
Por Martín Poblete
Entre sus variadas ocurrencias, el Presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez Castejón, de reciente visita por Chile, anunció la exhumación de los restos del General Francisco Franco de su tumba, en el Valle de los Caídos. Mas allá de las obvias conveniencias políticas, vinculando la iniciativa con la esperada revitalización del PSOE, agitando sus menguados cuadros con algo fácilmente identificable, resulta difícil a simple vista entender la racionalidad del asunto.
El Valle de los Caídos fue construido por decisión de Franco, pensado como un lugar de reposo para muertos en la Guerra Civil española, particularmente aquellos del bando triunfador; el mismo Franco no pensaba ser enterrado allí, había comprado una tumba familiar en el madrileño cementerio de El Pardo, dónde está sepultada su viuda doña Carmen Polo.

Con el paso de las semanas desde el anuncio original, el Presidente Pedro Sánchez ha ido modificando su enfoque. En un momento, conversando con periodistas en el vuelo de Santiago a La Paz, estuvo entreteniendo la idea de armar un museo de la memoria, pero apenas de regreso en España descartó la idea; de lo dicho en los últimos días, puede inferirse la intención de terminar con el Valle de los Caídos como lugar de exaltación del Franquismo. En paralelo, el señor Sánchez ha reafirmado su compromiso de crear una Comisión de Verdad compuesta por expertos e historiadores «…para acordar entre todos una versión de país de lo que aconteció durante la Guerra Civil, y el Franquismo».
Curioso, la Guerra Civil española es uno de los temas de historia en el Siglo XX con mayor producción historiográfica, en España y otros países, particularmente Francia, el Reino Unido, y Estados Unidos; si bien siempre cabe esperar nuevos aportes de historiadores y otros investigadores, de ahí a lograr «una versión de país» parece un tanto ilusorio.

En otra dimensión, el Presidente Sánchez, como el Cardenal Osoro, no quiere conflictos evitables. El Valle de los Caídos pasaría a ser un cementerio civil; sin embargo, se mantendrán la monumental Cruz y la Basílica, esta última seguirá bajo la autoridad del Arzobispado de Madrid, regentada por frailes benedictinos.
Los dictadores no deben ser desenterrados, más bien enterrados más profundo, lo más cerca posible del Infierno.