Artículo de Roberto Pizarro, aportes de Other News y de Kradiario
La extrema derecha crece aceleradamente en Europa, en Estados Unidos y también en América Latina. Ello es consecuencia directa de la inseguridad e incertidumbre que viven las clases medias y los sectores populares frente a la desprotección social, y en particular a su desafección con las élites liberales y socialdemócratas que dieron la espalda al Estado de bienestar y asumieron el neoliberalismo.
Pero en algunos países se está intentando frenar esta evolución, como ocurre en Suecia, donde un acuerdo alcanzado entre los socialdemócratas y dos fuerzas de la coalición conservadora para formar Gobierno —y dejar fuera así a la extrema derecha en ascenso— es una buena noticia no solo para el país escandinavo sino para toda Europa. Falta todavía que el Parlamento dé luz verde al acuerdo en una votación que se celebrará previsiblemente a finales de esta semana. Todo depende de los excomunistas, profundamente divididos. Mientras, los partidos tradicionales están mostrando una alternativa democrática concreta frente a un discurso identitario de división y exclusión que elección tras elección gana terreno en el continente. La conclusión es clara: la extrema derecha no puede ser ni el árbitro ni la clave en la formación de Gobiernos.
El analista Roberto Pizarro señala que la desregulación de las economías, en los centros y periferia, la hegemonía del capital financiero, una globalización excluyente, la obsesión por el crecimiento en desmedro de la distribución, un Estado reducido y un sindicalismo debilitado han multiplicado la riqueza del 1% de los más poderosos. Adicionalmente, la crisis del 2008 fortaleció al capital financiero, no fue capaz de reducir el desempleo y precarizó aún más a los trabajadores. En ese cuadro el avance de la ultraderecha en Europa se ha hecho imparable, y ya cuentan con representación en 19 parlamentos europeos.
Volviendo al caso de Suecia, este país ha vivido en los últimos cuatro meses una situación muy similar a la registrada en varios países europeos y que ha desembocado en una peligrosa parálisis política: un Parlamento muy fragmentado fruto de unas elecciones donde los partidos tradicionales han perdido peso, graves dificultades para lograr una coalición de gobierno, urgencia por aprobar los Presupuestos y una ultraderecha creciente interesada en azuzar la inestabilidad política para forzar una nueva convocatoria electoral en la creencia de que aumentarán su rédito electoral.
El avance de la extrema derecha
La extrema derecha gobierna en Austria, Italia, Polonia y Hungría. Y se encuentra a las puertas del poder en Holanda y Francia. Las declaraciones y propuestas de estos gobiernos son abiertamente xenófobas y en algunos casos fascistas. En efecto, el primer ministro adjunto de Italia, y ministro del interior, Matteo Salvini, líder del partido Lega, ha declarado estar reuniendo fuerzas para expulsar a medio millón de refugiados y apunta a construir un estado policial para reprimir cualquiera oposición social y política. El recuerdo de Mussolini es ineludible.
Por su parte, el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, del gobernante partido Fidesz-Unión Cívica Húngara, con amplio apoyo en sus últimas tres elecciones ha instalado un discurso de odio contra refugiados, inmigrantes, musulmanes y gitanos. Impulsa además una nueva Constitución que enfatiza los valores cristiano-conservadores y los de la familia tradicional. Orban nos hace recordar a Miklos Horty, el aliado de Hitler, que gobernó Hungría hasta la segunda guerra mundial.
En Alemania la ultraderecha irrumpió como tercera fuerza en el Bundestang con el 12,6%. Según los últimos sondeos, Alternativa para Alemania (AfD) ya superaría a los socialdemócratas del SPD y sería la segunda fuerza tras los democristianos de Angela Merkel (CDU/CSU).
En junio de 2018, Janez Jansa, líder del Partido Demócrata Esloveno (SDS), también de la derecha extrema, triunfa en las elecciones de Eslovenia con un 24,9%. Sin embargo, no logró aliarse con ningún otro partido para gobernar. Por su parte, Dinamarca cuenta con el Partido Popular Danés (DF), euroescéptico y antiinmigración, como segunda fuerza política. En las elecciones de 2015 logró el 21,1% de los votos.
En Holanda, el Partido de la Libertad, de Geert Wilders, quedó segundo en las elecciones de 2017 con un 13,1%, mientras, en Grecia el ultraderechista Amanecer Dorado no oculta su condición de partido neonazi y es la tercera formación en el Parlamento con el 7%, por detrás de Syriza y Nueva Democracia. Otros países donde la ultraderecha está ampliamente representada son Noruega, Finlandia, Letonia, Eslovaquia y Bulgaria.
La extrema derecha, con manifiestos rasgos fascistas, crece de forma preocupante en Europa. Liberales y socialdemócratas tienen alta responsabilidad en su emergencia. Le dieron la espalda al Estado del bienestar y se aferraron al neoliberalismo. Apoyaron a la banca en la crisis financiera del 2008 en vez de a los trabajadores. En este cuadro, con un desempleo creciente y una masiva ola de refugiados, generada por las guerras en Siria e Irak, la ciudadanía optó por el populismo de derecha.
La fórmula sueca ¿tendrá éxito?
En Suecia, de salir adelante el acuerdo entre socialdemócratas y dos fuerzas de la coalición conservadora para formar Gobierno constituye una buena noticia no solo para el país escandinavo sino para toda Europa. Habrá que ver qué resultado tiene este cordón sanitario frente a la extrema derecha, pero ya se pueden extraer algunas conclusiones como señala El País. Si bien este tipo de pactos muestran una línea clara entre las fuerzas democráticas y las que utilizan a la democracia para alcanzar el poder, también pueden suponer un fuerte desgaste para las primeras. Ya se ha comprobado, por ejemplo, en Alemania, donde la socialdemocracia ha visto muy mermado su apoyo tras gobernar con los democristianos. Aun así, ha repetido el experimento antes de permitir a la extrema derecha ser decisiva.
En segundo lugar, es conveniente que la extrema derecha no quede como única alternativa a los partidos democráticos, porque esto también favorece su estrategia de crecimiento. Es preciso que el votante tenga a su disposición una variedad de alternativas democráticas que no necesariamente formen parte del Gobierno al que, por el motivo que sea, no quiera respaldar con su voto. Los Gobiernos deben habituarse a la negociación constante, y las oposiciones democráticas de diferente signo a dar su apoyo. Finalmente, para poner en su justa perspectiva el avance de la ultraderecha, hay que diferenciar entre Ejecutivos apoyados en el Parlamento por partidos de ultraderecha y aquellos donde la ultraderecha forma parte del mismo Gobierno. Solo hay tres países en este último caso: Italia, Austria y Finlandia. La llegada de la ultraderecha a los Gobiernos no es inevitable, pero es necesario que las fuerzas democráticas hagan un esfuerzo, ha dicho El País de ESpaña.
Desprotección ciudadana
Para Pizarro, la extrema derecha europea se presenta como alternativa para enfrentar la desprotección ciudadana. Se coloca al lado de la ciudadanía, contra las clases dirigentes tradicionales, mostrándose ajena a los que históricamente han mandado. Y, el pueblo, en su desesperación, les cree. Así las cosas, se afianza el populismo de derecha, con un nacionalismo exacerbado, discurso anti-inmigración, islamofobia y el recelo de la Unión Europea como proyecto político. El primer ministro húngaro Orban no duda en su postura ultranacionalista: “No queremos minorías con culturas y antecedentes diferentes a nosotros. Queremos mantener a Hungría como Hungría”.
La ciudadanía, en su desamparo, encuentra en los inmigrantes y en las élites tradicionales los chivos expiatorios a todos sus males. La ultraderecha agita que los inmigrantes le roban los bienes a los nacionales, les quitan sus trabajos y los derechos a la educación y salud. El discurso agrega que la burocracia europea los está afectando y que hay que recuperar la identidad nacional, las tradiciones. Se rechaza la diversidad cultural y a todo lo extranjero, convirtiendo a los musulmanes en uno de los enemigos principales.
El caso de Trump
Donald Trump no se queda atrás. Se encuentra en sintonía con los partidos de extrema derecha europea en su populismo y xenofobia. No rechaza la democracia de forma abierta, pero sus ideas radicales son muy peligrosas.
El declive del capitalismo estadounidense, frente a la arrolladora emergencia económica China, facilitó el triunfo del gobierno Trump. Comprendió, con astucia, el resentimiento de la clase media baja blanca y de los trabajadores industriales que se quedaron sin trabajo con la exportación de industrias, que buscaban bajos salarios en China y en otros países del Asia.
Trump abrió nuevas esperanzas a los trabajadores de Pensilvania, Michigan, Ohio, Tennessee, Indiana, Iowa y Virginia occidental, entre otros estados. Les dijo que los culpables del desempleo era la globalización, los tratados de libre comercio, mal negociados, y los inmigrantes. Y, les prometió recuperar la grandeza de los Estados Unidos.
Trump miente mucho, pero cumple sus promesas. En lo económico, se retiró del TPP, el acuerdo transpacífico que el mismo Estados Unidos se había encargado de impulsar; renegoció el NAFTA para mejorar la posición comercial de su país respecto de Canadá y México; y, ha declarado guerra comercial a China apuntando a superar los desbalances comerciales con ese país.
En lo político, Trump se retiró del acuerdo climático de París y ha terminado con el programa nuclear acordado con Irán. Decidió trasladar a Jerusalén la embajada norteamericana en Israel. Ha terminado con su participación en la Unesco y en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU y decidió no firmar el acuerdo migratorio de la ONU. Y, persiste en la construcción del muro con México para cerrar las puertas a los migrantes centroamericanos.
Su liderazgo agresivo rechaza la globalización con la obsesión de la nación renacida, se desentiende de los acuerdos internacionales, impulsa un exacerbado odio racial y un renovado culto a las armas. Finalmente, en su intervención, en septiembre del 2018, en la Asamblea General de las Naciones Unidas, denunció las “amenazas a la soberanía” derivadas del multilateralismo y rechazó la “legitimidad y autoridad” de la Corte Penal Internacional de La Haya.
“Nunca cederemos la soberanía de Estados Unidos a una burocracia global no electa y que no rinde cuentas”. “Rechazamos la ideología de lo global, y abrazamos la doctrina del patriotismo”, dijo.
América Latina no se queda atrás, con la emergencia de Bolsonaro en Brasil y algunos otros presidentes en la región. Ello merece una nota especial.
Por ahora sólo diremos que el nuevo mandatario brasileño anuncia políticas peligrosas: cuestiona los derechos del mundo indígena y enfrenta a las organizaciones que los defienden; irrespeta la diversidad sexual y defiende el conservadurismo cultural; declara una lucha frontal a las ideas de izquierda; no renuncia, sin embargo, al neoliberalismo en lo económico. Su ministro de Economía, admirador del modelo económico chileno, ya ha propuesto privatizar más de 100 empresas públicas, así como introducir el sistema de AFP existente en nuestro país. En suma. Bolsonaro, se encuentra en sintonía con la extrema derecha europea y con las ideas agresivas de Trump.
A final de cuentas, el auge de la extrema derecha en Europa es consecuencia de la renuncia de los partidos liberales y socialdemócratas al Estado de bienestar, el impulso de políticas de austeridad y al apoyo al capital financiero por sobre los intereses de los trabajadores. Por otra parte, el Brexit lo que hace es precisamente reforzar las fuerzas de la ultraderecha.
Las políticas de extrema derecha en curso en Estados Unidos y en Brasil también ponen de manifiesto la incapacidad que caracterizaron al Partido Demócrata en el país del norte y al PT de Lula para atender las más sentidas demandas de las capas medias y sectores populares. En vez de ello, privilegiaron los intereses del capital financiero y de una globalización excluyente.
Nuestros hijos, y con seguridad nuestros nietos vivirán tiempos muy difíciles. Deberán prepararse para una larga lucha en defensa del trabajo, de las libertades y los derechos humanos.
(*) Distribuido por Other News desde Roma y aportes de Kradiario.
La mala gestión, los casos de corrupción y pésimas decisiones por parte de la izquierda latinoamericana han dado pie a que la derecha tenga el poder en casi todos los países de la región, en Chile es vital poner ojo en el futuro candidato J.A. Kast, quien sube y sube en las encuestas, a pesar de su discurso claramente pinochetista, lo veo y no puedo dejar de recordar la subida al poder del emperador Palpatine.