Por Martín Poblete
Medidas excepcionales suelen traer consecuencias excepcionales. Llamar a Roma a la totalidad de la Conferencia Episcopal chilena fue una medida excepcional, así lo han reconocido los mas destacados «vaticanistas» en los principales medios escritos y electrónicos; ahora, después de tres días de varias reuniones con el Papa Francisco, intercambio de documentación, y un valioso texto entregado a los obispos por el mismo Papa, cabría esperar medidas excepcionales.
En su documento, el Papa se refiere a importantes cuestiones pastorales desatendidas, por lo menos por la mayoría de los actuales obispos; en la misma línea, Francisco habla de situaciones claramente en violación del derecho canónico, particularmente el ocultamiento, a veces destrucción, de cartas y documentación por funcionarios eclesiásticos, faltando además a sus deberes de lealtad para con arzobispos y obispos a quienes debían servir. El mas notorio caso de abuso sexual, acompañado del uso de los dineros de Pedro para especular en el mercado inmobiliario. Es decir, conductas mafiosas.
Por su peso histórico, el Arzobispado de Santiago siempre ha tenido singular importancia en marcar líneas pastorales, sucesivos arzobispos fueron hombres de fuerte liderazgo, cada uno con sus propios estilos y maneras. Al morir el Cardenal Carlos Oviedo Cavada, se designó un administrador apostólico, el Vicario General Monseñor Sergio Valech, quien tenía los méritos para haber sido nombrado titular de la Arquidiócesis; sin embargo, desde Roma se optó por enviar a un fraile de la Orden de Schoenstadt, Francisco Javier Errázuriz, con quien se da comienzo a un período de total pérdida de conducción y liderazgo, su negligencia en investigar asuntos cuyas evidencias había recibido de su antecesor está en el centro de la actual crisis, produciendo en el resto del Episcopado la sensación de ir en un barco sin timón, desazón sentida con fuerza por los curas párrocos, religiosas, religiosos, y las órdenes.
La situación en el Arzobispado de Santiago resulta relevante porque siempre los Papas han recurrido al nombramiento de obispos como instrumento para generar cambios en una Iglesia particular, la chilena no es excepción a esta norma avalada por la historia. Las circunstancias son favorables, el actual Arzobispo de Santiago, Cardenal Ricardo Ezzati, tiene 76 años; el Arzobispo de Puerto Montt, Cristián Caro, tiene 75 años; los obispos de Rancagua y Valparaíso también están por sobre esa edad; la Diócesis de Valdivia está vacante; la salida de Osorno del Obispo Barros es inminente. Hay dos sedes arzobispales y cuatro diocesanas dónde llevar nombres de refresco, siendo candidatos lógicos los cuatro obispos auxiliares de Santiago nombrados por el Papa Francisco: Fernando Ramos, Galo Fernández, Jorge Concha, y Cristián Roncagliolo. Sin embargo, por el tenor de las palabras del Papa Francisco, en toda probabilidad habrá cambios mas allá de aquellos ordenados por la normativa creada por el Papa Paulo VI; no faltan voces delirantes vociferando que se vayan todos, quedarán decepcionados.
De mas largo plazo es el ajuste pastoral exigido por el Papa. Tomará tiempo salir del enfoque conservador con tintes reaccionarios, elitistas, de los últimos veinte años; si bien el fracaso de tales prácticas es de toda evidencia, no será fácil volver a encontrarse con la Doctrina Social de la Iglesia, con las mejores tradiciones de la propia Iglesia chilena y sus figuras históricas, los cardenales José María Caro y Raúl Silva Henríquez, el Obispo Manuel Larraín, San Alberto Hurtado, y tantos otros, con el trabajo de muchos sacerdotes en todo el país, sin olvidar la notable vitalidad de la religiosidad popular.