Por Roque Morán Latorre

Cuando se lee a ciertos filósofos, se admira sus decires aunque uno no esté de acuerdo con la totalidad de su pensamiento; eso sí, parte de sus proposiciones, describen circunstancias -de forma tan certera- que eximen el desafiante afán de intentar enunciarlas. Tal es el caso de Umberto Eco, intelectual italiano de nuestro tiempo (1932-2016), filósofo, escritor, catedrático, experto en varias ciencias, sobre todo en Semiótica (ciencia que estudia los diferentes sistemas de signos que permiten la comunicación entre individuos, sus modos de producción, de funcionamiento y de recepción); es decir, cierta autoridad expone este personaje para enmarcar la temática que hoy compartimos.

Eco afirma: “las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas”. Nos ha quitado la palabra de la boca.

Eso es, precisamente, lo que advertimos cuando fisgoneamos las redes sociales: un revoltijo misterioso -muchas veces hasta siniestro-, de chismografía, sucesos de toda índole, desahogo de emociones y sentimientos – buenos y malos- que, junto a otras manifestaciones diversas, han dado cabida a un fenómeno actualísimo de características insospechadas.

El contexto de las redes sociales es tan amplio que, de un pantallazo a otro, podemos revisar textos de idioma degenerado, con sintaxis y ortografía espeluznantes, hasta ciencia y arte, imágenes bellas, vídeos mágicos, pensamientos elevados y esperanzadores, mensajes tiernos y positivos; no se las puede llamar, simplemente, “medios de comunicación”, como tradicionalmente los percibimos: ¡están para expresarse a disposición de cualquiera, y en una inacabable vitrina!

Estos instrumentos dan pábulo a una sociedad, a unas personas que claman por manifestarse, que ansían ser escuchadas, ser tomadas en cuenta; lastimosamente, varias, con el riesgo infame de hundirse en más incomprensión al no recibir jamás un ansiado consuelo; las utilizan seres de toda condición, desde científicos hasta mandatarios, políticos, intelectuales, adolescentes, niños, profesores, amas de casa; echan mano de ellas instituciones grandes, medianas y pequeñas, multiplicidad de empresas, numerosas iniciativas con variada índole. Constituyen un auténtico poder que, cuando no es utilizado para servir, ocasiona daños irreparables.

A la idiotez que aduce Eco, sumémosle la tozudez y, en no pocos casos, la ignorancia de algunos al difundir asuntos de nula legitimidad. Esas “legiones” las engrosan los tontos útiles de aquellos que desparraman mentiras, calumnias y otros innobles artificios.