Portada: Caricatura de Radomiro Tomic Romero publicada por la desaparecida revista Política Topaze
Por Esteban Tomic
Que quede claro: “nadie es más grande en el Partido que el propio Partido”. Esto solía decir mi padre (Radomiro Tomic), advirtiendo sobre uno de los peligros que trae consigo el ejercicio del poder político. Cuando él falleció (3 de enero de 1992), la Democracia Cristiana llevaba escasos dos años en el gobierno, con Patricio Aylwin en la Presidencia de la República.
Hoy, treinta años más tarde, ante el preocupante abandono que figuras importantes han hecho del Partido, cabe preguntarnos si acaso una de las causas de esta crisis no está precisamente en haber desoído el consejo: “nadie es más grande en el Partido que el propio Partido”.
¿Pudimos haber hecho algo para impedir esta crisis? ¡Claro que sí! Pudimos haber hecho mucho y no lo hicimos.
Es evidente que la responsabilidad de quienes dirigen es siempre mayor que la de los simples militantes, pero los dirigentes están ahí porque los eligieron los militantes, de manera que ninguno de nosotros puede desviar la vista y pretender que “yo no tengo nada que ver con esto”. ¡Sí tenemos que ver y mucho! ¡Y de ello debemos hacernos cargo!
Quise empezar estas palabras de homenaje a Radomiro Tomic con la cita mencionada , aquí, en Valparaíso, ciudad tan querida por él, que lo eligió senador en 1961 y que luego le dio la primera mayoría como candidato a la Presidencia en 1970, porque por más destacada, por más plena de lecciones políticas y humanas que haya sido su carrera política, nunca será ella “más que el propio Partido”.
El legado político de Radomiro Tomic es y seguirá siendo parte de un patrimonio más grande, que le pertenece a nuestro Partido Demócrata Cristiano, -tal como le pertenecen los legados de Bernardo Leighton, Patricio Aylwin, Eduardo Frei padre e hijo, Jaime Castillo, Manuel Bustos, Alejandro Foxley, Enrique Krauss, Renán Fuentealba, Andrés Zaldívar, Gabriel Valdés, Myriam Verdugo, Carolina Goic, Claudio Orrego y los hermanos Walker, entre otros. Son también patrimonio del Partido los aportes de camaradas de esta Región que conocí en aquel entonces, como Benjamín Prado, Chelita Lacoste, Enrique Wiegand, Francisco Vío, Willy Cowley, Alfonso Ansieta, René Chaín, Enrique Vicente, Eugenio Ballesteros, René Adaro, Otto Boye, Edmundo Vargas, Raúl Allard, Enrique Aimone, Carlos Demarchi, Juan Andueza, Pedro Duarte, Manuel Llanos, Juanita Yánquez, Gustavo Cardemil, el “Piojo” García Pacheco, Pablo Andueza, y tantos otros que no he nombrado y que hoy queremos honrar y recordar.
Que quede claro: el Partido es lo primero. Hecha esta precisión, a 104 años de su nacimiento (7 de mayo de 1914), quiero referirme al legado que me parece esencial a la trayectoria de Radomiro Tomic, el “caballero de noble envergadura”, como le llama su nieto Matías. Esta tarde le recordamos, no sólo como hombre público sino como el padre de familia que aprendí a admirar y a querer a lo largo de los años.
Primer legado:
Su preocupación constante por “el niño pobre bien dotado”. En mi infancia era frecuente ver niños a pie pelado por las calles, pobremente vestidos, colgando de las pisaderas de buses y micros o de los toma corrientes de los troleys para trasladarse por la ciudad. Muchos de esos niños dormían bajo los puentes del Mapocho.
En el barrio en que vivíamos, cada dos o tres casas había un sitio eriazo, “ al cuidado” de una familia que vivía en una media agua hecha de madera y cartón, sin agua potable ni alcantarillado, “colgados” del poste de la luz.
“¿Cuántos de esos niños tienen todas las condiciones naturales para salir adelante en la vida, pero no lo harán porque no tienen cómo acceder a niveles básicos de educación, salud, vivienda y trabajo?”, solía preguntarnos nuestro padre.
“El niño pobre bien dotado” era su obsesión. Y no lo abandonó. Cuando fue elegido senador por Valparaíso, fue autor de la ley 15.720, que creó la Junta Nacional de Auxilio Escolar y Becas.
“O los países pagan por educar, o pagan por la ignorancia”, fue el argumento clave con que fundamentó la iniciativa en el Senado.
Gracias a esta ley, la escolaridad promedio, que era de 2 años en 1962, subió a 7 años en 1970. Desde entonces, la JUNAEB ha tenido una incidencia fundamental en la cobertura del sistema educacional chileno (prácticamente 100%), al punto que en el año 2002, éste fue considerado por el Programa Mundial de Alimentos como uno de los cinco mejores del mundo, y se nos invitó a ser socios fundadores de la Red Latinoamericana de Alimentación Escolar .
Segundo legado:
Fue también aquí, en Valparaíso, concretamente en la población “Nueva Aurora”, donde Radomiro Tomic conoció los esfuerzos que hacían centenares de familias que aspiraban a tener casa propia, sin que hubiese un instrumento legal que los ayudara. Y así fue que, contando con el valioso apoyo de Enrique Vicente, dedicó sus esfuerzos a dar a luz a la que hoy conocemos como la LEY DE JUNTAS DE VECINOS, que le otorgó personalidad jurídica a los pobladores, permitiéndoles contratar créditos, adquirir terrenos, construir viviendas y, en definitiva, pasar de un estado de indefensión a ser actores de su propio destino.
Tercer legado:
La defensa del cobre, que él bautizó como “la viga maestra de nuestra economía” y “el sueldo de Chile”. Hasta los años sesenta del siglo pasado, es decir, hasta hace apenas medio siglo, la Gran Minería del Cobre estaba en manos de empresas norteamericanas. Kennecott Copper era dueña de “El Teniente” y Anaconda Copper lo era de Chuquicamata, las dos mayores minas de cobre de Chile y, por consiguiente, la principal fuente de divisas del país.
Nacido en Calama, desde niño Radomiro tiene que haber oído hablar del cobre, ese mineral que era extraído desde la gigantesca mina de Chuquicamata, ubicada en las inmediaciones de su ciudad y a la cual ningún chileno podía entrar sin permiso de la compañía extranjera que era su dueña.
Vivir esa realidad y preguntarse por qué los chilenos no podíamos ser dueños de esa riqueza ubicada en nuestro suelo, debe haber sido un proceso constante y cada vez más premioso para el joven estudiante.
La lucha para recuperar el cobre, que inició en 1941 cuando fue elegido diputado, fue ganando sucesivamente adeptos, hasta que finalmente, durante el primer gobierno democratacristiano, con Eduardo Frei Montalva a la cabeza, la Gran Minería fue “chilenizada” y el 51% de la propiedad de las minas pasó al Estado. Poco después, con Allende en 1971, fue nacionalizada, quedando el Estado dueño del 100% de las mismas.
La tenacidad con que bregó Radomiro Tomic por que Chile tuviera “una política chilena del cobre” que le permitiera hacerse dueño y manejar sus riquezas cupríferas, no sólo se tradujo en mayores ingresos para el presupuesto nacional, sino que también nos permitió, como país, “aprender” a explotar y comercializar nuestro cobre. Codelco es, hoy, el mayor productor de cobre del mundo. Y nos pertenece a todos los chilenos.
Cuarto legado:
“La necesaria Unidad Política y Social del Pueblo”. Así definió mi padre la tarea prioritaria del momento político que vivía Chile en 1970 .
Como candidato del Partido a la Presidencia, invitó a un amplio espectro de Partidos y Movimientos políticos a sumarse al que sería el segundo gobierno dirigido por un democratacristiano.
Todas las fuerzas políticas y sociales progresistas fueron convocadas por él a ser parte en el esfuerzo de ampliar y consolidar la llamada Revolución en Libertad, iniciada por la Democracia Cristiana en 1964.
Fue lo que Tomic bautizó con el nombre de “Unidad Popular”.
No hubo esa Unidad Popular. Hubo otra, menos amplia, menos generosa, menos visionaria, orientada, no a continuar la obra de Frei, sino a enfrentar a los Estados Unidos, la potencia hegemónica, introduciendo la lógica de la Guerra Fría en la política chilena y, por extensión, en el extremo sur del continente americano.
No hubo, por consiguiente, un Presidente de la República llamado Radomiro Tomic. Pero sí hubo una semilla, que fue el llamado a la unidad de las fuerzas políticas y sociales de vocación popular a unirse para gobernar Chile. Esa semilla germinó 20 años más tarde, en 1990, cuando volvió la democracia. El pensamiento y el testimonio de Radomiro Tomic -“anunciador de destinos”, lo llamó Jaime Castillo – estuvieron en la génesis de la coalición de gobierno más prolongada y de mayor éxito social, político y económico que haya conocido nuestro país hasta hoy: la Concertación de Partidos por la Democracia.
Pensamiento final:
He resumido en cuatro legados una vida política que se extendió por casi 60 años.
Muchas otras facetas de la vida pública de Radomiro Tomic han quedado innombradas por mí esta tarde. Pienso, por ejemplo, en su visión de la Democracia Cristiana como “espada y escudo de los pobres”, o en su defensa de la democracia, en 1948, cuando se perseguía al Partido Comunista; o después, en los meses previos al golpe militar y durante los 17 años de la dictadura. Pienso también en su aporte a la política exterior de nuestro país, como estudioso (fue autor de la tesis de grado “El Sistema Interamericano” y de innumerables artículos, ensayos y documentos), o en su contribución a nuestra patria, como parlamentario primero y Embajador, después.
He escogido, para hablar esta tarde acerca de mi padre, los cuatro legados suyos a la política y al Partido Demócrata Cristiano que a mí me llegan más próximos al corazón.
Pero hay un quinto legado, con el cual quiero terminar estas palabras, que está implícito en la frase con que abrí este discurso: “nadie es más grande en el Partido que el propio Partido”. El quinto legado es su ejemplar militancia en el Partido Demócrata Cristiano.
“Patria nuestra, Patria nuestra, con tu nombre en el pecho se ha puesto de pie tu Juventud”, dijo Radomiro Tomic, de apenas 21 años, cuando puso término a su discurso en el teatro Principal de Santiago, el 13 de Octubre de 1935, en el acto en que se proclamó el nacimiento de la Falange Nacional.
Para mi padre, militar en el Partido Demócrata Cristiano fue la manera de servir a Chile. En 56 años de militancia nunca lo puso en duda. Hubo coyunturas, como las escisiones del Mapu, en 1969, o de la Izquierda Cristiana, en 1971, en las que militantes muy cercanos a él abandonaron el Partido. Pero él jamás pensó siquiera en hacerlo. Las diferencias que tuvo con altos dirigentes, sobre todo antes y después del golpe militar, fueron expresadas y resueltas, en ocasiones en términos muy duros, pero siempre dentro del ámbito del Partido.
La razón es sencilla y está contenida en esa frase de su discurso que comenté antes, que también impresionó a Bernardo Leighton, quien solía mencionarla en el exilio: ponerse de pie, como Juventud, es jurar, teniendo a Chile por testigo. Esa causa se llamó primero Falange Nacional, y a partir de 1957, Democracia Cristiana.
Se milita en la Democracia Cristiana, en primer lugar, para servir a Chile. No cabe otra manera de entender la militancia en éste, nuestro Partido.
Un democratacristiano sirve a Chile dentro del Partido, participando en la vida partidaria, formándose en la doctrina y en el conocimiento de los problemas del país. Y también sirve a Chile fuera del Partido llevando la impronta de su condición de militante.
“Nadie es más grande en el Partido que el propio Partido”. Esto significa, hoy, en la difícil hora que atravesamos como colectividad, que los problemas, por agudos y complejos que sean, deben discutirse y resolverse al interior de las instancias partidarias.
Es nuestro deber pensar y actuar en primera persona plural, como “Nosotros”. Darle protagonismo al “Yo” es llevar al Partido al abismo.
Creo que es aquí donde radica la causa de la crisis por la que atravesamos como Partido.
No es de vida o muerte que las cifras electorales marquen curvas decrecientes. Esas son situaciones que, bien analizadas, se pueden enfrentar con éxito.
Pero priorizar en política el “Yo” por sobre el “Nosotros”, trae consigo corrupción, decadencia y finalmente la muerte del Partido.
Es conocida la frase de Lord Acton: “el poder corrompe siempre y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
Estuvimos 24 años en el poder. ¿Qué nos pasa? ¿Será que el poder nos ha corrompido? De una u otra manera hemos dejado de ser “Nosotros” y hemos caído en la tentación de ser “Yo”. Esto vale para nuestros dirigentes, como también para cada uno de los que estamos aquí.
Los invito esta tarde, en Valparaíso, ante el imponente monumento al cobre que se yergue junto a la plaza que lleva el nombre de Radomiro Tomic, a que volvamos a jurar como lo hiciera nuestro joven militante, de 21 años, un día de Octubre de 1935: “Patria nuestra, Patria nuestra, con tu nombre en el pecho sigue en pie tu Democracia Cristiana.”