Viajo a diario de Viña del Mar a Valparaíso y viceversa, generalmente en el Metrotren o en bus y me encuentro rodeado de verdaderos”autómatas” incomunicados e inmersos en sus celulares o con sus oídos tapados por audífonos o grandes fonos. Buena excusa por lo demás para no ofrecer su asiento a una dama embarazada o a un adulto mayor, encerrados en sí mismos, chateando con desesperación a quien sabe quién o escuchando algún tipo de música, ¿noticias? Para qué, el que nada sabe, nada teme, parece ser la consigna. Casi nadie conversa, casi nadie lee algún buen libro o un periódico, Si el siglo XX fue el siglo del desarrollo de las comunicaciones, el siglo XXI es el siglo de la incomunicación.

Leía hace poco un artículo del periodista uruguayo Leonardo Haberkorn, profesor en la carrera de Comunicaciones en la Universidad ORT de Montevideo, Uruguay, titulado “Me cansé, me rindo”, se refería a que había perdido la batalla para lograr la atención de sus alumnos, que a sus explicaciones sobre la realidad nacional o internacional no prestaban atención ya que mientras el profesor hablaba, prácticamente todos sus “estudiantes” preferían accionar sus celulares para los WhatsApp, chatear o ver fotos en Facebook o Instagram, twitear, etc. sin “tener conciencia de lo ofensivo o hiriente que es lo que hacen”.

Ante esta situación el profesor Haberkorn, renunció a su trabajo académico, ante la falta de interés y la ignorancia supina de los muchachos frente a cualquier pregunta de actualidad, con solo silencio como respuesta.

Esta generación del celular, que prefiere aislarse dentro de su aparato, que participa en tomas vandálicas de sus establecimientos de educación, que se la lleva en marchas en que muchas veces no sabe porqué o para qué, en “carretes” nocturnos, con exceso de alcohol y drogas, con promiscuidad sexual para ser aceptado o aceptada en el grupo, que reniega de la política, no vota, no participa en la democracia que tanto costó recuperar, pareciera ser una generación perdida.

A propósito de política, el arte de gobernar, también muestra grandes signos de incomunicación, basta ver los programas de debate en televisión como una muestra palpable de la nula comunicación o entendimiento entre oficialistas y opositores. La política es necesaria, pero requiere renovación, diálogo, consensos para un país mejor.

Esta especie de universitarios, en cuya “educación” invierte el Estado o sus padres, pone en jaque el futuro del país, por la mediocridad de la mayoría de los profesionales que están egresando. Ojalá esto no se transforme en epidemia y los mejores, los que no se han dejado arrastrar por el ambiente distorsionado de las universidades de hoy, sean la generalidad y no la excepción.