Por Walter Krohne
La verdad es que en las elecciones de medio tiempo en Estados Unidos (legislativas, gobernadores y otros cargos estatales) casi todos ganaron lo que buscaban, aunque no en la cantidad o proporción deseada o necesaria para cambiar las cosas en la unión estadounidense: Los demócratas recuperaron la mayoría en la Cámara de Representantes después de ocho años de ser minoría y Donald Trump y los republicanos aumentaron la mayoría en el Senado. Esto significa que la vida política en este país seguirá como hasta ahora, sin grandes sobresaltos pero soportando la extravagancia y los desatinos del presidente Donald Trump, lo que no será muy positivo para el resto del mundo.
Sin embargo, para algunos analistas esto significa que el Congreso de los Estados Unidos operará, como ha sido hasta ahora, con un severo bloqueo en los próximos dos años tras haber logrado sólo agrietar el poder de la figura presidencial de Donald Trump.
Así la Cámara de Representantes queda hasta ahora (el recuento final está por venir) con una mayoría demócrata de 219 representantes contra 193 republicanos, pero faltando 23 cargos por decidir (actualmente son 236 republicanos contra 193 demócratas).
Contrariamente en el Senado los republicanos lograron la mayoría absoluta con 51 senadores contra 45 de los demócratas y 4 cargos por decidir (actualmente son 51 republicanos contra 49 demócratas).
En el fondo la elección legislativa mantuvo un país completamente dividido en dos mitades sin cambiar casi en nada el pronóstico de las encuestas, que en esta elección recuperaron el prestigio que habían perdido perdido en comicios anteriores.
En todo caso, este resultado deja fuera la posibilidad de enjuiciar a Donald Trump y poder dejarlo sin mandato como se esperaba en distintos sectores de EE UU y del mundo entero hasta el lunes.
Los demócratas perdieron en las grandes centros urbanos, lo que para Trump significa una muestra de lealtad a su política y así se confirma que “Donald ha cambiado totalmente al Partido Republicano en dirección a un conservadurismo extremo”, como subrayan algunos analistas.
Sus discípulos lo lograron, como el caso de Florida donde el trumpista Ron DeSantis impidió que Andrew Gillum se convirtiera en el primer negro en asumir el cargo de gobernador en el estado.
Mientras Nancy Pelosi, la líder demócrata en la cámara de representantes, declaraba anoche que “hemos recuperado la Cámara de Representantes para el pueblo”, los sueños demócratas , sin embargo, de arrebatar el Senado a los republicanos quedó atrás en el camino. En el Senado le hubiese sido posible a los demócratas ponerle trabas a Trump en materias de política exterior como también frenar sus nombramientos en el poder judicial.
Los candidatos demócratas al Senado perdieron en sus tradicionales bastiones de Indiana, Dakota del Norte, Texas y Tennessee. Sólo un ejemplo: Beto O’Rourke, la gran estrella emergente del Partido Demócrata, el hombre que por primera vez desde 1988 puso Texas a su alcance, perdió frente al republicano y controvertido Ted Cruz.
Con la mayoría en la Cámara, los demócratas podrán impulsar proyectos de ley, pero sobre todo podrán lanzar comisiones de investigación para escrutar sus finanzas, sus conflictos de interés o los nexos de su entorno con la trama rusa. A su alcance quedará también poner en marcha el ‘impeachment’, un escenario que paralizaría la vida política del país. Pelosi ha dicho que, por el momento, no entraría en estos planes de su partido.
El veredicto de los estadounidenses sobre Trump es ambiguo y hasta contradictorio. El núcleo duro de sus apoyos resiste (varones blancos mayores de 50 años con alto nivel adquisitivo y estudios medios) y el peso de la América rural en el reparto de escaños en el Senado (dos por estado). La indignación con la agenda política y estilo del presidente está ahí y ha movilizado a numerosos votantes demócratas en áreas urbanas y suburbanas pero no con una intensidad suficiente como para hablar de correctivo al trumpismo o de giro político profundo, comentó La Vanguardia de Barcelona.
Esto a pesar de la afluencia récord de votantes desde la Segunda Guerra Mundial. También la cantidad de dinero invertido en la campaña ha sido histórico: 5.200 millones de dólares, mil más que en anteriores comicios de mitad de mandato (‘midterm’).