Por Mario J. Paredes

Los escándalos que, en materia sexual, tienen como protagonistas a ministros ordenados constituyen el mayor problema, la mayor crisis el mayor pecado y, al mismo tiempo, el mayor desafío que enfrenta la Iglesia Católica en estos tiempos. Si en otros tiempos la Iglesia tuvo que enfrentar las herejías doctrinales o la simonía y el enriquecimiento material de los consagrados, el gravísimo problema actual en la Iglesia Católica tiene que ver con los escándalos por los abusos sexuales cometidos contra menores de edad por parte de hombres y mujeres consagrados para el servicio religioso y ministerial.

De la manera como este asunto se enfrente y resuelva dependerá la credibilidad y el rumbo de la comunidad católica en el futuro próximo de la historia del cristianismo en el mundo.

El problema se torna cada vez más grave, más escandaloso, más complejo y de mayores implicaciones porque la religión – sociológicamente hablando – tiene una función de “institución rectora” en la sociedad y la católica lo ha sido en occidente por dos mil años. Es decir, la religión es la que impregna e informa con valores morales y guía con ellos el ser y quehacer de instituciones y hombres en cada comunidad humana para el logro del bien común. Pero además, porque en cada sociedad, son los líderes y guías espirituales los portaestandartes de los más altos y nobles valores morales (humanos y religiosos) y modelos de vida para sus seguidores. Por ello, cuando la religión y sus líderes fracasan en la tarea de ser testigos ejemplares de los valores morales que predican, la sociedad entera queda “al garete”, sin guía, sin norte, sin dirección, sin rumbo moral, sin ejemplos a seguir e imitar. De donde, elconflicto de la religión es y se manifiesta en la crisis de la entera sociedad y de sus instituciones.

Este problema de los escándalos por abuso sexual en los ministros dela Iglesia Católica que ha hecho crisis es, ante todo, una crisis de AUTORIDAD, de coherencia entre lo que se cree y predica y lo que se vive y practica. Y es, además, un problema y una crisis de TODOS como comunidad humana y eclesial. Es un problema que a todos nos cuestiona, nos involucra, nos compete, nos concierne en distintos ámbitos, así:

A NIVEL SOCIAL, tenemos que reconocer nuestra falta de AUTORIDAD, de coherencia,y nuestra hipocresía en la vida, en la experiencia y en las prácticas de la sexualidad humana, por varias razones, pero especial y concretamente,  porque – en este problema de la Iglesia como en otros casos y escándalos sexuales que acontecen a menudo en nuestra sociedad –  nos rasgamos las vestiduras, cuando a diario y en todos los ambientes hemos construido una sociedad hedonista y pansexualista. Es decir, una sexualidad que, en una búsqueda desenfrenada de placer, hace de la mujer, del cuerpo humano, de la pornografia y de las manifestaciones eróticas, sexuales y genitales en la publicidad, en la música, en el humor, en el mercado, etc… una posibilidad inmediata, fácil, rápida, sin valores ni criterios morales, de encontrar placer a costa delo que sea.

Es de esta sociedad pansexualista, hedonista, erotizada y pornográfica, inmoral en todos los campos (y también en el terreno de la sexualidad humana) de donde provienen los ministros y consagrados de la Iglesia Católica. Estos no caen del cielo sino que nacen y crecen en una sociedad que divulga, trafica, promociona y vende genitalismo a toda hora y que luego, hipócritamente, juzga y se rompe las vestiduras….

En esta sociedad y en estos escándalos, los medios de comunicación social han jugado un papel importante porque no han cumplido con su responsabilidad social de transmitir valores y modelos de vida y, muy por el contrario, se han dedicado a vender morbo, porno y escándalos. Se publicita y publica en demasía lo escandaloso porque vende,pero no se informa ni se dan a conocer los buenos ejemplos y testimonios que a diario hay en la vida y obra de tantos sacerdotes, religiosos y religiosas en el mundo entero.

En la Iglesia Católica:

A nivel jerárquico, es decir, en lo que toca a las autoridades hay que decir que no bastan los gestos simbólicos, las peticiones de perdón reiteradas a las víctimas, las buenas intenciones. Se precisan con urgencia reformas que sanen de raíz estos males y que eviten – hacia el futuro – repeticiones de los mismos abusos y escándalos. Se hacen necesarias decisiones que supongan profundas reformas que traigan consigo cambios radicales en el ser y quehacer de la vida y ministerio de los consagrados y consagradas. Reformas que disciernan entre lo que es esencial y fundamental y lo que es accidental y accesorio en la vida y el servicio de los consagrados y consagradas. Reformas que toquen y cambien radicalmente el proceso de discernimiento vocacional, formación y todo el estilo de vida de los ministros, religiosos y religiosas. Reformas sustanciales en el concepto, sentido, verdad y valor del carisma, del celibato y de la castidad aquí y ahora. Reformas que tomen en cuenta la profunda humanidad en la experiencia de la vida cristiana, religiosa, consagrada y ministerial.Reformas, en fin, que supongan una profunda revisión de los principios doctrinales de la moral sexual que enseña la Iglesia.

Mientras esto no suceda, todo queda en encubrimiento y silencios cómplices, en maquillaje, en gestos de buena voluntad y en el riesgo de que los escándalos no cesen…

LOS LAICOS, frente a esta grave crisis y en búsqueda de radicales y urgentes soluciones han de tomar conciencia del tipo de sociedad anti-evangélica en la que vivimos y de la pertenencia a la comunidad eclesial no sólo para la asistencia pasiva y esporádica a los ritos litúrgicos sino para ser y hacer parte activa en el ser y quehacer de la Iglesia, en la vida y misión de la Iglesia en el mundo. Los laicos no son – según una visión clericalista y equivocada de la Iglesia – receptores de sacramentos y de gracia mediada por los ministros como administradores, dispensadores y protagonistas únicos de la gracia de Dios en la vida eclesial. No. Los laicos son hijos de Dios y miembros vivos de la Iglesia; constructores de familias y de sociedad donde nacen y crecen las futuras vocaciones a la vida sacerdotal, matrimonial o religiosa. Los laicos hemos de estar dispuestos a pedir perdón y a perdonar, a vivir la experiencia del perdón al modo de Jesús de Nazaret  y dispuestos, además, a entender, que en esta grave situación sufrimos todos: las víctimas, los victimarios, la Iglesia y la entera sociedad.

En lo que corresponde a los ministros ordenados, religiosos y religiosas, hombres y mujeres consagrados al servicio del pueblo de dios como primeros agentes de la tarea evangelizadora de la iglesia en el mundo, urge autenticidad en la vida cristiana por el bautismo y en la consagración especial de sus vidas a cristo y a su evangelio. urge autoridad, coherencia entre lo que se cree y lo que se vive. Urge entrega, mística y compromiso con las opciones realizadas, con el estilo de vida elegido y con las promesas y votos hechos. Urge fidelidad a la palabra dada y compromiso con lo que esperan la sociedad y la Iglesia de un consagrado consagrada. Urge recordar siempre que los discípulos de Cristo “estamos en el mundo pero no somos del mundo”(Juan 15,19), porque la lógica y estilo de vida cristianos no son la lógica del mundo sino que nuestro comportamiento y lógica tienen que ser según la lógica de la cruz, la sabiduría de Dios y del Evangelio. (1 Cor 1,17)

Mientras las reformas necesarias, urgentes y radicales para la solución presente y futura de esta crisis llegan, seguimos confiados y esperanzados, en medio de tempestades, porque está presente en la barca de Pedro – aunque a veces parezca dormido – nuestro Señor Jesucristo que prometió estar con nosotros “todos los días y hasta el fin de los tiempos”(Mt 28,20).