Cuarenta años tardó España en resolver el destino final de los restos mortales de Francisco Franco, uno de los dictadores europeos más temidos a partir de los años treinta y cuarenta en España, después que esta semana el Congreso español aprobó el decreto de exhumación y traslado de los restos del generalísimo que hasta ahora han estado en el Valle de los Caídos, en la región de Cuelgamuros en España.
Sin embargo, la aprobación legislativa no contó con los votos del Partido Popular ni tampoco de Ciudadanos, cuyos parlamentarios se abstuvieron porque la medida, a su juicio, no era urgente. Ciudadanos declaró que el decreto solamente buscaba «tapar la incompetencia de Pedro Sánchez», el actual jefe de Gobierno. El PP recurrirá el decreto ante el Tribunal Constitucional.
En todo caso con este resultado comenzó la etapa más difícil del proceso de exhumación de los restos de Franco como son los trámites de notificación a la familia de Franco, la que no ha confirmado aún si se hará cargo de la nueva sepultura del generalísimo.
Siempre se entendió que el Valle de los Caídos estaría destinado solo al entierro de los muertos de la Guerra Civil. Sin embargo, Franco no murió en la contienda sino 36 años después, el 20 de noviembre de 1975, en una cama y con harta fiebre y dolores.
Franco fue un militar y dictador español, integrante del grupo de altos cargos de la cúpula militar que dio el golpe de Estado de 1936 contra el Gobierno democrático de la Segunda República, dando lugar a la guerra civil española. Fue investido como jefe supremo del bando sublevado el 1 de octubre de 1936, y ejerció como caudillo de España —jefe de Estado— desde el término del conflicto hasta su fallecimiento en 1975, y como presidente del Gobierno —jefe de Gobierno— entre 1938 y 1973 (la guerra civil comenzó en julio de 1936 y el 1 de abril de 1939).
En abril de 1937 se autoproclamó jefe nacional de la Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FET y de las JONS), partido único resultado de la fusión de la fascista Falange Española de las JONS y de la Comunión Tradicionalista.
El fin de la Guerra Civil significó la victoria para media España y la derrota para la otra parte. Miles de familias quedaron desmembradas por la sangre vertida por los fusiles y los obuses; y mientras el franquismo brindaba en los cafés, los republicanos fueron conducidos al exilio, a la cárcel, o a trabajar en lugares como el Valle.
El controvertido Valle de los Caídos
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El 1 de abril de 1940, Franco firmó un decreto que disponía la construcción de una basílica, un monasterio y un cuartel de juventudes en Cuelgamuros para perpetuar la memoria de los que cayeron «en nuestra gloriosa cruzada». Fue un «monumento a la Victoria» de los sublevados en la Guerra Civil, un homenaje a los «héroes y mártires de la Cruzada». El Valle de los Caídos se inauguró también un 1 de abril (de 1959, casi 20 años más tarde), la festividad franquista por excelencia, el día en el que se conmemoraba el triunfo del bando franquista en la Guerra.
Ese mismo primero de abril, tras la ceremonia del aniversario del final de la contienda, Franco emprendió una excursión con destino Cuelgamuros con su mujer, los embajadores de Italia y Alemania, sus generales —entre los que se encontraban Millán Astray, Varela, Saliquet y Sáenz de Buruaga—, miembros del gobierno y jerarcas falangistas, para enseñarles el futuro emplazamiento del Valle, su sueño faraónico, al más puro estilo hitleriano.
En esa expedición, en la que también se encontraban el cuñadísimo, Ramón Serrano Súñer, o Rafael Sánchez Mazas, uno de los fundadores de la Falange, Franco hizo explotar el primer barreno de la construcción del Valle de los Caídos. El mausoleo que años más tarde acogería sus restos quedaba inaugurado.
La construcción del conjunto monumental estuvo dirigida por dos arquitectos: primero fue Pedro Muguruza, autor del edificio de la Prensa, en la plaza del Callao de Madrid, y luego Diego Méndez. El escultor Juan de Ávalos fue el encargado de la decoración. Pero sin duda el elemento más destacado del Valle de los Caídos, el más «imperial», es la gran cruz de piedra de 150 metros de altura y brazos de 24 metros cada uno. En total, casi 200.000 toneladas de hormigón armado reforzado con un bastidor metálico y recubierto con cantera labrada y mampostería de berrugo. La cruz fue un encargo de Franco y un auténtico quebradero de cabeza para Diego Méndez, el artífice y responsable de levantar “el Altar de España, de la España heroica, de la España mística, de la España eterna”. Sin embargo, la terminó calificándola como «nuestra pesadilla».
Aparte de Franco y Primo de Rivera, ambos enterrados en un lugar preeminente de la basílica, en el Valle de los Caídos yacen los restos de 33.833 personas (21.423 identificados y 12.410 sin identificar) de ambos bandos -sobre todo del republicano- de la Guerra Civil, que fueron llevados allí entre 1959 y 1983 en 491 traslados desde fosas comunes y cementerios de todas las provincias españolas, salvo Ourense, A Coruña, Las Palmas y Santa Cruz de Tenerife, según el censo del Ministerio de Justicia.
El mausoleo construido por 20.000 presos
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En la construcción del Valle de los Caídos (foto izquierda, Franco da el vamos a las obras) participaron unos 20.000 presos políticos, vencidos, también algunos voluntarios que preferían picar piedra que estar encarcelados porque las condiciones eran mejores, según los cálculos de algunos historiadores. Todos ellos estaban sometidos a las normas del Patronato Central de Redención de Penas por el Trabajo: redimían dos días de pena por cada uno de trabajo. Los obreros recibían entre dos y cinco pesetas de salario, dependiendo de la época, y dormían en barracones o cabañas en el monte.
Las obras, en las que murieron numerosas personas —sin contar todos los fallecidos a posteriori por las enfermedades pulmonares—, se dividieron en tres fases: la construcción de los seis kilómetros de la carretera de acceso a Cuelgamuros, la perforación de la roca con dinamita, y la construcción en sí de las dependencias, a pico y pala. El costo, según investigaciones del hispanista Raymond Carr, ascendió a 1.086,4 millones de pesetas (6.529.758 euros).
Al comienzo de la construcción del Valle, los presos fueron obligados a coser en su ropa botones de distintos colores para diferenciar las penas. Así, los vigilantes podían identificar fácilmente quién había sido condenado a muerte y quién solo a unos años entre barrotes. Esta clasificación «a la española» presentaba bastante similitudes con el marcaje de prisioneros en base a triángulos de colores invertidos que los nazis implantaron en los campos de concentración.
El fin de la Guerra Civil significó la victoria para media España y la derrota para la otra parte. Miles de familias quedaron desmembradas por la sangre vertida por los fusiles y los obuses; y mientras el franquismo brindaba en los cafés, los republicanos fueron conducidos al exilio, a la cárcel, o a trabajar en lugares como el Valle. En la actualidad, delante de la basílica se extiende una gran explanada de más de 30.000 metros cuadrados flanqueada por el resto de edificios del complejo: una abadía benedictina, una biblioteca, una hospedería y una escolanía. En esta última, unos cincuenta niños de 8 a 16 años, edad que se conoce como la de las «voces blancas», reciben formación académica y musical.