Por Martin Poblete

Hace poco mas de sesenta años, el gobierno autoritario del General Marcos Pérez Jiménez llegó a su fin en Venezuela, consecuencia de la decisión de los altos mandos de las fuerzas armadas de quitarle su respaldo, gesto a su vez resultado de la decisión de los líderes de la oposición democrática de aunar voluntades para poner fin a esa dictadura. Rómulo Betancourt, desde el exilio, Rafael Caldera y Jovito Villalba concurrieron en la firma del Pacto de Punto Fijo; por su parte, la Junta de comandantes en jefe designó al Vicealmirante Wolfgang Larrazábal en la presidencia provisional, encargado de organizar elecciones libres a la brevedad.

La situación vigente, sin ser semejante a la de hace sesenta años, tiene algunas similitudes en el comportamiento de la oposición democrática. Durante el gobierno de Nicolás Maduro, sucesor del instaurado por el fallecido Hugo Chávez, los opositores a dicho régimen, golpeados por el colapso de los partidos políticos tradicionales, y por la represión lanzada contra ellos desde el aparato de Seguridad del Estado, parecían partículas en un ciclotrón: surgían, giraban a gran velocidad, mutaban, se desintegraban.

La situación actual pareciera ser distinta, el sorprendente liderazgo de un joven político, Juan Guaidó, ha logrado aunar voluntades en torno a un proyecto claro, comprensible, como es terminar con el régimen considerado ilegítimo de Nicolás Maduro; reemplazarlo por la presidencia provisoria de Guaidó con el mandato de convocar a elecciones generales libres. Aquí, sin embargo, terminan las similitudes, el régimen del General Pérez Jiménez era una clásica dictadura latinoamericana en el modelo del Profesor Jesús de Galíndez, el encabezado por Maduro es algo muy diferente.

Hacia fines del mandato de Hugo Chávez, las fuerzas armadas de Venezuela fueron concentradas en una sola unidad, Fuerza Armada Boliviariana, sus altos mandos encargados de administrar numerosas empresas estatales incluyendo la fundamental Petróleos de Venezuela S.A.; la oficialidad aumentada sin consideración aparente a las necesidades propiamente militares, según diversas fuentes habría mas de mil generales. Otro aspecto de la cubanización del gobierno venezolano es la presencia de numerosos asesores políticos cubanos, estos no sirven para generar desarrollo ni crear riqueza, pero saben administrar la escasez, la miseria, la precariedad, el aparato represivo centrado en las fuerzas de Seguridad del Estado.

La tarea de la oposición liderada por Juan Guaidó es no solo estimular deliberación en la Fuerza Armada Boliviariana, sino también crear condiciones para minar su lealtad a Nicolás Maduro, en este punto la oferta de amnistía puede ser un instrumento útil si bien éticamente cuestionable; algunos resultados empiezan a surgir visibles, como la renuncia del agregado militar en la embajada venezolana en Washington.

Una segunda tarea, de alto riesgo, será separar a los militares venezolanos de los asesores cubanos a cargo de las fuerzas de Seguridad del Estado; en toda probabilidad, el armamento del aparato represivo a cargo de asesores cubanos debiera ser de inferior poder de fuego respecto al del Ejército, pero en este asunto no hay información confiable.

Valga recordarlo, en el colapso de los regímenes comunistas europeos el único enfrentamiento de suma violencia tuvo lugar en la ciudad rumana de Timissoara, entre el Ejército y las fuerzas de Seguridad del Estado; nunca sabremos cuantos muertos hubo en Timissoara. Un suceso semejante debiera ser evitable en Venezuela, las semanas venideras marcarán el camino a seguir.