Por el equipo de Kradiario
El neofascista de nuevo cuño sostiene una concepción pura de la nación, rechaza visceralmente el mestizaje y señala al inmigrante como nuevo chivo expiatorio. Su auge procede de la precarización económica y social, escribió recientemente el sociólogo francés Sami Nair (precariedad laboral es la inseguridad, incertidumbre y la falta de garantía de condiciones socioeconómicas mínimas).
Europa se construye desvelando, como telón de fondo, una identidad incierta. Experimenta una tensión conflictiva de cara al futuro, porque los cimientos originales del proyecto europeo, aunque asentados en la democracia de postguerra, estaban basados en intereses económicos sin consenso de pertenencia a una política común.
Sin embargo, esto no es una cuestión solamente europea sino mundial. Por ejemplo, en Brasil han sido los intereses económicos de ciertos grupos, sin especificación clara de sus respectivas orientaciones políticas, los que llevaron a Jair Bolsanaro al poder y le volvieron a abrir las puertas de la política a los militares. El “bajísimo” crecimiento brasileño no ayuda a entender este triunfo. Lo que sí lo explica es un tipo de crecimiento con empleo precario e inestable, y que depende de los ciclos de la economía mundial. En realidad, el aumento del PIB fue muy elevado durante la administración de Lula da Silva y se deterioró en la presidencia de Dilma Rousseff, en correspondencia con la caída de los precios internacionales de las materias primas (ambos fueron gobiernos del Partido de los Trabajadores).
Como escribe el académico y analista Roberto Pizarro no es bueno «comprarse» el discurso neoliberal de que el crecimiento resuelve todos los males. La preocupación debe apuntar al modelo productivo y no al crecimiento en abstracto. Cuando Lula llega al gobierno en 2002, en vez de impulsar una transformación económica, en línea con países de similar envergadura, como la India o China, decide profundizar el modelo exportador de materias primas y paralelamente favorece una apertura indiscriminada de Brasil a las transnacionales.
El discurso antisistema y contra la corrupción de Bolsanaro y cargado de un fuerte ultranacionalismo y apego religioso, cautivaron a los brasileños. La consigna de él, similar o parecida a la de Donald Trump, ha sido la de “Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos”. ¿No es esto también similar o parecido al “Deutschland über alles” de la Alemania nazi o es sólo una rebuscada coincidencia?, tomando como aporte una idea planteada por el periodista brasileño Victor Farinelli
El nuevo gobierno brasileño significará también un refuerzo importante al poder político de los militares, porque el presidente electo asegura que tendrá algunos ministros militares en su gabinete, hizo alusión a que ellos podrían cuidar de carteras sociales, como Salud y Educación.
Así, como ha ocurrido en algunos países europeos, como Polonia o Austria, y últimamente en Alemania con el partido AFD, la ultraderecha logra este año su tercera gran victoria electoral en Sudamérica junto con Iván Duque en Colombia y Mario Abdo Benítez en Paraguay, aunque la de Bolsonaro es sin duda alguna la más importante, porque el tendrá todas las condiciones de liderar un bloque ultraconservador en la región latinoamericana.
También deberá ser el enemigo más duro de los países que todavía tienen gobiernos de izquierda, especialmente Venezuela y Bolivia.
A nivel global, Jair Bolsonaro deberá ser un gran aliado del presidente estadounidense Donald Trump, a punto de imitar su agenda relacionada al Medio Oriente. De hecho, pretende cerrar la embajada brasileña en Palestina y trasladar la sede diplomática en Israel de Tel Aviv a Jerusalén.
Además, Bolsanaro surge también como un posible enemigo de China. No son pocas sus declaraciones respecto a un temor por la expansión china en el continente. De hecho, en su programa económico ultraliberal -Bolsonaro promete deshacerse de todas las empresas del Estado- tendrá reparos solamente en el sector energético, donde dice que buscará mecanismos para impedir que las empresas del país asiático sean favorecidas. Por lo tanto, es muy probable que se borre la B del bloque de los BRICS (que incluye a Rusia, India, China y Sudáfrica).
Sin embargo, hay que reconocer que el nuevo líder brasileño, del Partido Social Liberal (con una cuota baja de parlamentarios) tendrá una fuerte oposición que quedó manifestada en 47 millones de sufragios (45%) que votaron en contra de su propuesta y siguieron apoyando en las urnas el camino del progresismo que no está muerto, al menos no dentro de las fronteras de este gigante latinoamericano. La fortaleza de esta corriente se mantuvo en la región del noreste brasileño, donde los partidos de izquierda (y sobretodo el del Partido de los Trabajadores) lograron elegir todos los gobernadores, y donde el candidato del “lulismo” Fernando Haddad tuvo una votación por sobre el 60%.
En todo caso desde la crisis del 2008 ha comenzado a evidenciarse en el mundo, tanto un déficit democrático respecto de la gobernabilidad como la desagregación social sufrida por capas enteras de las sociedades, lo que ha derivado a una crisis mundial.
Diez años después de la gran crisis económica en lo que va del siglo XXI, el terreno social es más favorable que nunca al desarrollo de movimientos nacionales de ultraderecha. En Europa occidental, los movimientos de extrema derecha se han agudizado severamente, surgiendo movimientos de esta tendencia en casi todos los países. El sociólogo Sami Nair subraya que “el resurgir de los partidos de extrema derecha nos retrotrae indefectiblemente al fascismo de los años treinta, adaptado a la actualidad política y económica; y en Europa del Este, el auge nacionalista es aún más virulento.
La ultraderecha gobierna ya o bien influye decisivamente sobre las políticas de Hungría y Polonia. En Austria e Italia, son los mismos gobiernos quienes asumen políticas xenófobas; en otros países, los partidos neofascistas ocupan posiciones relevantes en instituciones cercanas a la ciudadanía (municipios, colectividades locales, servicios sociales públicos, etc.), idóneas para poner en práctica sus programas. Por supuesto, aunque revistan la misma tonalidad de color, intentarán a cualquier precio disimular su filiación “fascista”, históricamente desacreditada. Es lo que ocurre en Francia con Marine Le Pen, o en Hungría con Viktor Orbán, concluye Nair.
En próximos capítulos de análisis político de Kradiario y con los resultados en la mano de las elecciones parlamentarias estadounidenses del próximo 6 de noviembre, podremos entregar una visión aún mucho más clara del comportamiento del neofascismo o nacionalismo extremo que está dominando al mundo. En este otro gigante de América la posición que adopte Trump en la escena internacional, gane o pierda las elecciones , nos permitirá acercarnos a un cuadro más objetivo sobre el desarrollo del nacionalismo en los Estados nacionales, tanto en América como en Europa.
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