Por Martín Poblete

«No supimos estar dónde teníamos que estar (Papa Francisco, Carta al Pueblo de Dios, 20/8/2018)».
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La publicación del informe de un Gran Jurado del Estado de Pennsylvania, culminando una investigación de abusos de autoridad, de conciencia, conducentes a sistemáticos abusos sexuales por mas de trescientos sacerdotes sobre largo mas de mil víctimas en un período de setenta años entre 1948 y 2018, ha tenido y continúa teniendo profundo impacto en la Iglesia a todos sus niveles, jerarquía, clero, feligreses. Del informe se desprenden cuestiones de posibles encubrimientos del actual Cardenal Donald Wuerl (Washington DC) cuando fue Obispo de Pittsburgh.
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Pocos días después, surgió el escándalo por revelaciones de una vida de excesos y abusos de parte del Arzobispo Emérito de Washington DC, Cardenal Theodore McCarrick,  desde sus años de sacerdote en la Arquidiócesis de Nueva York en 1973, durante su carrera eclesiástica por la Diócesis de Metuchen NJ, la Arquiciócesis de Newark NJ, hasta la Arquidiócesis de Washington DC;  según fuentes confiables en círculos eclesiásticos americanos, las debilidades de McCarrick, a quien jóvenes seminaristas conocían como «Uncle Ted», eran conocidas, si así era, como fue posible su ascenso a los mas altos cargos de la jerarquía católica?
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Los casos investigados por el Gran Jurado de Pennsylvania, en su gran mayoría, involucran a jóvenes adolescentes y sacerdotes con diez a quince años de ministerio; esto no es pedofilia.   En su ensayo de reciente presentación, el Dr, Daniel Mattson (Penn State U.) sostiene: » El hilo conductor de todos los escándalos en la Iglesia Católica, revelados en los Estados Unidos, en otros países como Chile, Irlanda y Honduras,  es la homosexualidad activa en seminarios y sacerdocio.   La Iglesia debe admitir la presencia de un problema con sacerdotes homosexuales, cuya tendencia hace particularmente difícil vivir las exigencias del celibato.»
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De lo afirmado por el Dr. Mattson, se infiere que si un sacerdote no está viviendo su propia vida conforme a las normas de la Iglesia, en toda probabilidad no predicará a sus feligreses doctrina en la cual no cree, debilitando el mensaje del Evangelio en el púlpito y en el confesionario.   En la misma línea, en su libro Sacerdotes Homosexuales (NY 1991), el Dr. James Wolf entrevistó a cien sacerdotes, todos ellos dijeron estar en desacuerdo con la enseñanza de la Iglesia en materia de moralidad sexual.
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En artículo publicado hace un par de semanas en la revista de temas religiosos   First Things, ampliamente divulgado por medios electrónicos, el Padre Dominic Legge O.P. (Profesor titular en la Facultad de Teología de la Pontificia UC/USA) expone:  «El problema radica en sacerdotes homosexualmente activos.   La mayoría de los sacerdotes infieles a su voto de celibato por relaciones con mujeres, eventualmente dejan el sacerdocio para casarse; pero, sacerdotes traicionando su celibato con relaciones homosexuales continúan viviendo dobles vidas…. Se han detectado redes de sacerdotes homosexualmente activos, se protegen y promueven entre ellos, apoyan a quienes en la jerarquía los toleran;  constituyen un problema de mayor envergadura cuando llegan a posiciones de poder en seminarios, cancillerías diocesanas, hasta en la Curia romana, como sucedió con Theodore McCarrick.»
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La recién terminada visita del Papa Francisco a Irlanda, deja demostrado sin lugar a dudas como la Iglesia ha llegado al final del camino de las disculpas, de proclamar su dolor y su vergüenza.   Ha llegado la hora de actuar, en la forma como lo haga le va el legado de su Pontificado al Papa Francisco.   Sin perjuicio de cuanto pueda venir de Roma, los laicos deben manifestarse sin complejos;  en este sentido, aquí van algunas propuestas.
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El celibato está destruido por obra de sacerdotes pedófilos, homosexuales y heterosexuales, faltando a su voto de castidad; los actos de carácter criminal cometidos por pedófilos y homosexuales, y por aquellos en posiciones de jerarquía encubriéndolos, han terminado por destruir una norma inviable.    Corresponde dar  por terminado el celibato en cuanto forma exclusiva y excluyente de acceso al sacerdocio, al abrir el ministerio sacerdotal a hombres que puedan casarse, se abrirían las puertas para recibir a muchos sacerdotes que dejaron la Iglesia porque se enamoraron y se casaron; el celibato deberá mantenerse,  una institución como la Iglesia, siempre tendrá quienes  hagan la opción por la vida célibe particularmente en las Órdenes.
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Un segundo paso debe ser el Diaconado femenino.   Ya en sus tiempos fundacionales, la Iglesia tuvo diaconesas, así lo indica San Pablo en su Primera Carta a los Corintios;  de hecho, en numerosas parroquias mujeres cumplen labores muy cercanas a las de diáconos, lo hacen muy bien.
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En el caso de Chile, la Santa Sede necesita ejecutar, pronto, el necesario recambio episcopal.   El bochorno del Cardenal Ezzati imputado nunca debió suceder, era previsible, habida cuenta de fiscales jóvenes, ambiciosos, en busca de su página en los libros de historia.   La permanencia del Nuncio Scapolo es incomprensible, uno de los responsables del desastre.
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(*) Este artículos se apoya en fuentes de distintas publicaciones mundiales y diferentes idiomas. Las traducciones pertenecen también al columnista de Kradiario Martín Poblete.