Por  Felipe Portales

Si definimos el feminismo como la búsqueda de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, entonces  el líder conservador Abdón Cifuentes (1836-1928) puede considerarse con justo mérito como precursor del  feminismo en Chile. En efecto, él fue el primer líder político que postuló la concesión de los derechos electorales a la mujer en un discurso pronunciado ¡el 16 de agosto de 1865!; cuando comenzaba a debatirse en la Cámara de Diputados un proyecto de reforma de la Constitución que especificaba quienes eran los ciudadanos con derecho a sufragio.

De partida, Cifuentes señalaba que, de acuerdo a la propia Constitución vigente, las mujeres tenían este derecho ya que en ella se señalaba que los ciudadanos con derecho a voto eran “los chilenos” en términos globales, sin distinción de sexo: “Si se atiende al uso común del lenguaje, es evidente que la voz chileno, como la de individuo, como hombre, en general, comprende a los dos sexos” (Colección de Discursos de Abdón Cifuentes, Tomo Primero; Escuela Tip. “La Gratitud Nacional”, Santiago, 1916; pp. 221-2).

Sin embargo, Cifuentes reconocía evidentemente “que la inteligencia constante que se ha dado a sus palabras,  que la creencia general a este respecto es que el precepto sólo comprende a los varones” (Ibid.; p. 222); por lo que “si ello estuviera a nuestro alcance, pediríamos a la Cámara una ley, una frase o una palabra explicativa del artículo constitucional, por medio de la cual quedase establecido que el derecho que declara el precepto de la Carta es extensivo a las mujeres” (Ibid.).

Y yendo al fondo del tema, Cifuentes planteó que “las sociedades políticas, tal como están constituidas al presente reposan bajo cierto aspecto sobre una base esencialmente injusta, contraria al progreso, contraria a todos los principios fundamentales y constitutivos del orden social. Ellas despojan de los derechos políticos nada menos que a la mitad del género humano, y precisamente a la mitad más débil y por consiguiente a la que más interés debe tener en el bienestar y progreso de las sociedades, la que reclama y necesita con más  imperio la protección social (…) si hay alguien que por su naturaleza necesita más que otro la protección de la ley y de la sociedad, ese es la mujer, físicamente más débil que el hombre; si hay alguien que tenga un interés supremo en que el orden social se perfeccione, en que haya un buen gobierno, ese es la mujer; y si hubiera alguien que en la sociedad pudiera quedar desheredado de los derechos políticos, no sería ciertamente el débil que puede ser impunemente oprimido, sino el fuerte que puede ser impunemente opresor; no debería ser por cierto la mujer, sino el hombre.

Si hay pues, alguna diferencia entre uno y otro, esta diferencia está a favor de la mujer, que tiene más necesidad que el hombre, de buenas leyes y buenos gobiernos, de buenas instituciones y buenos magistrados, que sepan dar protección debida a los que más la necesitan” (Ibid.; pp. 223- 4). Sin embargo, el líder conservador agregó que la historia, en esta materia, ha sido “al revés de lo que la razón ordena. La fuerza ha prevalecido contra el derecho. Los hombres que, desde las sociedades primitivas (…)  en que prevalece sin rival la ley del más fuerte, monopolizaron en su favor el derecho de dictar leyes, monopolizaron también todos los demás derechos, y por consiguiente desheredaron y han continuado desheredando a la mujer de los derechos políticos, como de casi todos los derechos” (Ibid.; p. 224).

Posteriormente, polemizó con la todavía abrumadora tendencia de la época a considerar a las mujeres como seres inferiores respecto del hombre. Primero, planteó que las condiciones esenciales para ser titular de un derecho y efectuar un acto humano son: “tener inteligencia para conocer la verdad y el bien, tener voluntad  para quererlos, libertad para ejecutarlos. He ahí todo lo esencial para constituir la capacidad natural de los seres humanos (…) Pues bien ¿posee la mujer esas cualidades esenciales que constituyen la capacidad necesaria para la ejecución de un acto, es decir, para el ejercicio de un derecho? ¿Les negaréis que tienen inteligencia y voluntad para conocer y amar la verdad y el bien? ¿Les negaréis que tienen alma, creada como la del  hombre, a semejanza de Dios? Si en nombre de la religión y de la razón, si en nombre del cristianismo y de la filosofía proclamáis la existencia del alma, en esta mitad del género humano; si en nombre de la razón y de la religión la proclamáis compañera y no esclava del hombre; si en nombre del cristianismo y de la filosofía las creéis dotadas de los requisitos esenciales para la ejecución de los actos, para el ejercicio de los derechos humanos, ¿en virtud de qué principios las declaráis perpetuamente incapaces de ejercer los derechos políticos?

¿En virtud de qué principios las condenáis eternamente al ostracismo de los negocios públicos, ni más ni menos que condenáis a los seres irracionales? (…) ¿Dónde está la ley natural que condene a la mujer al ostracismo universal y perpetuo de los negocios públicos, a que la tiene condenada la ley humana? No existe; lo único que existe es la historia del despojo de los derechos del débil por el fuerte, de los derechos de la mujer por el hombre; historia vergonzosa de la humanidad, porque es la historia de sus abusos” (Ibid.; pp. 225-6).

Y concluyó en un tono optimista respecto del logro del reconocimiento de este derecho humano fundamental: “Para nosotros, la concesión de los derechos políticos a la mujer, envuelve la más elevada perfección social; es un ideal hacia donde visiblemente la humanidad camina. Pensamos que ella llegará a ese ideal, tarde o temprano, pero que llegará infaliblemente. Para esto no se necesita ser profeta; para esto nos basta consultar la historia y estudiar la marcha de la civilización a través de las edades (…) Observando la marcha política del mundo, creemos nosotros divisar ya los primeros albores de lo que llamaremos la redención política de la mujer, y justamente en algunas monarquías del viejo mundo” (Ibid.; p. 241).

Además, en 1875 un grupo de mujeres de San Felipe (¡la ciudad natal de Abdón Cifuentes!) intentó sin éxito inscribirse en los registros electorales, aduciendo el mismo argumento de Cifuentes, de que la Constitución de 1833 concedía el sufragio a los “chilenos” en términos globales. Sin duda, esto llevó al “liberal” Domingo Santa María a hacer aprobar en la ley de elecciones de 1884 una explícita exclusión de las mujeres de los derechos de ciudadanía (ver Felicitas Klimpel.- La mujer chilena. El aporte femenino al Progreso de Chile. 1910-1960; Edit. Andrés Bello, Santiago, 1962; pp. 90-1).

Sin embargo, como es sabido, la historia le dio la razón a Abdón Cifuentes. Así, en 1934 se aprobó una ley que le concedió a la mujer derecho a voto en las elecciones municipales; y finalmente, en 1949, se le reconocieron a las mujeres plenos derechos ciudadanos en nuestro país.

Aporte de Kradiario: Polémica actual frente a una declaración sobre la mujer, no en el mundo político, sino  en la Iglesia 

El sacerdote de El Bosque Carlos Eugenio Irarrázaval hizo declaraciones en una entrevista de televisión sobre el papel de la mujer en la Iglesia que fueron objeto de grandes críticas en los medios de comunicación y dentro de la propia Iglesia. Esto ocurrió la última semana, 24 días después que fuera nombrado, el 22 de mayo, obispo auxiliar de la Iglesia de Santiago por el Papa, quien le pidió también que  diera un paso al costado por sus declaraciones.

Si bien existían expectativas por la designación de Irarrázaval, debido a su papel como párroco en El Bosque, donde contribuyó a unir a una comunidad herida por los abusos cometidos por Fernando Karadima, la “paz” no es precisamente lo que logró el religioso tras su designación.

El Arzobispado de Santiago informó de la renuncia, aceptada por Su Santidad, de su obispo auxiliar Irarrazaval. La pregunta obvia es si renunció realmente o ‘le renunciaron’, y todo parece apuntar a lo segundo. La agencia Europa Press también se refirió al tema, diciendo que Irarrázaval hizo unas declaraciones en entrevista con la cadena norteamericana CNN que se han juzgado muy poco afortunadas, por decir poco, como también definir la cultura judía como machista, añadiendo: «Si ves a un judío caminando por la calle, la mujer va diez pasos atrás, pero Jesucristo rompe ese esquema. Jesucristo conversa con las mujeres, conversa con las adúlteras, con las samaritanas, Jesucristo deja que ellas lo cuiden, hay quienes también lo siguen. ¿A quién le pidió que anunciara la resurrección? A la Magdalena, una mujer».  Y en esa misma entrevista, opiniones poco ‘actualizadas’ sobre el papel de la mujer han desatado las iras de las feministas. «Es cierto que en la Última Cena no había ninguna mujer sentada en la mesa y eso tenemos que respetarlo también. Jesucristo tomó opciones y no lo hizo ideológicamente, no son ideológicas y nosotros queremos ser fieles a Jesucristo», añadió. Y cuando el entrevistador insiste en consultarle sobre el papel de la mujer en la Iglesia, señala que “quizás a ellas mismas les gusta estar en la trastienda, puede ser”.

Que la última frase sea, quizá, interpretable en un sentido peyorativo es perfectamente posible, pero que justifique la renuncia de un obispo nombrado por Su Santidad,  es dudoso.

Desde el mundo católico valoraron la decisión de Irarrázaval de dar un paso al costado como gesto “valiente” y de “humildad”. “Sus desafortunadas declaraciones calentaron lo ánimos más que ayudar a la unidad, que es lo que él ha trabajado siempre», declaró un portavoz de la Iglesia.