Por Ben Hubbard y David D. Kirkpatrick  – New York Times en español

Jamal Khashoggi llegó a Washington hace un año y dejó atrás una larga lista de malas noticias en el lugar que llamaba su casa.

Después de una exitosa carrera como asesor y vocero no oficial de la familia real de Arabia Saudita, el príncipe heredero le prohibió escribir en el reino, incluso en Twitter. Su columna en un periódico propiedad de sauditas fue cancelada. Su matrimonio estaba fracasando. A sus familiares les prohibieron viajar, para presionarlo a dejar de criticar a los gobernantes del reino.

Entonces, después de que llegó a Estados Unidos, una ola de arrestos mandó a varios de sus amigos sauditas tras las rejas, y tomó una decisión difícil: era muy peligroso regresar a casa dentro de los próximos meses, quizá en cualquier momento.

Así que en Estados Unidos se reinventó como crítico en sus columnas en The Washington Post y creyó que en Occidente había encontrado un lugar seguro.

Pero resultó que la protección Occidente tiene límites.

Khashoggi fue visto por última vez el 2 de octubre, cuando entró al Consulado de Arabia Saudita en Estambul, Turquía, donde necesitaba recoger un documento para su boda. Ahí, según funcionarios turcos, un equipo de agentes sauditas lo mataron y lo desmembraron.

Los funcionarios sauditas han negado haberle hecho daño a Khashoggi, pero dos semanas después de su desaparición, no han podido dar evidencia de que salió del consulado ni han ofrecido ningún recuento creíble de lo que pasó con el periodista.

Su desaparición ha abierto una disputa entre Estados Unidos y Arabia Saudita, el principal aliado árabe del gobierno de Donald Trump, y ha dañado seriamente la reputación del príncipe heredero, Mohamed bin Salmán, el hombre de 33 años que ostenta el poder detrás del trono saudita y que esta vez quizá se excedió incluso para sus más leales simpatizantes en Occidente.

La posibilidad de que el joven príncipe ordenara el asesinato de un disidente representa desafíos para el presidente Trump y puede convertir las antes cercanas relaciones en tóxicas. Podría convencer a aquellos gobiernos y corporaciones que han ignorado la destructiva campaña militar del príncipe en Yemen, el secuestro del primer ministro libanés y sus olas de arrestos de clérigos, empresarios y otros príncipes de que es un autócrata despiadado que no se detendrá ante nada para acabar con sus enemigos.

Aunque la desaparición ha proyectado una nueva luz más intensa sobre el príncipe heredero, también ha llamado la atención sobre las simpatías enredadas a lo largo de la carrera de Khashoggi, en la cual equilibró lo que parece haber sido una afinidad privada por la democracia y el islam político con su prolongado servicio a la familia real.

Su atracción al islam político le ayudó a forjar un vínculo personal con Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía, quien ahora exige que Arabia Saudita explique el destino de su amigo.

La idea del autoexilio en Occidente fue un golpe para Khashoggi, de 60 años, quien había trabajado como reportero, comentarista y editor para convertirse en una de las personalidades más conocidas del reino saudita. La primera vez que llamó la atención internacional fue cuando entrevistó a un joven Osama bin Laden (Al Qaeda)  y, posteriormente, se convirtió en un reconocido confidente de reyes y príncipes.

Gracias a su carrera estableció muy buenas conexiones y el hombre alto, amistoso y fácil de tratar parecía conocer a todo aquel que tenía alguna relación con Arabia Saudita durante las tres últimas décadas.

No obstante, establecerse en Washington tenía sus ventajas. Un amigo lo invitó a pasar el Día de Acción de Gracias el año pasado y él compartió con sus 1,7 millones de seguidores en Twitter una foto de sí mismo en la cena engullendo pavo y batatas o camotes.

Cuando llegó su turno de compartir por qué estaba agradecido, dijo: “Porque soy libre y puedo escribir con libertad”.

De acuerdo con entrevistas hechas a decenas de personas que conocían a Khashoggi y su relación con los líderes sauditas, su afición por escribir libremente y el que quisiera impulsar una reforma política desde el extranjero lo pusieron en un camino de rivalidad con el príncipe heredero.

Aunque Arabia Saudita ha sido gobernada desde hace mucho tiempo conforme al consenso de príncipes veteranos, el príncipe heredero ha desmantelado ese sistema y dejó su propio poder sin revisión alguna. Si se tomó una decisión para silenciar a quien el reino consideraba un traidor, probablemente la tomó él.

Lo que le dio fama a Khashoggi fue conocer a Osama bin Laden. Khashoggi había pasado un tiempo en Yeda, la ciudad natal de Bin Laden y, como Bin Laden, él provenía de una familia prominente que no pertenecía a la realeza. El abuelo de Khashoggi fue un médico que trató al primer rey de Arabia Saudita. Su tío fue Adnan Khashoggi, un famoso vendedor de armas, aunque Jamal Khashoggi no obtuvo beneficio alguno de la fortuna de su tío.

Khashoggi estudió en la Universidad Estatal de Indiana y regresó a Arabia Saudita para trabajar como reportero de un periódico en inglés. Varios de sus amigos afirman que Khashoggi también se unió a la Hermandad Musulmana.

Aunque después dejó de asistir a las reuniones de esta agrupación, se mantuvo enterado de la retórica conservadora, islamista y a menudo anti-Occidente, que podía desplegar o esconder dependiendo de quien buscara hacerse amigo.

Sus colegas en el periódico lo recuerdan como amistoso, considerado y devoto. A menudo dirigía rezos comunitarios en la redacción, recordó Shahid Raza Burney, un editor indio que trabajó con él.

Como muchos sauditas en la década de los ochenta, Khashoggi estuvo a favor de la yihad en contra de los soviéticos en Afganistán, la cual fue apoyada por la CIA y Arabia Saudita. Así que cuando recibió la invitación de verla por sí mismo de parte de otro joven saudita, Bin Laden, Khashoggi aprovechó la oportunidad.

Los viajes de Khashoggi a Afganistán y su relación con el príncipe Turki al Faisal, quien encabezaba la inteligencia saudita, levantaron sospechas entre algunos de sus amigos de que Khashoggi también espiaba para el gobierno saudita.

Años después, en 2011, cuando integrantes de equipos especiales de las fuerzas armadas de Estados Unidos mataron a Bin Laden, Khashoggi vivió el duelo de su antiguo conocido y en lo que se había convertido.

“Colapsé en llanto hace un tiempo, con el corazón roto por ti, Abu Abdullah”, escribió Khashoggi en Twitter, al usar el apodo de Bin Laden. “Eras hermoso y valiente en aquellos bellos días en Afganistán, antes de que te entregaras al odio y la pasión”.

La relación de Khashoggi con la Hermandad Musulmana era ambigua. Esta semana, varios Hermanos Musulmanes dijeron que siempre sintieron que estaba con ellos. Muchos de sus amigos seculares no lo habrían creído.

Khashoggi solamente pidió reformas graduales a la monarquía saudita, al final apoyó sus intervenciones militares para inhibir lo que los sauditas consideraron la influencia iraní en Baréin y Yemen. Sin embargo, demostraba entusiasmo por los levantamientos que estallaron a lo largo del mundo árabe en 2011.

(*)  – New York Times en español y distribuido por Other News – Autores: Ben Hubbard y David D. Kirkpatrick