Hoy es 9 de mayo, el Día de Europa que equivale a un Día Nacional o Patrio en cualquier estado del mundo. Sin embargo, en la Unión Europea no es un día feriado ni tampoco hay una conmemoración de la fecha con “bombos y platillos”. Todo se reduce simplemente a un acto oficial en la capital comunitaria, Bruselas, aunque es oficialmente el Día de Europa como se acordó en la Cumbre europea de Milán en 1985.
Lo que se conmemora este día es el primer paso, el primer ladrillo colocado para que se construyera a lo largo de 69 años la actual Unión Europea (UE) , lo que pacificó al viejo mundo acabándose las cruentas y largas guerras (Primera y Segunda Guerras Mundiales), especialmente entre los que fueron países enemigos como Francia y Alemania.
Y este primer ladrillo fue la Declaración de Schuman, de Robert Schuman, el entonces ministro de Relaciones Exteriores de Francia (francés pero con raíces alemanas y luxemburguesas) que fue un famoso discurso pronunciado por él el 9 de mayo de 1950 en el cual propuso que una Europa unida contribuyera a la paz mundial, a través de realizaciones concretas, como la administración conjunta del carbón y el acero por parte de Francia y Alemania y los demás países europeos que quisieran adherirse.
Europa reune hoy a 28 países y tiene un peso económico que equivale al de Estados Unidos y que supera al de China. Es también la primera exportadora mundial. Sin embargo, esa potencia económica no se traduce en una identidad política fuerte. Lejos del estado nación, pero lejos también de una estructura federal, la Unión Europea es un híbrido en el entorno internacional. Y sus instituciones, la Comisión, el Consejo de Ministros, el Consejo Europeo y el Parlamento son muy poco conocidas.
Los 69 años de la Declaración de Schuman se conmemoran ahora en un año complicado para la UE, primero por la salida pendiente del Reino Unido de la Europa comunitaria (el Brexit) y segundo por las elecciones parlamentarias europeas que se efectuarán el 26 de este mes de mayo (751 escaños).
El segundo punto es más trascendental que el primero porque en sus resultados pueden surgir una nueva orientación para este Parlamento, que puede ser más hacia la ultraderecha o más a la izquierda. Es por esta razón que la convocatoria dice “elige tu futuro”. Sera el momento en que los electores deberán responder la pregunta de ¿Para qué crees que sirve Europa hoy en un mundo tan convulsionado y con un capitalismo extremo y arrasadador como es el del estadounidense Donald Trump?
Para algunos europeos con derecho a voto encuestados por el diario El Huffpost piensan que la UE “nos da libertad, conexiones con otros pueblos, posibilidad de estudiar en otros idiomas y culturas con iniciativas que más o menos tenemos unos socios para cuando lo necesitamos. Pero también veo que no siempre está para ayudar, como con la crisis económica. Aún así, entiendo que es bueno estar dentro y no salir nunca».
Para otros, Europa es la garantía de cómo materializar los derechos humanos, la libertad, la solidaridad, la cohesión social, la prosperidad económica y, en definitiva, todas las cualidades que hacen posible el Estado de Bienestar. Hoy, la Unión Europea es un proyecto compartido y consolidado, que no debe sentirse amenazado por los populismos, que debemos preservar, y que ha transformado profundamente a Europa en una tierra de paz, cuyos ciudadanos disfrutan de altas cuotas de bienestar.
Como también otros ven a Europa hoy insertada en un mundo internacional donde puede manejar “los hilos conductores” y dicen ”no hay duda de que Europa es un actor político de primer orden, es la primera potencia comercial del mundo y es el mayor donante mundial de ayuda al desarrollo. Además, es el referente a nivel mundial en asegurar los más altos niveles de protección y cohesión social, y es el principal actor del cambio para alanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible en el año 2030. Sin duda alguna, y aunque tiene aspectos a mejorar, Europa es la garantía para que podamos construir un futuro sostenible y de bienestar.
El analista belga Matthias Poelmans dice que la UE es una asociación económica y política única en el mundo que, de no existir, habría que inventar de inmediato. Es esencial para ofrecer paz, prosperidad y estabilidad a sus ciudadanos y al resto del mundo, como garante del flanco occidental y contrapeso de otras grandes potencias, como en el caso de EEUU. Aunque a los menos viejos a veces nos cuesta recordarlo, la Unión ha servido y sirve para superar las divisiones en el continente, de tipo político, territorial o económico. No hay sangre, que se derrama cuando hay problemas.
Agregó que gracias a la UE los países pueden velar por que sus ciudadanos puedan vivir con mayor seguridad, pueden promover un desarrollo económico y social equilibrado y sostenible, porque sin Bruselas, como se dice, todos seríamos menos verdes. Para hacer frente a los retos de la globalización no se me ocurre nada mejor que sumar a 28 países, y los que vendrán. Hemos logrado preservar la diversidad de los pueblos de Europa, al mismo tiempo que se defienden los valores que nos unen a todos como europeos. Tenemos muchas voces y una sola. Eso es un gran valor.
En lo político, hay que superar los debates entre integración y soberanía, porque está muy claro el papel que juega cada cual, y se crean polémicas sin sentido, mientras que en lo económico hay que robustecer el euro y la productividad. Las políticas sociales tienen que mejorarse, se ha dado la imagen de un club selecto donde los desfavorecidos no tienen cabida y eso hay que cambiarlo, en el discurso y en la realidad.
La elección del 26 de mayo
La próxima legislatura 2019-2024 del Parlamento Europeo abre un período de nuevos retos y oportunidades para avanzar en esta visión ambiciosa de Europa en la que los casi 3 millones de empresas europeas de Economía Social y sus más de 13,5 millones de empleos deben tener un papel protagonista.
El Parlamento fue constituido en 1979 y las elecciones se celebran cada cinco años. La participación electoral es baja y refleja el desinterés y la desconfianza de los electores en la institución. Oscila entre el 62% de los primeros años y el 42% del 2014. Esa media es engañosa. Hay países como Bélgica con una participación del 90% y otros como Eslovaquia, donde alcanza sólo el 13%.
El Parlamento es la Cámara Baja de la Unión Europea. No puede proponer leyes o decidir sobre el presupuesto europeo. Pero sí tiene capacidad de veto sobre toda la legislación. Es la Comisión la que marca el camino con sus directivas y regulaciones. Pero las leyes deben ser aprobadas tanto por el Consejo de Ministros como por una mayoría del Parlamento.
Sin embargo el verdadero poder de la Cámara es muy limitado en su origen, pero, con los años, ha ido en aumento. El Parlamento marca el tono de la agenda europea, muy cargada de temas en los próximos cinco años. Su papel será determinante en la discusión de materias como las grandes firmas tecnológicas, la influencia de China o la política migratoria. Pero no tiene nada que decir en materia de política exterior o de impuestos. Tampoco entra en cuestiones que afectan muy directamente a los ciudadanos como la vivienda, la sanidad o la educación.
Desde el 2014 influye también de forma notable en el nombramiento del presidente de la Comisión Europea. Un acuerdo de ese año establece que es el grupo con más escaños en el Parlamento el que propondrá al presidente de la Comisión.
Paarlamento: ¿Cómo está organizado?
Son 751 escaños (750 diputados más el presidente), que una vez materializado el Brexit quedarán en 705 (salida posible del Reino Unido en octubre). El número de diputados de cada país depende de su población (Alemania, la que más parlamentarios aporta con 96 diputados; Malta y Luxemburgo, son los que tienen menos escaños (6 diputados cada uno). Cada diputado necesita al menos el 5% del voto en su circunscripción para entrar en el Parlamento.
¿Cuántos grupos hay y cuál es el equilibrio de fuerzas?
Hay ocho grupos paneuropeos en los que los diputados se pueden integrar. Los dos grandes grupos son el Partido Popular Europeo (EPP), dirigido por el cristiano demócrata Manfred Weber, y los Socialistas y Demócratas (S&D), encabezados por el alemán Udo Bullmann. Los dos han dominado el Parlamento desde su constitución, en 1979. En tercer lugar está la derecha euroescéptica, los Conservadores y Reformistas Europeos (ERC), en su mayor parte conservadores británicos. Ese equilibrio de fuerzas puede variar con la presencia del partido de Emmanuel Macron, La República en Marcha. Se calcula que puede obtener 30 escaños. Si opta por engrosar las filas del grupo liberal (ALDE), puede convertir esta agrupación en la fuerza central del Parlamento europeo. El nuevo parlamento deberá ponerse en marcha el 2 de julio.

El Brexit hará desaparecer una estrella del símbolo europeo
Al aplazarse el Brexit hasta el 31 de octubre, los británicos no han tenido más remedio que celebrar elecciones. Y todo apunta a que buena parte de sus escaños sean ocupados por Brexit Limpio, la fuerza política que dirige el anti-europeísta conservador Nigel Farage. Cuando el Brexit se haya materializado, los británicos simplemente deberán abandonar sus escaños en Estrasburgo, que serán repartidos entre los países infrarrepresentados, entre ellos, Francia, Italia o España.
Las elecciones del Parlamento Europeo se celebran entre los días 23 y 26 de mayo a las que están convocadas 374 millones de personas. De ellas saldrán 751 diputados de 28 países. Las europeas son las elecciones con menor participación (apenas superior al 40%) en la agenda de los ciudadanos. Pero esta vez tienen un significado excepcional. Después del Brexit, y por primera vez desde la constitución del Parlamento, en 1979, la idea misma de Europa y de sus instituciones es cuestionada por una parte importante del espectro político.
Finlandia es un país razonablemente feliz, según la clasificación de la ONU. Pero en las últimas elecciones de abril, el Partido de los Verdaderos Finlandeses, la extrema derecha, obtuvo el segundo lugar, a sólo un escaño de los socialdemócratas ganadores. Todo gracias a su nuevo líder, Jussi Halla-aho, un xenófobo amante de las armas que ha sido condenado por asegurar en su blog que Mahoma era pedófilo y que los somalíes son habituales parásitos del sector público por razones genéticas.
El de Finlandia no es un mal aislado. Lo padecen, con matices, los 28 países de la Unión. Son partidos que difunden un mensaje equívoco y efectivo que dice así: los inmigrantes, en colaboración con la burocracia de Bruselas, destruyen la cultura europea y su Estado de bienestar. Con su gasto, privan de ayudas a nuestros hijos y a nuestros mayores.
Marine Le Pen en Francia, Matteo Salvini en Italia, Viktor Orbán en Hungría, Heinz-Christian Strache en Austria o Geert Wilders en Holanda, junto a muchos otros partidos y Vox en España cabalgan sobre ese euroescepticismo y quieren convertir las elecciones en un plebiscito sobre Europa y la inmigración. Son partidos que sienten alergia a la diversidad y una nostalgia enfermiza por el pasado. Son chovinistas y piden más poder para los estados nación, justo cuando la solución a la crisis europea parecía ser una mayor integración.
El populismo de derechas crece en campo abonado. Después de una década de austeridad, la recuperación no ha devuelto a muchos europeos a los estándares de vida anteriores a la gran crisis del 2008. La globalización y las nuevas tecnologías no han beneficiado a todos, y la automatización amenaza el empleo industrial. La gran oleada migratoria iniciada el 2015 por el conflicto en Siria, los grandes atentados terroristas y la desinformación han acabado por atemorizar a unas sociedades envejecidas.
Así es el populismo el que aspira a dictar la agenda europea de los próximos años. El estancamiento de los salarios y el recorte del gasto han castigado en especial a las clases medias, soporte tradicional de los grandes partidos moderados. Son estos partidos, el PPE en el centro derecha y los socialdemócratas del S&D, los que han retenido la mayoría en el Parlamento. Pero este 2019 hay muchas dudas sobre la posibilidad de que eso no sea así. Deberán contar con el apoyo de los liberales (ALDE), de los Verdes –que en algunos países han ocupado en parte el espacio socialdemócrata– e incluso de la República en Marcha de Emmanuel Macron, que se presenta como el gran partido centrista europeo.
Macron defiende más Europa y coquetea con monopolizar la bandera antipopulista. Pero su presidencia en Francia es tan precaria –con la crisis de los chalecos amarillos– que muchos temen que una posible derrota en estas elecciones a manos de Marine Le Pen sea interpretada como un fracaso de Europa. La polarización también tiene sus riesgos.
El origen de la Comunidad Europea y la crisis de 2008

Actuales Líderes: Angela Merkel y Emanuel Macron
El proyecto europeo fue concebido en una sociedad mucho más igualitaria que la actual, con un mayor sentido de la responsabilidad comunitaria. Tomaba como referencia el Holocausto y la gran guerra, dos acontecimientos que no podían repetirse. El mecanismo de funcionamiento de sus instituciones no fue pensado tanto para la eficiencia, sino para evitar el dominio de un solo país (el miedo entonces era Alemania).
La sociedad surgida de la gran crisis del 2008 es más cínica que la de la posguerra. Menos comprometida. Y, después de la experiencia de la austeridad, algo más descreída sobre la capacidad de las instituciones europeas para asegurar su futuro. La Europa federal –los Estados Unidos de Europa– son hoy un ideal lejano. Y no es probable que ese híbrido político que es la Unión Europea vaya a avanzar mucho más. Pero las ideas que han inspirado la construcción europea –la paz, el pluralismo democrático, el imperio de la ley– siguen vigentes. Y brillan en un contexto internacional en el que han ganado peso los regímenes autoritarios y las democracias “iliberales”, donde el pluralismo es solo fachada.
La extrema derecha puede convertirse en estas elecciones en la cuarta fuerza del Parlamento europeo (hasta 150 escaños según algunas proyecciones), lo que equivaldría al 20% del voto. El resultado será un parlamento más fragmentado y un altavoz para sus ideas. Pero el verdadero peligro no está en su capacidad para gobernar, como de “contaminar” a los partidos conservadores tradicionales y condicionar la agenda europea.
El historiador Robert Paxton, que ha estudiado la Francia de Vichy y es autor, entre otros, de Anatomía del fascismo en el 2004, ha escrito que “los fascistas se encuentran cerca del poder cuando los conservadores empiezan a adoptar sus técnicas, apelan a la movilización de las pasiones e intentan cooptar a sus seguidores fascistas”. Ese es el riesgo.