan en una suerte coexistencia pacífica que permite la emergencia del predominio de uno de ellos por sobre el de los demás.
Así, por ejemplo, en la Unión Demócrata Independiente, predomina el interés de las finanzas (banca) por sobre el de la industria y del comercio; lo contrario sucede en RN en donde, si bien el interés social que representa la banca y las finanzas también está presente, el predominio lo ejerce la industria. Estas contradicciones también se manifiestan a nivel regional e, incluso, planetario. Pero no podemos dejar de señalar aquí que son estos elementos los que confieren determinado carácter a un gobierno; y permiten a la oposición, seleccionar los elementos que le van a brindar la oportunidad de torcer la mano a la imposición de la política de esa autoridad.
Recordemos que, en su primera administración, despreciando el apoyo que le brindaba la UDI como el partido más grande de Chile, Piñera prefirió desarrollar una política que representara más el interés de RN. Pero, como lo expresáramos en un documento del año pasado, «el carácter de clase de un segundo período presidencial no tiene por qué ser, necesariamente, el mismo del período anterior; es más, ni siquiera puede dicho carácter de clase ser el mismo en cada una de las fases que el gobierno ha de recorrer dentro de un determinado período”.

La UDI no dejó conformes a los dirigentes de la UDI. ¿Para qué tanta lealtad?, se preguntaron.
El tiempo nos ha dado la razón. Piñera ha gobernado con la UDI hasta el último cambio de gabinete. Es más: lo ha hecho, paradojalmente, cuando la UDI deja de ser el partido mayoritario de la coalición y dicha superioridad la asume RN luego de las elecciones de 2017. Y eso quiere decir que hasta ese momento, el interés social que se realizó a partir de la administración estatal no fue sino el de la banca y las finanzas en estrecha unión con el interés comercial. Lo señalamos en esa oportunidad: “Piñera fue, antes de todo y contrariamente a lo que se podría suponer, candidato de la UDI, partido que defiende a ultranza la aplicación del modelo en su fase más regresiva, lo que implica privilegiar la conducción hegemónica del conjunto social por parte de la banca en estrecha alianza con el comercio y la subordinación de la industria a ese manejo”. ´Sin embargo, en el último cambio de Gabinete favoreció más a RN.
La pregunta que surge en la cuestión del cambio de Gabinete, es si esto se debió a las encuestas o a que los ministros salientes no estaban haciendo bien la pega. Si fue esto último, ¿por qué la demora en cambiarlos? Pero si fueron las encuestas, ¿no será mejor prescindir de las mismas para gobernar con una mirada de largo plazo?”
Hacer analogías anacrónicas, dar sinrazones por razones, es parte del dominio ideológico que ejerce un sistema sobre sus integrantes para mantenerse con vida. La razón de los cambios no se encuentra en las causas que se acostumbran a señalar como tales. Buscar lo que realmente ha sucedido y por qué, a menudo, las alteraciones que suceden en la cúpula gubernamental no dejan satisfecha a una comunidad es una forma de contribuir a entender la realidad.
Por ejemplo, el cambio de gabinete ya mencionado, recordado y vuelto a recordar se venía anunciando desde hacía tiempo. Es más, muchas personas lo comentaban a propósito del viaje de Piñera a China admirándose que dicho cambio demorase tanto cuando se sabía que era inminente. Y era tanta la presión creada por dicha convicción que el propio ministro Andrés Chadwick debió salir al paso de los rumores el día 11 de junio expresando: “como me han escuchado reiteradamente, los cambios de gabinete los determina el Presidente y él fija la forma y fecha de cuando toma la determinación. Mientras tanto no hay ninguna determinación, ni ninguna acción que indique que vaya a haber un cambio de gabinete”.
Y, para no dejar dudas acerca de la autoridad presidencial, agregó en dicha oportunidad: “Tranquilidad a todos, porque de verdad, cuando el Presidente tome una decisión, ustedes lo van a saber y la opinión pública, obviamente se va a enterar. Dejemos que el Presidente decida él y no le impongamos plazo, formas ni condiciones, ni opiniones por parte de una atribución que es exclusiva del MAndatario.
En política, no obstante, hay que ser cuidadoso. Porque muchas palabras pueden quedar atrapadas en la garganta. Una cosa es afirmar algo; otra cosa es que así suceda. Y uno de los grandes mitos de la democracia es atribuir al presidente la capacidad de hacer lo que le plazca, ejercer todas las facultades imaginables y actuar en la más completa autonomía, algo que, en verdad, no sucede.